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– Ya ves.

– Pero bueno, ¿está concedida la extradición?

– Sí.

– Y digo yo: ¿se puede hacer esto de escamotear a un tío como si fuéramos Houdini?

– ¿Quién?

– Judini, Gera.

– Ah, ya, el de la Schiffer. Mira que está buena, la tía. Oye, Carlos, se extradita a un tío a Francia porque los franceses están deseando echarle la vista encima o los holandeses, no sé ya quién. ¿Y a ti qué más te da cómo lo entregas? Vamos, digo yo.

– No sé. Digo que habrá que hacer las cosas por lo legal, ¿no?

– Tú sabrás. Tú eres el abogado, pero me parece que para extraditar a un tío no hace falta sacar los tanques a la calle. Oye, ¿no nos entregan los franceses a etarras todos los días sin pasar por el juez?

– Sí, Gera, cada vez menos y además no es lo mismo. Oye, jopé…, bueno, da igual. A nosotros nos dicen que hay que entregar al Papa en Sarajevo y nosotros a entregarlo aunque sea en fiambrera. Oye, que yo con un traficante de caballo de ésos, como si se le caen los éstos. ¿Cuándo se hace público que mandamos al Kleutermans este en avión?

– No es público todavía. Pero dice el jefe que el 27. -Hojeó el calendario que había encima de su mesa-. El… 27, miércoles.

– ¿Tú crees que va a venir el ejército de liberación a por él? -preguntó Carlos con tono escéptico.

– Hombre, como dice el jefe, con el dinero que manejan estos tíos cualquier cosa es posible. Oye, que a mí no me parece mal que les demos la sorpresa a todos y, que nos lo llevemos en coche el lunes mientras los malos piensan que nos lo vamos a llevar en avión el miércoles.

– Sí, no antes del lunes, que está lo del fútbol y se lo debemos a Pepillo. No me lo pierdo por nada. ¿Has hablado con él?

– Coño, Carlos, pareces su novia. Ha estado comiendo en casa, no se le ha caído nada y le he dicho que, como no le meta un gol a Molina, lo despellejo.

– Eso ya me lo has dicho antes.

– Ya. Eso mismo me dijo Pepillo. Y yo le dije que se lo recordaba para que lo tuviera presente y se fuera enterando de lo que vale un peine. Ná. Está como un flan.

– Eso también me lo has dicho antes.

El Gera bostezó.

– Yo es que soy como los noticiarios de la radio. Cuando no hay noticias nuevas repito las de antes. Me preocupa más bien Jacinto. Horcajo suelto por Madrid sin que sepamos lo que está haciendo, me pone malo. ¿Tú qué crees que está haciendo?

– Mira, Gera, si se ha arriesgado a volver a España sabiendo que, como lo pillemos, lo fileteamos, como no es un chulo, te aseguro que no ha venido de vacaciones. Ha venido a algo muy concreto. Pero a algo gordo, Gera.

– De Colombia ha venido un barco cargadito de…

– Horcajos.

– Eso mismo. Muchos horcajos, bien prietos, envueltos en saquitos de plástico transparente. Oye, tú -añadió Carlos, bajando la voz-. Me parece que es la tía más importante que he conocido en mi vida.

– ¿Qué?

– Que me tiene hecho papilla, Gera, joder. Sí, hombre, sí. A ver si me dejas de mirar como si fueras una institutriz, oye, que no estoy haciendo nada malo, que lo único que he hecho ha sido enamorarme como un idiota de una señora que funde los plomos, qué quieres que te diga…

– Mira, tío, a mí como si te pones un quiosco. Tú dedícate a buscar a Horcajo y si quieres, en tus ratos libres, te enamoras del panda del zoológico. ¡No, hombre! Que has perdido el seso y no piensas en nada más, y en este curro cuando no estás al loro te va la vida, ¿oyes? Y además ¿cuántas van este año? ¿Dos? ¿Tres? Anda, Carlos, venga…

– ¿Sí? ¿Tú sabes lo que he hecho? Le he dado una llave de casa. Yo. Una llave de casa. Me dijo lo mismo que tú, que somos todos iguales, que no pensamos más que en la cama, que sabe Dios cuántas…

– … Eso se lo dirás a todas, chico…

– ¡Eso mismo me dijo! Y con el mismo tono de cachondeo… Y entonces voy yo, me levanto de la cama, voy al cajón de la cómoda, lo abro, saco la llave que tengo de repuesto y se la doy, oye.

