– ¿Como qué? -inquirió ella.
– Menciona las cuatro fuerzas elementales: aire, tierra, fuego y agua. En realidad esto es algo que todos los niños saben, pero luego continúa diciendo que las últimas son quizá las más influyentes en nuestro sediento mundo.
– Bueno, eso tiene sentido -repuso Ryana-. El agua es desde luego el elemento más importante en un mundo árido como el nuestro.
– Pero no dice «la última es»; dice «las últimas son» -dijo Sorak-. Eso significa las dos últimas fuerzas que menciona, agua y fuego.
– ¿Y? El fuego también es importante. -Ryana frunció el entrecejo.
– Pero ¿por qué? -inquirió él-. Aparte, desde luego, de las razones obvias de que facilita calor y luz, y energía para cocinar. Enseguida podemos darnos cuenta de por qué el agua puede ser más importante que el aire y la tierra, pero ¿por qué el fuego? Además, en realidad no dice que el fuego y el agua sean más importantes; dice que son los más influyentes.
– Sigo sin comprender -dijo Ryana con expresión perpleja-. ¿Qué es lo que ves en esas palabras que yo no veo?
– Quizás estoy leyendo en ellas algo que realmente no está ahí -replicó Sorak-. Pero sospecho que no es así. Piensa: aquí nos habla del tema de la magia clerical. También menciona a los druidas. Bien, los dos hemos sido adiestrados en la Disciplina del Druida, y sabemos que para la magia clerical los elementos aire y tierra son mucho más valiosos que el fuego. Las plantas necesitan aire y tierra para crecer, y agua, desde luego, pero no necesitan fuego. Más bien lo contrario; el fuego es el enemigo de todo lo que crece. Además la magia clerical, en especial la de los druidas, no se obtiene principalmente del fuego. Se saca más bien de la tierra.
– Eso es cierto -concedió la muchacha.
– Así pues, ¿por qué, en una sección del diario dedicada a describir la magia clerical, dice él que el fuego posee más influencia que la tierra y el aire? Tal vez tenga más influencia en las vidas de las personas, pero no en esa magia. Existen muchos más clérigos que rinden homenaje a las fuerzas elementales del aire y la tierra que al fuego.
– Sin embargo hay algunos que lo hacen -observó Ryana-. En especial entre los enanos.
– Pero ¿se consagran al fuego o al sol? -preguntó Sorak.
– En realidad al sol -respondió ella con un encogimiento de hombros-. Pero eso es la misma cosa, ¿no?
– ¿Lo es? En ese caso, ¿por qué no lo dice? Incluso aunque lo fuera, hay muchos menos sacerdotes solares que aquellos consagrados al aire y la tierra. La gran mayoría veneran la tierra, y luego el aire. