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– Quizá no -dijo ella sonriendo-; pero hay veces…

– … en las que te gustaría estrangularme. -Eyron terminó la frase por ella.

– Yo no iría tan lejos -replicó ella-. Aporrearte un poco, tal vez sí.

– Me alegro de tu moderación. No me considero un buen luchador.

– ¡Eyron teme a una chiiica! ¡Eyron teme a una chiiica!

– ¡Cállate, Poesía! -ordenó el ente, en tono molesto.

– ¡La la la, la la la, la la la!

Ryana tuvo que reír ante los repentinos y rápidos cambios que pasaban por las facciones de Sorak. Un momento era Eyron, el adulto maduro, sereno y organizado, y al siguiente era Poesía, la criatura provocadora e incontrolable. Su expresión facial, su porte, el lenguaje de su cuerpo, todo cambiaba bruscamente de acá para allá al manifestarse alternativamente cada una las dos diferentes personalidades.

– Me satisface ver que lo encuentras tan divertido -le dijo Eyron, irritado.

– ¡La la la, la la la, la la la! -se mofó Poesía con un sonsonete agudo.

– Poesía, por favor -intervino Ryana-. Eyron y yo estábamos conversando. No es de buena educación interrumpir a los mayores cuando hablan.

– Oh, de acueeeerdo… -replicó el ente, abatido.

– Nunca me escucha a mí como te escucha a ti -dijo Eyron, mientras la expresión enfurruñada de Poesía era bruscamente reemplazada en el rostro de Sorak por la expresión fastidiada de Eyron.

– Eso es porque te muestras impaciente con él -repuso Ryana-. Los niños siempre reconocen los puntos débiles de los adultos, y se apresuran a aprovecharse de ellos.

– Me impaciento porque le encanta fastidiarme.

– Es sólo una estratagema para llamar la atención. Si lo mimaras un poco más, no tendría tanta necesidad de provocarte.

– Las mujeres son mejores para estas cosas.

– Quizá; pero los hombres lo harían igual de bien si se molestaran en aprender. La mayoría olvidan muy fácilmente lo que era ser un niño.

– Sorak fue niño -protestó Eyron-, pero yo no.

– Hay algunas cosas en todos vosotros que no creo que llegue a comprender jamás -suspiró Ryana, resignada.

– Es mejor limitarse a aceptar algunas cosas sin intentar comprenderlas -respondió Eyron.

– Hago lo que puedo.

Siguieron conversando durante un rato mientras andaban, y eso ayudó a pasar el rato durante el trayecto, pero Eyron se cansó pronto de la caminata y se replegó al interior, lo que permitió que la Guardiana se manifestara. En realidad, en cierto modo ella había estado presente todo el tiempo porque, al igual que la Centinela, nunca se encontraba muy por debajo de la superficie. Como su nombre daba a entender, su papel principal era el de actuar como protectora de la tribu. Era una figura fuerte y maternal que a veces interactuaba con los otros de forma activa, y otras se contentaba con permanecer pasiva; pero estaba siempre allí como una presencia moderadora, una fuerza que mantenía el equilibrio en la tribu interior. Mientras ella se manifestaba, Sorak también se encontraba allí como una presencia implícita y, si lo deseaba, podía hablar, o simplemente limitarse a escuchar y observar mientras la Guardiana se relacionaba con Ryana.

Cuando salían los otros al exterior, las cosas solían ser algo distintas. Si Poesía ocupaba la palestra, Sorak y la entidad podían estar en el exterior al mismo tiempo, como dos individuos despiertos en el mismo cuerpo; otro tanto sucedía con Sorak y la Guardiana, o con Sorak y Chillido. Pero, si se trataba de Eyron, o el Vagabundo, o cualquiera de los otros que eran personalidades más fuertes, a menudo el muchacho no se encontraba allí. En tales ocasiones, se desvanecía en el interior de su propio subconsciente, y no se enteraba de lo ocurrido durante el tiempo en que una de las entidades más fuertes había tomado el mando a menos que la Guardiana decidiera concederle acceso a esos recuerdos. Kivara era quien parecía ocasionarle mayores dificultades. De todas sus personalidades, era la más indisciplinada e imprevisible, y los dos se encontraban a menudo en oposición.

