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Nick, mientras tanto, había detenido el Mercedes unos metros más atrás, dejándose delante espacio suficiente para girar en redondo y arrancar a toda velocidad si la evolución de los acontecimientos lo requería. Nick Kalverstat era un excelente profesional del crimen.

Apagó el motor y se quedó sentado en el interior del coche. Alargó la mano derecha y, del asiento contiguo, cogió su pistola. Después se puso a esperar.

Manolo desatrancó las puertas. El guardaespaldas que quedaba a su lado se bajó del camión y abrió la puerta trasera.

El primero en bajar del compartimento trasero fue el segundo guardaespaldas. Ambos miraron hacia la entrada de la nave. Si hubieran sido de instintos más agudos o hubieran conocido bien a don Julio Galán, se habrían dado cuenta de que algo estaba fallando estrepitosamente. Don Julio, en efecto, no se había movido de donde se encontraba y miraba hacia el camión con mal disimulada angustia. Su actitud era anormal. Carlos y el Gera tuvieron suerte de que el primero en bajar del camión no hubiera sido José Luis.

Fue Jacinto Horcajo el siguiente en aparecer. Salió hacia su derecha, es decir, en dirección al Mercedes. Luego, girando sobre sí mismo, le dio la espalda para así poder ver cómo se bajaban del blindado Christiaan, seguido de Hank, que aún no había soltado su cartera, y, finalmente, de José Luis.

– Vosotros dos -dijo entonces Jacinto a los guardaespaldas-, bajad la nieve de ahí dentro.

Los guardaespaldas volvieron a subir al camión.

Todo ocurrió muy de prisa.

Mientras los dos falsos guardias estaban en el interior del camión blindado disponiéndose a cargar con maletas y bolsas, Horcajo dio tres pasos hacia atrás, como si hubiera querido rodear el vehículo por su parte trasera. En ese preciso instante, desde el armario metálico situado delante del camión y un poco a su izquierda, Carlos dio un grito y, al mismo tiempo, pegó con la culata de su pistola un tremento golpe en el lateral del armario. Todos se sobresaltaron y empezaron a volverse hacia el lugar de donde procedían las voces.

– ¡Policía! -gritó Carlos.

Horcajo se agachó y se giró hacia el Mercedes pretendiendo ir a guarecerse detrás de él. Y Nick, identificándolo instintivamente como aliado, abrió la portezuela del automóvil y se dejó caer al suelo de la nave, rodando hacia donde estaba Jacinto. Éste, en cuclillas y con la pistola apuntando hacia donde era de suponer que se escondía Carlos, es decir, más o menos en dirección a un punto por detrás del que, al lado del camión, estaban José Luis Álvarez, Hank y Christiaan, movió la cabeza para poder ver cómo Nick se acercaba a él. Con la mano en la que sujetaba la pistola, le hizo un gesto para indicarle que fueran a protegerse detrás del camión.

Pero, al mismo tiempo, el Gera, al oír los gritos de Carlos, salió de su escondite cercano al portalón de entrada y dio un empujón a don Julio, que cayó al suelo. Luego, plantándose en medio de la nave a la espalda del Mercedes, gritó «¡Policía!» y, por lo que pudiera pasar, hizo dos disparos al aire, pero no muy al aire. De hecho, justo por encima de las cabezas de los tres que se encontraban al lado del blindado. Las detonaciones sonaron como las trompetas del Apocalipsis en el espacio cerrado de la gran nave Gato.

– Carajo -dijo el Gera.

Nick Kalverstat, desde donde estaba en el suelo, se revolvió hacia el Gera y le disparó sin apuntar.

A menos de un metro de distancia, Jacinto Horcajo levantó su pistola con total frialdad y la acercó todo lo que le daba el brazo a la cabeza de Nick. Apretó dos veces el gatillo y la cabeza de Nick estalló como si fuera una sandía madura.

– Mierda -dijo Jacinto y se levantó del suelo. Se puso a correr hacia el Gera-. ¿Estás bien? -le preguntó cuando llegó a su altura.

– Su padre -dijo el Gera, que estaba muy pálido-, le ha faltado el canto de un duro.

