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– Coño, Gera-dijo María-, si tienes celos, también te hago un serviciete a ti. Claro que -añadió riendo- con lo grande que eres y el paquete que paseas… -Le acercó la mano al pantalón. El Gera se apartó con brusquedad-. Ayyy, Gera, que no sé.

– María -dijo Carlos-, ¿has visto a Horcajo?

– Yo a ese señor no lo conozco.

– Déjate de coñas, María.

– ¿Y qué? Te iba yo a decir dónde está si lo supiera. ¿Y a mí quién me protege por las noches? ¿Eh, tío? Ni aunque lo tuviera debajo de la cama. Quita, quita.

Dio media vuelta y empezó a andar.

– María -dijo Carlos. María se detuvo, giró la cabeza e hizo un gesto de interrogación con la barbilla-. Como yo me entere de que sabes dónde está Horcajo y que no me lo dices, te va a pesar.

– Mira, tío. Ni lo sé, ni me importa. No me meto con nadie, doy de comer a mi niña y a mi chulo y hago el trotur, como dicen los franceses. No quiero líos con Horcajo. ¿Y sabes por qué?

– No tengo ni idea.

– Porque no sé cuál de los dos es peor. Si tú o él.

– Oye, Carlos -dijo el Gera-. No quisiera interrumpir la conversación, pero me parece que aquel que sale de ese portal es el Pitri. A lo mejor él sabe más que María, ¿eh?

Y se puso a cruzar la calle a grandes zancadas.

– Tú y yo tenemos que tener una luna de miel un día de éstos -dijo Carlos mirando a María.

Y luego se alejó en pos del Gera.

– Ni aunque el tuyo sea el último rabo que quede en el mundo -dijo María en voz baja.

19.30

– Qué va -dijo Carlos-. Se nos escapó.

– ¿Qué pasa, que por la calle de la Ballesta corre más ese tío que vosotros? -preguntó Paloma.

– No. Es que estaba lejos cuando lo vio el Gera y se escabulló por la calle de la Puebla. A esa hora está el barrio lleno de gente y no es cuestión de andar sacando las armas y armar un cirio.

– Me gustaría que me llevaras una noche. La verdad es que nunca he estado…

– Esta noche, sin ir más lejos…

– No, bobo, calla. ¿Qué os ha hecho el tío ese?

– Él, nada.

– ¿Y por qué no lo dejas en paz? Un tío que lo único que hace es vender papelinas, esnifar y no meterse con nadie… Mejor sería que os dedicarais a encontrar a los etarras esos que se pasan la vida poniendo bombas en El Corte Inglés y matando concejales. Vosotros, siempre a lo fácil. Hale. Un pobre desgraciado.

– Tu pobre desgraciado…, caramba, Paloma. ¿Por qué me tienes que echar una bronca detrás de otra? Ni que yo fuera el salvador de la patria.

– Bueno. Es que te gusta ser salvador de la patria, Pedrito Alcázar.

– No. A mí, lo que me gusta es hacer mi trabajo, como si estuviera en una ventanilla pegando sellos, ¿oyes?, y luego, echar el cierre e irme a ligar contigo, que es lo que de verdad me mola, chica, tía.

– No me decías eso esta madrugada…

– Maciza.

– Calla… Esta madrugada me decías que tú vivías en el inframundo, en la porquería, salvándome a mí la vida de princesita. Dime si eso no es tener vocación de caudillo. Y, por si eres de derechas, te diré que tuve un novio que era del Grapo, me enteré luego, ¿eh?, y que se tiró un año en la cárcel y los tuyos lo cosieron a tortas.

– Y dale. Yo no coso a nadie a nada, Paloma -dijo Carlos con paciencia-. Tus novios no me interesan nada. Y es verdad que anoche me dio un poco nacional. Pero no me hagas caso…

– No te hago caso.

– Era por impresionar. ¿Te casas conmigo?

– No. ¿Qué os ha hecho el tío ese que perseguíais por la Ballesta?

– Nada, pero sabe dónde está un pollo que se llama Horcajo y que es el tío más malo del mundo. Si lo pillo, lo despellejo o, como dice mi jefe, lo fileteo y lo cocino en su jugo.

– ¿Por qué?