El Gera dio un silbido.

– Sí, señor. Así es. Yo.

– ¿Y qué te dijo ella?

– Pues se quedó muda. Me miró con los ojazos muy abiertos y no dijo nada. Se levantó de la cama, se vistió, si vieras Gera cómo se viste, y se fue.

– ¿Y la llave?

– Pues me quedé hecho polvo porque no la cogió.

– No hay quién las entienda -dijo el Gera, que llevaba cinco años enamorado de su mujer y no se le pasaba.

– Ya, porque al cabo de dos minutos sonó el timbre de la puerta, abrí y allí estaba Paloma en el descansillo, con la mano extendida. Le puse la llave en la palma de la mano y se quedó, así, un rato, mirándome sin decir nada, sólo con el aire de coña. ¿Y sabes lo que hizo?

– No sé si lo voy a resistir -dijo el Gera aparentando indiferencia.

– Se la metió en el escote y se fue.

– Pues te has quedado sin llave.

– Sí. Y ahora no quiere salir conmigo.

Carlos alargó la mano hacia el teléfono, descolgó el auricular y marcó el cero.

– Ponme con el parque -dijo y se rebuscó los bolsillos en busca de un cigarrillo. El Gera lo miraba con una sonrisa plácida-. Mierda -dijo-, no, no es a ti -añadió dirigiéndose al auricular. Rió-. Vaya forma de empezar una conversación si no. No, oye, perdona. Quiero que me dejéis un coche rápido, un Opel grande si es posible, para el lunes por la mañana… A devolver el… -miro al Gera, que con el dedo índice hizo un gesto rotatorio hacia adelante-, el martes por la noche… Para ir a Francia. Vale. Esto del tabaco me va a costar una enfermedad.

Inclinó la cabeza y se rascó la barbilla por entre los pelos de la barba.

– Anda que como te pida que te afeites la barba… -dijo el Gera.

– Vamos a por Horcajo -dijo Carlos, poniéndose de pie.

– Vamos, Judini.

18.15

– Date prisa, tío -dijo el Pitri con impaciencia-. Anda, tío.

– Calla, tío…, cuanto más me des el coñazo, más voy a tardar -le contestó el otro-. O hacemos el bisnes bien o te compra la nieve tu madre… ¿Con qué la has cortado?

Respiró profundamente.

Olía mal en el retrete del bar.

– Venga, tío, que nunca te he engañado.

– ¿No? ¿Y la postura de la semana pasada?

– No tuve la culpa yo, tío -contestó el Pitri levantando la cabeza y mirando con rapidez a su alrededor, como si alguien hubiera podido oírle en tan exiguo recinto-. Venga, tío.

– Calla, joder, coño -contestó el otro.

Tenía las facciones huidizas y tal parecía que la nariz se hubiera adelantado dejando atrás al resto de la cara. El pelo pardusco, peinado hacia atrás con fijador y pegado al cráneo a mechones, se le despegaba de la nuca. En la Ballesta se le conocía por Palo, contracción de pájaro loco. Un personaje peligroso.

Palo se inclinó de nuevo sobre el sucio lavabo. En la jabonera había un vaso grande lleno de lejía hasta el borde. En la mano izquierda, Palo tenía una papelina abierta en cuyo centro había un gramo de cocaína. Con la punta de una pequeña navaja cogió una mínima cantidad de polvo blanco y con gran delicadeza la dejó caer sobre la lejía. El Pitri, casi puesto de puntillas, seguía con angustia toda la operación.

Inmediatamente una parte del polvo cayó al fondo del vaso dejando una estela opaca al deslizarse por el líquido. Palo levantó la vista y la fijó en el Pitri, que tragó saliva nerviosamente y volvió a levantar la cabeza hacia el techo. Respiró hondo para que se le pasara la angustia que le oprimía el pecho y el nudo que se le había formado en la garganta, no se le fuera a escapar un sollozo. Siempre tenía miedo cuando concluía un trato así. Y Palo tenía fama de ser mal enemigo. A Pitri le temblaba una rodilla; se apoyó con los riñones contra la pared y al segundo se separó de ella empujándose con los codos. Y luego se volvió a apoyar y se volvió a separar; hinchaba y deshinchaba los carrillos como si le faltara el aire. Cuando Palo bajó la vista, ambos volvieron a mirar el vaso, pero Pitri siguió con su rítmico movimiento.