El Chino era un reyezuelo en Canillejas.
Miró a José Luis Álvarez y no dijo nada.
– Me manda el Gera -repitió éste.
– ¿Zí? No hay más que te mira, qu'ere dezo. – contestó el Chino mirándolo con fijeza. Sus ojillos parecían dos canicas de cristal marrón-. La mafia polisiá. ¡Quita! No te cabrees, coño, que no te he disho ná…
– Pues déjate de coñas, Chino, y atiende -contestó José Luis, guardándose la pistola en el bolsillo del pantalón por tenerla más a mano. Que un gitano se dirigiera a él tuteándolo sugería un peligroso nivel de seguridad en sí mismo y requería la toma de ciertas precauciones.
– ¿Qué va tú queré?
– Quiero comprarte un transporte -dijo José Luis, mirando por encima del cercado hacia donde estaban los coches-. Pero no veo más que mierda.
El Chino se encogió de hombros.
– Hay mierda y mierda. Depende de lo que quieras paga -masculló.
– Lo que valga el mercado.
– Lo que varga er mercado es lo que varga er traporte, a ver zi m'entiende.
– Nos ha jodido el filósofo. A ti lo que valga el transporte te tiene sin cuidado, Chino, a ver si me entiendes, -contestó José Luis en el mismo tono-. Lo que vale el transporte y lo que lleva es lo que vale tu vida -añadió-. No sé si me explico.
– ¡Hala, jodé! ¡Rambo, coño! Va a vení tú aquí con estallone a quema er patio -dijo el Chino sin alterar la expresión.
– Pues venga, vamos a echar un vistazo.
Saliendo del cercado atravesaron la chabola y se encaminaron hacia los coches. Sin pronunciar palabra, José Luis empezó a andar entre ellos mirándolos despació, uno a uno. Había de todo: antiquísimos Dodge Dart (dogedar, los llamaba el Chino), Simcas 1000, algunos 1430 de Seat, unos cuantos Volkswagen escarabajos (borbajes), un 600 viejísimo que tenía otro encima aplastándole la carrocería pero sin romperle los cristales, un par de Clíos en bastante buen estado, renól cincos, Seat rondas, un Mercedes diesel incunable que aún conservaba la matrícula oficial PMM (lolaflores los llamaban en tiempos, por aquello del tac-tac-tac del motor), una vanette Ford destartalada, un autobús Magirus Deutz prediluviano, una docena de camiones Pegaso en variado estado de destrucción, camionetas, Citroéns DX y, al final del desmonte, un Peugeot 406 marrón y un Opel Corsa inmaculados.
– ¿También se han caído estos dos de un camión? -preguntó José Luis. -Cá, zon de colegas.
– No están en venta -afirmó José Luis levantando las cejas. El Chino se encogió de hombros una vez más. El policía se dio la vuelta con parsimonia, mirando a su alrededor como si estuviera decidiéndose por uno de los vehículos-. Coño, Chino -dijo por fin-, pero si ahí tienes un camión de los de transportar dinero de banco a banco. ¿Está blindado? -El Chino, sin dejar de mirarlo, hizo un gesto afirmativo con la cabeza-. ¿Qué le pasa?
– Tiene la zu'penzión hecha mierda y el motó reventao. Más ná.
– Oye…, me interesa. -Se quedó pensativo. Nada como deambular por la capital en un camión blindado y contemplar las bellezas municipales desde su interior, pensó-. Ya lo creo que me interesa.
– También tengo un motó perkis que va como dio -sugirió el Chino.
– ¿Cuánto?
El Chino bajó la cabeza, calculando.
– Do kilo por er camión y ochosiento papeles por el motó -dijo por fin.
– A ti te patina la neurona, chico -dijo José Luis.
– Precio jut'to.
– Mira, Chino, te llevas uno por todo y vas que ardes.
El Chino chasqueó la lengua y, moviendo la cabeza de derecha a izquierda, dijo:
– Do y cuarto.
– No quiero discutir, Chino. Me lo llevo todo por uno y medio y salvas la vida, tío… Eso si te callas como una tumba. -El gitano puso cara de asco ante la mención de la tumba, hizo los cuernos con los índices y meñiques de ambas manos y luego se llevó un pulgar muy sucio a los labios. Como si corriera una cremallera, se lo paseó de derecha a izquierda-. Esta noche te mando un camión grande a buscarlo todo.
– Con parné.
– Con la pasta, sí.
16.00
– Tírame un pitillo -dijo el Gera sin levantar la vista. -No fumo -contestó Carlos desde su mesa.
El Gera alzó la cabeza con sorpresa.
– ¿Desde cuándo?
– Desde hace un rato. Tampoco duermo desde hace veinticuatro horas y aquí me tienes. ¿Por qué?
– Nada, colega, por nada. Esta tía va a ser tu perdición. ¿Has visto las instrucciones que nos manda el jefe para la extradición del holandés? A ese que tienen en Carabanchel.
:-Cierran Carabanchel, ¿lo sabías?
– Sí, venga.
– ¿Qué instrucciones? No he visto nada.
– Claro que no las has visto. Son secretas. ¿Cómo las vas a ver?
El Gera se medio incorporó y, apoyando la manaza derecha en el borde exterior de su mesa de trabajo, se inclinó hacia la de Carlos e hizo volar el papel. La hoja planeó hasta Carlos y luego, acelerando su caída, se deslizó hasta la esquina de la habitación.
– ¡Hale! -dijo Carlos.
Se levantó de su silla y la recogió del suelo. Sentándose de nuevo, leyó en silencio.
– ¡Hale! -repitió-. Oye, esto parece como de Los intocables. Chara, chara -entonó empuñando un lápiz como si fuera un micrófono-, la polisía española, en un operativo sin occisos, escamoteó al conosido traficante de sustansias psicotrópicas, extrayéndolo de la cársel en la que se encontraba y braveando a las huestes mañosas que pretendían delibrarlo de las garras justisieras.
– Carlos.
– Qué.
– No te ganarías la vida imitando a portorriqueños.
– De Juan -dijo el subcomisario desde el pasillo-, déjese de coñas.
– Sí, señor. Oiga, jefe, es que esto parece un poco tremendista, ¿no?
El subcomisario se asomó por la puerta.
– De Juan -dijo hablando muy despacio y con aire de infinita paciencia-. Kleutermans es uno de los mayores traficantes de heroína de Europa…
– Sí, señor.
– … y yo no me arriesgo a que sus cómplices me monten un pollo a la puerta de Carabanchel y se lo acaben llevando en un helicóptero.
– No, señor -dijo Carlos.
– Porque tienen el dinero y son capaces. ¿Horcajo?
– Estamos en ello -dijo el Gera desde su mesa.
El subcomisario, que estaba mirando a Carlos, giró la cabeza, dirigió la mirada hacia el Gera y estuvo un rato en silencio. Después suspiró, se dio la vuelta y salió del despacho, cerrando la puerta con cuidado.
– Gera, ¿me quieres decir por qué, si nosotros somos cocaína, nos tenemos que ocupar de este tío que es heroína? ¿Eh?
– Ni idea. Le deberá el jefe un favor al del grupo quinto, qué sé yo. Además -añadió bajando la voz-, de lo que este tío es contrabandista es de porros.
Carlos levantó una ceja.
– No me jodas. Aquí dice que tú y yo nos llevamos al Kleutermans este por carretera y así derrotamos a los malos, subtilizándolo, dice subtilizándolo, porque se espera…, todo el mundo espera, craso error, que nos lo llevemos en avión unos días después rodeados de geos y con los jueces aplaudiendo desde la terraza de observación de Barajas.