– Sí.
– Hubiera buscado otra cosa. Se hubiera servido de otro pretexto.
– Pero se sirvió de eso. -Su voz era firme-. Si yo no hubiera brindado un móvil, quizá ese hombre no hubiera muerto.
– Eso no lo sabes.
– No, ni lo sabré. Eso es lo que no puedo soportar, no saber. Y siempre me sentiré responsable.
Él hizo una pausa, hasta reunir el valor para preguntar:
– ¿Volverías a hacerlo? -Ella no contestaba, y él insistió, porque necesitaba saberlo-: ¿Volverías a tirar aquella piedra?
Ella se quedó pensativa mucho rato, dejando la mano inmóvil bajo la de él. Al fin dijo:
– Si sólo supiera lo que sabía entonces, sí, volvería a hacerlo.
Como él no contestara, ella giró la mano y oprimió la de él interrogativamente. Él miró las manos y luego la miró a ella.
– ¿Qué dices? -preguntó Paola.
Él, con voz átona, respondió:
– ¿Necesitas que yo lo apruebe?
Ella movió la cabeza negativamente.
– No puedo, ¿comprendes? -dijo él no sin cierta tristeza-. Pero sí puedo decirte que no eres responsable de lo que le ocurrió.
Ella meditó sus palabras.
– Ah, Guido, tú siempre empeñado en remediar los males del mundo.
Él tomó la taza con la mano libre y bebió otro sorbo.
– Y no puedo.
– Pero eso es lo que quieres, ¿verdad?
Él se quedó pensativo y al fin dijo, como el que confiesa una debilidad:
– Sí.
Ella sonrió y volvió a oprimirle la mano.
– Creo que basta con querer.
DONNA LEON