que crees en los reyes magos, lo que quieras…, pero que no se nos asusten hasta su debido tiempo… ¿Cuándo empieza el lío?
– A las ocho de la mañana de pasado mañana.
– Di que estarás ahí a menos cinco. ¿Tienes algo más que decir a alguien más? -Horcajo hizo un gesto negativo con la cabeza-. No te lo voy a repetir, Jacinto, porque… no te lo voy a repetir, ¿eh? Pero voy a estar detrás de ti, como si fueras mi novio y, como muevas un dedo de donde deba estar, te meto todo el cargador en el cuerpo, ¿vale?
Horcajo se puso pálido.
– Es que no te queremos como antes -dijo Carlos.
– Y tú, llama a Paloma, que debe de estar al borde del infarto.
– Sí, bwana. ¿Has pensado que hagamos esto tú y yo solos?
– Ya lo hablaremos. -El Gera miró nuevamente a Horcajo-. Lo siento, Jacinto, pero te vas a pasar un par de días esposado a un radiador. Bueno, la verdad es que no lo siento nada. Voy a llamar a Carmen para decirle que me quedo aquí un par de días.
– Dile que venga. Sitio hay -dijo Carlos.
– Como le diga que venga y luego viene y ve a Jacinto, le saca los ojos. Mejor, no.
22.15
– ¿Estás bien? -preguntó Paloma por el teléfono. Su voz sonaba bronca y tensa.
– Estoy bien, no te preocupes. Siento lo de antes. De veras… Nos pusimos tan histéricos que ya ni… Tuvo suerte Jacinto de que llegaras cuando llegaste…
Hubo un largo silencio. Tanto, que Carlos dijo:
– ¿Estás ahí?
– Oye, ayatola, me asustaste. No te había visto así…
– Lo siento, de verdad que lo siento. Es cuando me pongo el disfraz…
– No es un disfraz, Carlos, que lo sé yo. Eres así. -Había asombro en la voz de Paloma-. Tan tierno a ratos…, tan brutal a ratos, qué sé yo… Oye, Drácula, como me mires así una sola vez, una sola vez, ¿eh?, en tu vida, te lo digo ahora, pego una carrera tal que no me alcanzas ni en coche.
Carlos suspiró.
– ¿Cómo están las cosas? -dijo Paloma.
– Ya, bien. Bien… Eso, bien. ¿Vas a venir? -Paloma volvió a estar callada durante un rato-. Ésta es tu casa… Bueno, habíamos hablado de eso… Ya, ya lo sé, a ratos y vaya momento de ofrecértelo. Pero no se me han quitado las ganas de ponerte mi cabeza en el regazo.
Por fin, Paloma soltó una carcajada.
– Ya sabía yo dónde me metía… Bueno -rió de nuevo-, así conozco a Horcajo, el que me faltaba del trío. No lo habréis sacudido.
– No.
CAPITULO XI
Y al séptimo día, todos los guerreros descansaron.
CAPITULO XII
5.45
– Tengo la impresión de no haber dormido nada -dijo Paloma-. ¿Qué hora es?
– Cualquier disparate. -Carlos bostezó largamente y, con los ojos apenas entreabiertos para que no le molestara la luz, encendió la lámpara de la mesilla de noche-. Las seis… o algo así… A estas horas, yo no sé cómo se dice la hora esa que pone el despertador… Me da la impresión de que hemos apagado hace media hora.
– Es que hemos apagado hace media hora -dijo Paloma, mordisqueándole la oreja-. Y esto es lo que tú llamas una historia de amor, sexo y lujo.
– Dos de tres, no está mal… Tengo el paladar como una jaula de grillos.
Paloma bostezó, sacó los brazos de debajo de las sábanas y se estiró.
– Aaaaah… Tú sigue teniéndome a este ritmo y pronto será uno de tres, porque también se nos acabará el sexo por agotamiento… Oye, tú… -añadió al cabo de un momento-, nadie te da derecho a hacerme esas cosas cuando hago mis ejercicios matinales… ¿Adonde vas?
– A ducharme… Tengo un par de cosillas que resolver antes de almorzar, ya sabes…
Paloma se puso seria. Se destapó bruscamente, se levantó de un salto y lo siguió al cuarto de baño.
– Oye, tú…
– … Mover un poco de capital aquí y allá. Ya sabes, como los banqueros -dijo Carlos cogiendo la máquina eléctrica de afeitar.
– No tienes gracia… Como enciendas ese aparato, rompo… rompo… algo… Grito.
