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– Pues no sé de qué te preocupas, chico. Te has forrado, eres joven y ahora viene otro a disfrutar del trono… No seas egoísta, Shylock.

– No es cuestión de egoísmo, Paloma…

– ¿Que no? Lo tienes todo: Ferrari, casa en la Moraleja, un pastón, yate, no…, yates, mujer guapa, niños -tosió desde el fondo de la garganta-, querida…

– No seas bestia. Tú no eres una querida… Eres… otra cosa.

– ¿Sí? Chico, qué resistencia a llamar a las cosas por su nombre. Oye, y te juro que no me molesta. Las cosas son como son. Si yo fuera presidenta del Crecom y me tirara a un tío tan bueno como tú, diría que yo, poderosa empresaria, tengo un querido al que me tiro en un apartamento de Padre Damián…

– Paloma, no me parece que te tengas que poner así de desgarrada.

– Te molesta, ¿eh? De verdad que me tenéis frita. No entendéis nada. Yo voy al apartamento de Padre Damián porque me da la gana. A ver si te enteras. Soy yo la que voy, no tú el que me arrastra.

– Sí, pero yo, además, te quiero.

Paloma respiró hondo. Javier se la imaginó, al otro lado del hilo telefónico, cerrando los ojos mientras se le dilataban un poco las ventanas de la nariz.

– Entre otras muchas cosas, caprichoso -dijo Paloma-. Y, encima, te da vergüenza.

– No me da vergüenza -rió-. Un poco de alipori sólo. Esto de aventar los sentimientos por teléfono… Pero ¿me tengo que avergonzar de lo que tengo? Es la vida que me he hecho. Es… mi mundo… Qué quieres que te diga.

– ¡Hale! El machismo del…, del… macho ibérico, eso, me tiene fuera de mí en estos días. De verdad, Javier, no entendéis nada… Y además, todo es siempre igual. Para vosotros, todo tiene que ser un juego -añadió con pasión-. El riesgo más grande, el coche más grande, el banco más grande, la fortuna más grande. Nunca os basta, ¿eh? Dime que no.

Javier tardó un buen rato en contestar.

– No -dijo. Y colgó.

Paloma se apartó el auricular de la oreja como si quemara y se lo puso delante de la cara.

– ¡Bah! -dijo y colgó el teléfono con rabia.

13.45

– ¿Un poco más de rioja, Horcajo? -dijo don Julio Galán.

– Bueno. Medio vaso…, gracias.

– Oye, Jacinto -dijo José Luis Álvarez-, deberíamos explicarte el plan con más detalle…

– Ya sabes -dijo don Julio-, para que no te quepa duda y lo apruebes… Me tranquilizaría bastante.

Miró a José Luis.

– Muy bien. Ahora me lo explicáis…, pero lo que me parece cómo matar chinches a cañonazos es andar utilizando un camión blindado de los de trasladar dinero.

– Es de Transmoney -como si eso lo explicara todo.

– No lo dudo. Pero ésa no es la cuestión. ¿De dónde lo habéis sacado?

– Se lo compré yo de segunda mano a un gitano que tiene un descampado en Canillejas.

Horcajo se inclinó hacia adelante.

– ¿No será el Chino?

– Vaya, hombre -dijo José Luis-. Es que los conoces a todos. Sí, es el Chino, sí.

– Bueno, no me parece mal, José Luis, siempre y cuando te andes con mil ojos, que este tío es más traidor que Judas.

– Ni te preocupes. Lo tengo marcado. Él lo sabe y sabe que le vuelo la chabola y los churumbeles y el cementerio de coches, como se le ocurra respirar torcido.

– Bueno, mientras sepa que es el tío más malo del mundo…

– Yo creí que ése eras tú, Jacinto.

– ¿Yo?

– Eso dice el Gera.

– Ése. -Se quedó pensativo-. Vaya. La verdad es que no me sorprende que lo diga -añadió después-. ¿Los tienes marcados?

– Ni te preocupes. Hoy Carlos y el Gera se han ido de viaje. No vuelven hasta mañana. Han cogido un coche potente…, un Opel…, y han dicho que lo devuelven mañana por la noche. Yo creo que se han ido a Francia.