Sorak le había contado que, si Kivara pudiera salirse con la suya, saldría más a menudo al exterior, pero la Guardiana la mantenía a raya. La Guardiana era capaz de dominar a todas las otras personalidades, incluido Sorak, a excepción hecha de Kether y la Sombra; y estos dos se manifestaban raras veces.

Ryana había necesitado diez años para acostumbrarse a las complejidades de las relaciones entre los miembros de la tribu interior del elfling, así que podía imaginar lo que sentiría cualquiera que se encontrara con Sorak por vez primera, y también podía comprender por qué éste no se molestaba en explicar su peculiar condición a los que se cruzaban en su camino. No lograría más que asustar y desconcertar a la gente. Sin su adiestramiento en el arte del Sendero, también él se habría sentido asustado y desconcertado. Se preguntó si existiría algún modo de que pudiera volverse normal.

– Guardiana -dijo, sabiendo que la intimidad de sus propios pensamientos sería respetada a menos que invitara a la entidad a leer su mente-, he estado pensando en algo; pero, antes de que hablemos de ello, quisiera asegurarme de que no lo tomarás a mal. No es mi deseo ofender.

– Jamás pensaría eso de ti -respondió ella-. Habla pues, y habla con franqueza.

– ¿Crees que existe alguna posibilidad de que Sorak pueda ser normal alguna vez?

– ¿Qué es normal? -quiso saber la Guardiana.

– Bueno… ya sabes lo que quiero decir: como todos los demás.

– Todos los demás no son iguales. Lo que es normal para una persona puede no serlo para otra. Pero creo comprender lo que quieres decir. Deseas saber si Sorak podrá ser alguna vez sólo Sorak, y no una tribu de uno.

– Sí; no es que desee que no existáis, tienes que comprenderlo. Bueno… en cierto sentido, supongo que sí lo deseo, pero no es debido a ningún sentimiento que tenga contra vosotros. Ninguno de vosotros. Es sólo que… si las cosas hubieran sido diferentes…

– Comprendo -repuso la Guardiana-, y ojalá pudiera contestar tu pregunta, pero no puedo. Va más allá del ámbito de mis conocimientos.

– Sí, claro… Supón que encontramos al Sabio -dijo Ryana-, y supón que él puede cambiar las cosas con su magia, hacer que Sorak ya no sea una tribu de uno, sino simplemente Sorak. Si eso fuera posible… -Su voz se apagó.

– ¿Cómo me lo tomaría? -La Guardiana completó el pensamiento por ella-. Si fuera posible, supongo que dependería de cómo fuera posible.

– ¿Qué quieres decir?

– Dependería del modo de conseguirlo, suponiendo que pudiera conseguirse -replicó ella-. Ponte en mi lugar, si puedes. No eres tan sólo Ryana, sino que Ryana es una faceta de tu personalidad; compartes cuerpo y mente con otras facetas, que son igualmente parte de ti, aunque separadas. Digamos que has encontrado un hechicero que puede hacerte igual que todo el mundo…, es decir, igual en el sentido que tú utilizas. ¿No te preocuparía el modo en que fuera a hacerse?

»Si este hechicero te dijera: "Puedo convertirte en un solo ser, unir todas tus facetas en una persona armoniosa"; bueno, en ese caso podrías estar dispuesta a aceptar tal solución, y aceptarla ansiosa. Pero ¿y si ese mismo hechicero te dijera: "Ryana, puedo hacer que seas como todos los demás; puedo hacer que únicamente Ryana exista, y que todos los otros desaparezcan"? ¿Estarías entonces tan ansiosa por aceptar tal solución?

»¿No sería lo mismo que pedirte que estuvieras de acuerdo en las muertes de todos los otros? Y si damos por sentado, por seguir con la discusión, que tú aceptaras esa situación, ¿cuál sería el resultado? Si todos los demás fueran entidades distintas que constituyeran una unidad mayor, ¿qué se ganaría, y qué se perdería? ¿Si ellos murieran, qué clase de persona quedaría? ¿Una que fuera completa? ¿O una que no fuera más que un fragmento de un individuo equilibrado?