Tampoco eran éstos los únicos peligros del desierto. Allá en el templo villichi, Ryana había estudiado todas las formas de vida que habitaban Athas, y los depredadores del desierto habían llenado todo un montón de pergaminos. Las Montañas Resonantes no carecían de peligros, pero no podían ni compararse con lo que guardaba el desierto. Era un lugar de quietud y belleza etérea, pero también prometía la muerte al imprudente. Durante el día, un viajero alerta, bien versado en los peligros del desierto podía tomar medidas para evitarlos; por la noche, los peligros se multiplicaban al despertarse los depredadores nocturnos.
Y la noche se acercaba rápidamente.
2
A medida que descendía por el cielo, el sol proyectaba una luz casi irreal sobre el desierto, inundándolo de un resplandor ambarino y anaranjado. Con el anochecer, el llameante cielo athasiano adquirió un tono rojo sangre, que poco a poco se fue tornando carmesí oscuro cuando las dos lunas gemelas, Ral y Guthay, iniciaron su peregrinaje por los cielos. Sorak y Ryana acamparon bajo un viejo árbol de pagafa; sus tres troncos azulverdosos se alzaban desde la base y se bifurcaban en retorcidas ramas desnudas, y, en cuanto empezó a escasear la luz, partieron algunas de sus ramas más pequeñas para encender una fogata. Las briznas de hierba seca que arrancaron del suelo se encendieron con facilidad bajo las chispas de sus pedernales, y muy pronto un buen fuego crepitaba en la pequeña depresión que habían cavado para la hoguera.
Ryana bebió frugalmente de su odre, a pesar de la sed que sentía. La larga travesía le había dejado una gran sensación de sequedad, pero el agua tenía que durar hasta que llegaran al oasis de Arroyo Plateado, que se encontraba al menos a otro día de viaje en dirección este. Sorak tomó apenas unos sorbos de su odre, y pareció que tenía suficiente. Ryana envidió su capacidad elfling para arreglárselas con menos agua, y recordó con melancolía el arroyo cercano al convento, donde el agua fluía desde las cimas de las montañas y caía en cascada sobre las rocas del lecho fluvial. Era agua dulce, fría y buena para beber, y pensó con cariño en todas las veces que ella y sus hermanas habían descendido corriendo hasta la laguna después de una sesión de entrenamiento con las armas, se habían despojado de sus ropas y jugueteado en la estimulante piscina. Entonces ella lo consideraba como algo normal, y ahora le parecía un lujo increíble poder bañarse cada día y beber hasta hartarse.
En aquellas ocasiones, Sorak siempre se había alejado de las demás para descender un poco más río abajo siguiendo la orilla hasta un lugar donde las aguas fluían por encima de enormes rocas planas situadas en medio del lecho del río. Se acomodaba en el lugar de costumbre sobre la roca mayor y se sentaba con las piernas cruzadas en medio del agua dando la espalda al grupo de la laguna, que se encontraba a poca distancia río arriba. El sonido del agua lo ahogaba todo excepto algún que otro grito alegre emitido por las hermanas que jugaban en la laguna, y él permanecía allí sentado a solas, la mirada fija a lo lejos o vuelta hacia el agua a las rocas más pequeñas del fondo. Ryana había aprendido a no acompañarlo en tales ocasiones, ya que a menudo parecía necesitar estar solo. Solo para sentarse y meditar.
Al principio, cuando eran pequeños, Sorak acostumbraba unirse a las hermanas en sus juegos en el estanque; pero, al ir creciendo éstas, empezó a alejarse por su cuenta. Ryana solía preguntarse si ello se debía a que la creciente percepción de su naturaleza masculina hacía que le resultara incómodo juguetear desnudo con las otras.
