– Jopé…, y nos entregas a tus cómplices enganchados como longanizas…
– Pero vaya longanizas, amigo. Otrosí digo, como solías tú decir cuando querías demostrarnos que eras abogado, aquí, sálvese quien pueda, ¿no?, que la vida está llena de riesgos. ¿Qué dices, Gera?
El Gera hizo una mueca. Frunció el ceño.
– Cuéntanos algo más.
– Coño, ¿te parece poco doscientos kilos de harina de la mejor?
– No está mal, pero dinos algo más… Danos, por ejemplo, el nombre del representante del cártel de Medellín en España.
– No hay, Gera. El negocio es demasiado sencillo y se hace demasiado dinero con él como para que sea necesaria una organización. ¡Si salen bandas y mafias como churros! Vienen, nos compran, distribuyen, se forran, se hacen ambiciosos y se la pegan. Y cuando se la pegan ellos, ya hay otras tres bandas haciendo cola. Y nosotros, sentaditos en Medellín o en Miami…, que eso es más complicado. Pero ¿Europa? Europa se lo monta sola. Bueno, ¿qué decís?
– ¿Cómo sabremos que no son trescientos kilos ¿que has traído…, porque los has traído tú, no? ¿Cómo lo sabemos?
– No lo sabéis, Carlos. Os vais a tener que fiar, ¿qué quieres que te diga? ¿Cómo sé yo que, si os lo cuento todo, me vais a dejar que me escape?
– No lo sabes, Jacinto.
– Pues, al final, la letra pequeña, Carlos, es que nos vamos a tener que fiar todos de todos. Yo entrego a unos tíos que ni me van ni me vienen a cambio de mi vida. Vosotros pegáis un golpe del carajo a cambio de mi vida… Oye, ahora que lo pienso, aquí, el único que se juega la existencia soy yo. -Hizo una pausa y miró a Carlos y al Gera-. ¿Vale?
– Vale -dijo Carlos, por fin-, pero nosotros ponemos las condiciones en que se hace la operación.
– ¿Eso qué quiere decir?
– Quiere decir, Jacinto, que aquí no estamos jugando un partido de golf con reglas inmutables de caballerosidad, sino que estamos al loro, viendo de qué va en cada momento. Vamos…, que aquí no hay árbitro.
– … Y que me sigo cagando en tu madre -dijo el Gera con gran seriedad.
Horcajo suspiró. Bebió un gran sorbo de su cuba-libre. Luego, con extremo cuidado, como si le fuera a estallar entre las manos, colocó el vaso en el suelo.
– Vine a Madrid con doscientos kilos de cocaína al ochenta por ciento… a hacer un negociete discreto, sin que me viera nadie. Monto la operación y me escondo… Mecachis la mar. Debe de haber aproximadamente una posibilidad entre un millón de que me tope con vosotros… y me encontráis dos veces por casualidad en menos de una semana. Es para pegarse un tiro. Qué le vamos a hacer. Ciento ochenta kilos son para una banda holandesa. Nos pagarán por ellos tres millones doscientos mil dólares, de los cuales dos y medio… en diamantes. -Carlos frunció el ceño y el Gera se enderezó-. El intermediario, que es un español, recibirá los veinte kilos restantes por su trabajo, que incluye organizar el intercambio, garantizar la operación y facilitar el transporte de la nieve hasta Holanda.
– Oye -dijo Carlos-, el intermediario se mete en el bolsillo, sin que le cueste un duro, ¿eh?, de bóbilis, mil y pico millones de pelas, que es lo que cuesta esta mercancía debidamente tratada y puesta en la calle de la Ballesta y en los cenáculos de la alta sociedad madrileña… ¡Carajo!
– Diamantes -dijo el Gera-. Espérate un momento, que tú y yo sabemos seguro de dónde salen estos pedruscos. La lista y las fotos que nos dio el Sopla ayer…
– Los holandeses que se van a llevar la nieve son los que secuestraron al tío ese de Amsterdam…
– No, si te digo yo que dais un golpe de campeonato… y encima me escatimáis la libertad… -dijo Horcajo. Rió.