– Horcajo, madrileño de Chamberí, es fino. Además de dedicarse a asesinar a gente, es uno de los primeros importadores de cocaína colombiana en España. Ahora ya no vive aquí…

– ¿Por qué?

– Se tuvo que marchar a Bogotá… -Carlos dudó un momento-. Es un tío muy normal…, es hasta simpático. Bueno, bah, se fue. Y ahora ha vuelto…

– ¿Qué hizo?

– Da igual lo que hiciera. Perrerías. El caso es que se tuvo que marchar y ahora ha vuelto. Y si ha vuelto, quiere decir que lo hace por un motivo poderoso. Y cuando Horcajo trae un motivo poderoso, generalmente quiere decir cocaína cantidubi. Y eso quiere decir muchos chavales envenenados. Y quiere decir…

– Oye, aquí el mundo es libre, ¿no? Aquí se envenena cada cual con lo que le da la gana… Entiéndeme. No me tomes por una libertaria anarco…

– Pues no te quiero ni contar cómo suenas.

– Pero tú, por ejemplo, es un decir, te envenenas con tu tabacazo y nadie se mete contigo, ¿no?

– Tú, Paloma, tú te metes conmigo, que debe de ser vocacional. Y, además, ésa no es la cuestión. Jo, no me digas que vamos a tener que hacer filosofía a estas alturas del partido. Uf… Cada cual que esnife lo que quiera, y la droga para el que la esnifa. A mí, lo que me revienta es que Horcajo se forre y, con él, el cártel de Medellín de las bolas, y no den opción a los chavales jóvenes y, además, distribuyan la droga a camellos que se dedican a cortarla con toda clase de porquerías que acaban matando a la gente.

– Oye, oye, que ya estás otra vez como una moto… Te digo que, si quieren, que se envenenen con regaliz, si ése es su rollo…

– Ya. Y para pagarse la porquería, te roban la radio del coche…

– No tengo coche.

– El Gera tiene y, hace tres días, le rompieron la ventanilla y le quitaron la radio. Ya ves. No te rías.

– Que os roben a vosotros la radio del coche es como de risa, ¿no?

– Ya ves, ninguno es perfecto. Y además, jo, qué bárbara, es que no perdonas una. A lo que voy. ¿Y si a ti te asaltan a punta de navaja? ¿Y además te violan?

– Me tendré que aguantar. Son cosas de la vida moderna en las ciudades. No tiene nada que ver con la droga, sino, más bien, con el color de mi sostén. Y oye, que el gobierno distribuya la droga gratis y ya verás cómo se acaban los robos a punta de navaja y la cosa de las radios. Claro que, entonces, los vendedores de radios se quejarán, ¿no?

– No es así de fácil -dijo Carlos.

– A ti lo que te pasa es que no sabes qué contestar a eso.

– Vale, pero mientras tanto, yo, como enganche a Horcajo, lo despellejo.

– Oye, Carlos, ¿por qué se gana tanto dinero en esto de la droga?

– Bueno, en el argot solemos decir que cada kilo de droga hay que multiplicarlo por mil, por cinco y por diez. Y te salen las dosis que le sacas a cada kilo. No es exacto, porque varía según las mezclas que haga el distribuidor o según la demanda del mercado o según la codicia del camello, pero… más o menos.

– No entiendo.

– Mira. Cada kilo tiene mil gramos, ¿no? Esos mil gramos son adulterados de dos maneras. Bueno…, esto…, se adulteran para sacar más droga, ¿no? Vamos a ver. Toma un kilo de cocaína. Primero, reducen su pureza: si el contenido de cocaína que trae el polvo está, pongamos por caso, al ochenta por ciento, lo cortan sucesivamente hasta dejarlo al cuarenta…, con mucha suerte, o al treinta. Vale. Ya tienes multiplicado el polvo por dos y medio. Luego los distribuidores o los traficantes adulteran el polvo con otras sustancias, azúcar, manitol, quinina, harina, qué sé yo… La mierda que se les ocurra. Y así, cada gramo lo convierten en dos y medio, más los dos y medio de antes, cinco. De esos cinco gramos sacan entre cuarenta y cincuenta dosis, más o menos, siempre y cuando los camellos no las corten más aún. Total, que de cada kilo salen cincuenta mil dosis.

– Su padre.