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– Florín -dijo el holandés.

– Dile que ni hablar. O dólares o nada.

– Dólar -dijo el Gera.

Kleutermans no lo dudó un instante.

– Ya -dijo con firmeza.

– Te voy a explicar, Gera, porque tú no entiendes. Este tío nos acaba de ofrecer ciento cincuenta kilos a cada uno. No sé si me sigues.

– Me parece poco. Para lo que nos jugamos…

– Coños con Onassis.

– Ya, Onassis -dijo Kleutermans riendo.

– Dile que dos o nada.

– Dos -dijo el Gera levantando dos dedos.

– Dri -dijo Kleutermans-. Dri -levantando tres dedos.

– Con eso le comprabas a Paloma el Golf GTI ese que quiere.

– Eso mismo digo yo. Y nos cortaban los cataplines éste, que tiene una pinta de traidor que no puede con ella, y luego el jefe y luego el superjuez Garzón, que es una fiera. Nada, no podemos hacerlo. ¿Dónde íbamos a disfrutar del botín?

– Bueno, podríamos hablar con Horcajo, a ver si nos diera un trabajito en Colombia.

– Ya -dijo Kleutermans-. Ya. Horcajo. Colombia…

– Tú ríete con esto de Colombia, pero es el único sitio al que podríamos ir. A la puta selva con los mosquitos y con Horcajo. Vaya un panorama.

– Mierda, Carlos. No disfrutaríamos ni un cuarto de hora.

– Pero ¿tú no estabas a favor de la despenalización de la marihuana?

– Sí. ¿Y?

– Pues que éste es un traficante de marihuana y, si hay que despenalizarla, deja de ser un delincuente. A mis ojos por lo menos.

– Nada. Si fuera a ser una sinvergonzonería y no se notara, todavía. Pero es que para cobrar esa pasta hay que soltar al holandés este. Y se iba a enterar hasta Dios.

Guardaron silencio.

– Dile a éste que sentimos no poder aceptar su interesante proposición.

– Sentimos no poder aceptar su interesante proposición, ¿sabe?

Kleutermans levantó las cejas.

– Silencio -le dijo Carlos y dio un frenazo innecesario que echó al holandés hacia adelante. Se puso muy colorado. Una vena como el dedo de un niño se le hinchó en medio de la frente.

– Es que a mí estas cosas me dejan con mal cuerpo. ¿Sabes lo que te digo, Gera? A lo mejor empiezo a entender a Horcajo. Son muchos duros y lo único que hay en el otro platillo de la balanza son muchas horas de vida perra. Vaya pastón. Este tío se ha pasado de mi precio en trescientos o cuatrocientos millones. Digo yo que será por eso que se me ha revuelto el estómago. Pero te digo una cosa: no me gustaría que me hubiera hecho el ofrecimiento a solas.

– Ya. De todos modos no habrías sabido negociar y te hubiera acabado ofreciendo diez kilos en vez de cuatrocientos cincuenta. Ya ves.

– Desde luego, somos un par de chorras. Hablamos como si estuviéramos en una película de esas de Miami. Pues vaya una gilipollez.

Y soltó una carcajada.

11.00

Javier Montero, presidente del consejo de administración del Banco de Crédito Comercial, CRECOM, reclinándose contra el respaldo, hizo que su sillón girara ciento ochenta grados. Quedó así frente al enorme ventanal desde el que podía ver, a sus pies, el paseo de la Castellana y, al fondo, la sierra. Sobre los picos algo chatos de Navacerrada quedaban difuminados en el horizonte incierto de la calima restos de la nieve ya sucia del invierno. Madrid, a diferencia de las otras grandes capitales de Europa, es una ciudad de contornos muy precisos. Como no tiene alturas apreciables, desde cualquier rascacielos pueden alcanzarse con la vista todos sus confines.

Abajo, el tráfico era muy intenso, pero, protegido por el aislamiento especial de los dobles cristales, Montero no oía nada. El silencio en su despacho era completo.