– Carambas, tío, ésta sí que es gorda.
– Oye, tres millones doscientos mil dólares son…
– Unos… quinientos millones de pelas -dijo Horcajo-, no te molestes en calcularlo, que me lo sé de memoria. Eso, dividido entre ciento ochenta kilos, -recitó de carrerilla- son más o menos dos millones seiscientas mil pesetas por kilo, un precio intermedio entre lo que se paga en Miami y lo que se paga en Madrid. Y luego, puesto en la calle, ¿cómo se calculaba? ¿Por mil, por cinco y por diez? Una provechosa operación para todos.
– Oye, Gera, ¿tú qué tal vas de matemáticas?
– Más o menos igual que tú; pero, por lo menos, llego a darme cuenta de que el holandés no es que haya cobrado dos millones y medio de dólares por su rescate, sino, una vez de regreso a Amsterdam, agárrate, diez o doce mil kilos de pesetas, que es lo que valdrá la droga cuando la comercialice. ¡Vaya negocio, tío!
– Oye, si quieres, también lo calculamos en liras italianas, que da mucho más.
– Jacinto, y toda esta maravilla, ¿cuándo ocurre?
– Pasado mañana.
– ¿Dónde?
– En Madrid.
– No me digas, buhigas, que se me caen las ligas. Quiero decir dónde en Madrid.
– Se supone -interrumpió el Gera- que tú tienes la cocaína, los holandeses han llegado con los diamantes y un poco más de pasta, y todos os juntáis a contar los diamantes y analizar nieve en casa del intermediario español.
– Sí.
– Pero, como no llevas la nieve encima, la vas a tener que recoger en algún sitio.
– Sí. No vais a tener más remedio que seguirme paso a paso. Mira, hombre, no imaginaba yo que iba a llevar guardaespaldas de lujo… Una cosa sí quiero deciros: los holandeses son mala gente y son más ligeros con las armas que Billy el Niño.
– Ya nos cuidaremos -dijo Carlos-. Oye, ¿y el intermediario quién es?
– El regalo-guinda.
– La tarta de la casa. Ya me lo imagino. Pero ¿quién es?
– Es ahora uno de los grandes traficantes de España. Te va a gustar. Don Julio Galán Torrent, alias Gato.
– ¿Y qué? -preguntó el Gera.
– Espera un momento -dijo Carlos-. Julio Galán es el de los muebles de oficina. ¡Claro! Los camiones Gato. Como si lo viera: trasladan muebles y nieve, sí, señor. Pero, Gera, ¿no te suena?
– Debo de ser muy bruto.
– Es el suegro de José Luis Álvarez, el inspector José L…
– ¡Ahí va diez! Me ca… Anda con la mosca muerta. Hijo de puta…, siempre mezquino, ¿eh, Carlos?, siempre ratilla, José Luis. Con la de cosas que te ha debido de contar de nosotros, siempre husmeando el tío, no sé cómo te hemos pillado. Mírale. Hombre, va a ser una de las satisfacciones de esta operación…
– Regular, Gera, porque eso quiere decir que no la vamos a poder montar con efectivos de la brigada, no vaya a haber un soplo, se entere José Luis y adiós Madrid. Nada… Fatal.
– Mira, tiramos a José Luis al Manzanares esta noche.
– No te sirve, porque, así, faltará de casa de su suegro, se olerán la tostada y adiós Madrid…
– Os voy a decir lo que hacemos. -El Gera se echó hacia adelante para explicarles su plan, pero se calló de golpe. Miró a Jacinto-. Me cago en tu padre, Jacinto.
– Ya -dijo Carlos-. Como hace una pila de años.
El Gera sacudió la cabeza.
– ¡Aj! -dijo-. Lo primero que vas a hacer, Jacinto, es llamar a tu gente y decirles que no se preocupen por ti, que estás bien, que estás con una tía, que siempre lo haces antes de una operación, que te calma los nervios,