A medida que crecía y empezaba a tener conciencia de su propia sexualidad femenina, Ryana contemplaba a menudo los cuerpos de las otras hermanas y los comparaba con el suyo, que siempre le había parecido inadecuado. Las otras eran más altas y más delgadas, con extremidades más vigorosas y cuellos más elegantes. Todas parecían hermosas. Comparada con ellas, sus proporciones resultaban achaparradas y poco atractivas; sus pechos y caderas eran más voluminosos, el torso más corto, y las piernas, aunque largas según los cánones humanos, parecían demasiado cortas comparadas con las de ellas. Y los cabellos de sus hermanas resultaban mucho más hermosos que los suyos. La mayoría de las villichis nacían con una espesa melena roja, bien del color del fuego o de un rojo oscuro con reflejos más claros, por lo que su plateada cabellera parecía deslustrada en comparación.
Miraba a las otras hermanas y se preguntaba si Sorak las encontraba tan hermosas como le parecían a ella. A lo mejor, se decía, el joven había empezado a ausentarse de sus juegos porque su naturaleza masculina hacía que las contemplara en la misma forma en que ella, llevada por su propia naturaleza femenina en desarrollo, lo contemplaba a él.
Claro está que ella no sabía entonces que la naturaleza de Sorak era mucho más compleja que eso. Ignoraba que varias de sus personalidades eran femeninas. Ahora sabía que, cuando se había alejado para meditar a solas, lo había hecho preocupado por cuestiones no de la carne sino de identidad. Cada vez más, a medida que crecía, se había sentido atormentado por preguntas sin respuesta. ¿Quién era él? ¿Qué era su tribu? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Cómo había nacido él?
La apremiante necesidad que tenía de averiguar las respuestas a aquellas preguntas era lo que lo había empujado a abandonar el convento y embarcarse en la búsqueda del Sabio. Pero ¿quién sabía el tiempo que duraría esta búsqueda? Athas era un mundo inmenso con muchos lugares secretos, y el Sabio podía encontrarse en cualquier sitio.
Durante años, muchos más de los que ellos tenían, los profanadores también habían buscado al Sabio sin éxito, y ellos poseían su poderosa magia profanadora para ayudarlos en su investigación. ¿Sin magia, podrían ellos tener más éxito?
– No me puedo sacar de la cabeza la idea de que hay algo más en El diario del Nómada que simples consejos a los viajeros -dijo Sorak sentado con las piernas cruzadas en el suelo frente al fuego. Las llamas apenas daban luz suficiente para leer, pero, con sus ojos de elfling, el joven no tenía dificultades para descifrar las palabras-. Escucha esto -anunció, y empezó a leer un párrafo del diario en voz alta.
«En Athas, existen varias clases diferentes de clérigos. Cada uno de ellos rinde homenaje a una de las cuatro fuerzas elementales: aire, tierra, fuego o agua. Desde luego, las últimas son quizá las más influyentes en nuestro sediento mundo, pero todas son poderosas y dignas de respeto.
«Existe otro grupo de personas que se autodenominan "los druidas" y que, al menos según la mayoría de los informes, están considerados como clérigos. Los druidas se caracterizan por no rendir homenaje a una única fuerza elemental, sino que más bien se esfuerzan por defender la moribunda fuerza vital de Athas. Sirven a la naturaleza y al equilibrio planetario. Mucha gente la considera una causa perdida, pero ningún druida admitirá jamás tal cosa.
»En algunas ciudades, se glorifica al rey-hechicero como si fuera una especie de ser inmortal. De hecho, muchos de tales gobernantes son capaces de otorgar poderes mágicos a los templarios que les sirven. ¿Están éstos realmente al nivel de las fuerzas elementales veneradas por los clérigos? Yo no lo creo.»
Ryana meneó la cabeza.
– Si existe algún significado oculto en esas palabras, yo no puedo percibirlo -dijo.
– A lo mejor el significado no está realmente oculto sino más bien insinuado -apuntó Sorak-. Considera lo que el Nómada ha dicho aquí. En apariencia, parece como si se limitara a escribir sobre la magia de los clérigos, describiendo lo que existe. En este párrafo del diario, en su mayor parte, reseña lo que todo el mundo ya sabe. ¿Por qué sería necesario hacerlo? A menos que él estuviera también diciendo algo más, algo que no resultara tan evidente a primera vista.