Jacinto se detuvo un instante y volvió la cabeza:

– No dejéis de mandarme una postal, ¿eh?

Y siguió corriendo hacia el portalón.

En la confusión de los disparos, Carlos se había acercado corriendo al camión, doblado en dos y con el arma sujeta a dos manos, con los brazos rígidamente estirados. Sin dejar de apuntar a los holandeses, cerró la puerta trasera del camión blindado empujándola con el codo. Los dos guardaespaldas quedaron encerrados en el interior. Y Manolo, tumbado en el asiento del conductor, repetía:

– Ay, coño, ¿por qué me habré metido?, ay, la virgen.

Carlos apretó el cañón de su pistola contra la espalda de Hank Kalverstat.

– Ne muvié pa plus -dijo.

CAPITULO XIII

VIERNES 29 DE MAYO

El diario El País de aquella mañana destacaba tres acontecimientos ocurridos en Madrid.

Las dos primeras noticias eran de tanto peso que habían merecido honores de resumen en portada.

Una decía: Javier Montero, presidente del Crecom, hace una OPA para desplazar a las viejas familias financieras.

La otra refería un suceso acaecido la mañana anterior en la calle de Ortega y Gasset: Cuatro muertos en un inexplicable tiroteo a la puerta de un banco.

La tercera noticia decía así:

La policía de Madrid se incauta de 180 kilos de cocaína pura.

Un alijo de 180 kilos de cocaína de gran pureza fue aprehendido ayer por inspectores de la Brigada de Estupefacientes en una nave del polígono industrial de Coslada. El valor de la droga incautada es de 500 millones de pesetas, lo que comercializado en la calle alcanzaría un precio de doce mil millones de pesetas. En la operación fue detenido Julio Galán Torrent, dueño de la empresa de fabricación de muebles Gato.

M.ED. Madrid.

La cocaína, que había llegado a España al parecer desde Portugal, adonde habría sido trasladada por mar desde Colombia, iba a ser vendida a una banda de traficantes holandeses. Como intermediario habría actuado el empresario madrileño Julio Galán, que fue detenido. No se descarta la presunta implicación de un inspector de la Brigada de Estupefacientes, yerno de Galán, que se encontraba en la nave de muebles Gato, de Coslada, en el momento en que intervino la policía.

En el transcurso de la operación, se descubrió que los presuntos traficantes holandeses estaban en posesión de un centenar de diamantes de gran valor que, se supone, iban a ser utilizados para pagar la droga. Los diamantes, informa desde Amsterdam Gerardo Gómez, podrían ser los entregados el domingo pasado como rescate por el secuestro de un conocido empresario holandés, Kees van de Wijn. Van de Wijn aún no ha sido liberado. Las autoridades españolas han solicitado la ayuda de la Interpol para que se establezca la procedencia de las piedras preciosas.

En la operación de ayer, en el transcurso de la cual se utilizó un camión blindado, presumiblemente para transportar la droga, se produjo un tiroteo en el que hubo un muerto. Fueron detenidos, además, el conductor del camión, dos guardaespaldas y dos hermanos holandeses, Hank y Christiaan Kalverstat. Precisamente un tercer holandés, Nick Kalverstat, hermano de los anteriores, resultó muerto de un disparo en la cabeza.

– Oye -dijo Paloma-. No os citan.

– Hombre -dijo Carlos-, no se suele.

– ¿No decía Horcajo que os iban a dar la laureada?

– Sí, mañana o pasado.

El Gera suspiró.

– ¿Tú te has fijado que aquí nadie habla de los veinte kilos de nieve que había para Gato como premio a su labor?

– Ya -dijo Carlos riendo-. ¿Cómo van a hablar? ¿Sabes dónde están? En la caja de seguridad del banco. Salimos todos corriendo y allí se quedaron.

– Ahivé -dijo el Gera-, y nosotros no podemos decir nada, porque ¿cómo le contamos al jefe que fue Horcajo el que nos dijo que allí estaban? ¿Si, según tú, Horcajo se nos ha escapado y nunca llegamos a echarle la vista encima?