– ¿A qué?

José Luis hizo un gesto de incertidumbre con la boca.

– No sé. No estoy muy seguro, la verdad… Pero creo…, vamos, yo juraría que se han llevado en coche a un tío que había que extraditar a Francia o a Holanda. Eso es lo que más o menos se decía esta mañana en la brigada.

– ¿Qué tío?

– Ah. No tengo ni idea. Pero tiene que ser alguno gordo. Me entero si quieres.

– Hombre, bueno, por el interés histórico. ¿Qué se ha dicho del secuestro de Marey esta mañana?

– ¿En la Audiencia?

– A mí me está interesando -interrumpió don Julio-, porque, la verdad, se diría que éste no es un caso aislado. Y si empezamos así con toda la policía…

– Anda, Galán, no le eches más cara de la necesaria, venga, que pareces un cínico de película. Yo os digo una cosa. A la policía española…

– … ahora que ya no perteneces a ella… -rieron.

– … ahora que ya no pertenezco a ella, a la policía española no le pasa más que tiene el resacón de cuarenta años de mandar sin que nadie se atreviera a toserle. Y, de repente, se muere ese santo, y se encuentran con que llegan unos piernas al poder y les dicen esto se ha acabado, usted me va a hacer el favor de actuar con la ley en la mano. Se acabó. Se acabó matar impunemente a etarras, se acabaron las torturas, se acabaron las denuncias, se acabaron las persecuciones políticas y las delaciones. Se acabó. Todo el sistema que había sido legal, sobre el que se había basado la actuación de la policía durante medio siglo…, de repente dejó de ser legal de la noche a la mañana. Así. -Chasqueó los dedos-. ¿Tú sabes lo que cuesta cambiar de rumbo?

– Ya -dijo José Luis.

– No, José Luis, ya, no. Porque, al mismo tiempo, a esos mismos policías se les dice, todo eso está muy bien y que hay que respetar la ley y tal y, al mismo tiempo, se les organiza el GAL. Oye, ¿en qué quedamos? Mis ex colegas no comprenden nada. Es como…, como si vives toda la vida en una casa de putas y viene un tío y te lleva a vivir a un palacio. Y dices, jolín, me voy a tener que lavar las manos y la cara para no manchar la seda, pero viene tu jefe y te dice, no, hombre, que no hace falta, porque en realidad, aunque vivas en el palacio, por las noches vas a volver a dormir a la casa de putas. De modo que no te cambies.

– Oye, Jacinto, que tampoco hace falta buscar una explicación tan filosófica a que unos cuantos jefes monten una mafia policial. La montan y se acabó. Cualquiera que te oiga diría que Carlos de Juan es hermano gemelo tuyo.

– ¿Ah sí? ¿Dice lo mismo, o qué?

– Más o menos.

– Bueno, a lo que íbamos. ¿Has estado en lo de Marey?

– Na. ¿Para qué? Los han pillado, los han pillado. Qué quieres que te diga.

– En fin, lo que yo os diga, a mí me parece que usar un camión blindado son ganas de montar el pollo por Madrid; pero, bueno, es verdad que es más seguro. ¿Y el Pegaso?

– El Pegaso está preparado -dijo José Luis-. Todos los perfiles tienen una doble cámara. Todo tubo que sea susceptible de recibir un tubo similar pero más grande que se le superponga, llevará entre tubo y tubo falso, entre eje y eje falso, entre perfil y perfil falso, un colchón de saquitos de plástico llenos de cocaína, sí, señor -rió.

– Funcionará. -No fue una pregunta.

– Funcionará. Mira, ha ido estupendamente otras dos veces.

Horcajo torció el gesto.

– ¿Dos? Ya son muchas.

– Ni te preocupes. Es la última vez que hacemos un transporte de cocaína así.

– Y además -dijo don Julio-, es absolutamente legítimo. -Rió de buena gana, con su solemne risa de conejo-. Mandamos el Pegaso lleno de muebles para la redecoración del Consulado de España en Amsterdam. No hay ni que preocuparse.

– Ciento ochenta kilos de nieve pura -dijo José Luis poniendo los ojos en blanco-. Ya me gustaría a mí ser los holandeses.