Carlos empezaba a acostumbrarse a estos bruscos cambios de talante y pensó que, a estas horas de la mañana, era preferible contemporizar.
– Vale, vale.
– Si tú te crees que me trago toda esa demencia que me explicasteis tú y el Gera anoche, vas de cráneo. ¡Y yo aquí como una idiota, con el morbo puesto…! ¿Será posible? La esposa del guerrero. Nada, como está chupado… Esto no tiene problema alguno, no, no. Ningún problema. Os vais a meter en la guarida del lobo, que sois un par de tarados mentales, y os van a coser a tortas. -Lo agarró por los costados y lo forzó a volverse hacia ella-. ¿Tú, o sea, tú has visto los ojos de Horcajo? ¿Los has mirado bien? Ése es como Jomeini…, una fiera. -A Paloma se le escapó un sollozo de angustia y rabia-. ¡Aj! Pero, por Dios, Carlos, ¿no te acuerdas de lo que os hizo en Francia…? Que te pusiste enfermo sólo de contármelo.
– Espera, espera, eh, eh, no te pongas así, anda -dijo Carlos; le puso las manos a ambos lados de la cabeza y, con los pulgares, le acarició las cejas-. Calla, boba. No te pongas así, anda.
– ¿Que no me ponga así? Y pensar que hace una semana iba yo por libre en la vida…, tan tranquila… Que no me ponga así, dice. Anoche lo miraba mientras contabais vuestras batallitas y os reíais… ¿Sabes lo que te digo? Los únicos que os reíais erais el Gera y tú. Jacinto no se reía; él hacía ruidos con la garganta. Pero yo le miraba los ojos, ¿sabes?
Carlos movió la cabeza para hacerla callar, como queriendo decirle que entendía bien su preocupación pero que no tenía importancia.
– Ya, ya lo sé. Qué te crees. ¿Que nos chupamos el dedo? Paloma. Al Gera y a mí no se nos olvida que sigue siendo el tío más malo del mundo y que, a poco que pueda, nos manda al otro barrio… Ésa es la ventaja que le llevamos, porque lo que él no sabe es que su vida pende de un hilo finísimo porque él cree, vamos, que a pesar de nuestros ladridos nos ha engañado…
– No me convence… No me convence nada. ¿O sea que yo me enamoro como una tonta hace un minuto y medio de un tío al que dentro de dos van a poner como un colador? -Sorbió-. Pues vaya bacarrá he hecho…
– Tú tranquila, que no nos va a pasar nada.
– Sí. Eso mismo le dijo Julio César a su nena cuando salía para el senado a charlar con Bruto. ¿Has visto qué culta…? Y encima, me enamoro de este tío que me da una vida de perros y no me deja dormir. -Carlos rió-. ¿Pues sabes lo que te digo? -dijo Paloma-. Voy a ir a hablar con el Gera.
– Espero que no vayas así… Aunque, la verdad, no habrá visto el tío un trasero así en su vida.
Paloma se puso colorada.
– Huy -dijo. Volvió al cuarto y se puso los vaqueros y la camiseta de algodón-. Os voy a hacer café. -Se volvió hacia Carlos y, con gesto desafiante, se subió la cremallera de los vaqueros-. Idiota… Y, además, Carmen lo tiene bien bonito.
– Menos respingón que el tuyo.
7.45
Como cada jueves, la actividad en el polígono industrial de Coslada era ya intensa para tan temprana hora. En la calle de Los Llanos de Jerez circulaban muchos camiones y coches de gente que llegaba al trabajo, pero se veían muy pocos peatones. Sola en la agitación de aquella mañana, la gran nave de Muebles de Oficina Gato permanecía vacía y silenciosa. Desde muchos años antes, los 28 de mayo eran día feriado en la industria Gato: se celebraba así el cumpleaños de don Julio Galán. En esta ocasión, se trataba nada menos que del sesenta y cinco aniversario del industrial toledano, edad más que respetable, al llegar a la cual muchos hombres de empresa, cansados de luchar, escogen el retiro y un bien merecido descanso. A media tarde, don Julio reuniría a sus empleados en el espléndido y habitual ágape que celebraba en un restaurante de San Fernando de Henares. Generalmente, se trataba de un almuerzo; pero, en esta ocasión, se había dado preferencia a la idea de una merendola, único modo que tenía don Julio de atender unos asuntos particulares que le urgía resolver. Buen pájaro estaba hecho.