Suspiró. Alargó el brazo izquierdo hacia atrás y de la mesa de despacho cogió un paquete de cigarrillos. Extrajo uno, se lo puso en la boca y lo encendió con un mechero Dunhill de oro que sacó del bolsillo interior de su chaqueta. Mientras sostenía el pitillo en una mano, con la otra tamborileó sobre el brazo de su sillón. Lo hacía con aplicación, intentando repetir, una y otra vez, el mismo ritmo rápido con el mismo compás quebrado; un-dos-tres, uno-dos; un-dos-tres, uno-dos. Pensó «tres veces más sin equivocarme y lo dejo».

Detrás de él, sonó uno de los teléfonos que había encima de la mesa. Hizo girar el sillón, alargó una mano y descolgó el auricular.

– Sí -dijo.

– Don Javier -dijo su secretaria con su voz suave y eficaz-, es don Andrés, que acaba de llegar de Ginebra.

– Que pase en seguida… -Antes de que acabara de hablar, se abrió la puerta del despacho y entró Andrés Martínez-Malo. Montero se puso de pie, rodeó la mesa y extendió la mano-. Andrés. Pasa, hombre, pasa, pasa. ¿Qué tal el viaje? Venga, siéntate aquí y cuéntame. Espera. ¿Quieres un café?

Así, en posición de apretón de manos, Montero llevó a Martínez-Malo hasta un tresillo que estaba a la derecha del despacho. Siguiendo la vieja costumbre de quienes siempre, por instinto, se colocan en posición de ventaja frente a sus interlocutores, Montero se sentó de espaldas al ventanal.

Martínez-Malo sonrió.

– Uf, he tomado tres mil en el avión…, pero, bueno, bah, si tomas tú, sólo si tomas tú, me tomaré uno.

Montero tocó un timbre que había en la mesita de al lado del sofá. Se abrió la puerta.

– Dígame, don Javier.

– Marta, ¿nos quiere traer unos cafés? -Miró a Martínez-Malo y levantó una ceja-. Venga, Andrés, que me tienes sin dormir desde hace una semana.

Andrés se pasó la lengua por el labio superior.

– No sé por dónde empezar… Bueno, el… Crédit et Banque du Cantón es un banquito suizo. Hasta la sede social, en vez de estar en Zurich como todos, está en Lausana. ¿Y sabes quién es el socio mayoritario? -Montero hizo un gesto negativo-. El Landowner's Bank. Ya sabes lo que eso quiere decir, ¿no?

– Espérate a ver… Sí -dijo Montero al cabo de un instante-. Sí que lo sé, sí. Landowner's Bank de Londres quiere decir Goldblum & Pierce de Chicago. Y Goldblum de Chicago quiere decir Qatar. ¡Vaya! ¿Para qué va a intentar Qatar meter dinero secretamente en el Crecom? ¿Petrodólares? Es la gente del emir de Qatar.

– Bueno, Qatar…, sí… Pero no me fío. No sé. Me huele fatal. Con franqueza, no veo cómo van a desembarcar ahora los qatarís en España. ¿Ahora? ¿Con todo el follón del dinero árabe en España en plena ebullición? ¿Con lo de KIO por medio? Dime cómo se las van a componer para saltarse los escándalos que han armado aquí los tipos de KIO. Aparte de que no me parece que el Banco de España vaya a facilitar la entrada de capital árabe en bancos españoles.

– Sencillo, Andrés. Si son lo suficientemente fuertes, piden hora con el gobernador, le dicen que quieren meter dinero en el Crecom para sanearlo, que van a poner de presidente a un español que no sea yo et voilá. Hijos de su madre. ¿Sabes quién, no?

Martínez-Malo asintió.

– Sí sé quién, sí… Pero, en cuanto a los árabes… -Torció el gesto-. No sé, Javier, la verdad. Mira que si todo esto es una cortina de humo -dijo Andrés con gravedad.

– ¿Una cortina de humo?

– Te voy a contar una historia, Javier, y no te la vas a creer. ¿Cuándo empezó el asalto?

– ¿Al capital? ¿La compra de acciones del Crecom? El 3 de mayo.

– Me ha costado un montón de dinero, no creas, averiguar todo esto, ¿eh? -Sacó una pequeña libreta del bolsillo interior de su chaqueta, abatió la tapa y consultó unos datos que tenía puestos a lápiz en una de las páginas-. Vamos a ver. El viernes 29 de abril, el director del Crédit et Banque du Cantón llamó a Lobatón a Zurich…

– ¿Lobatón?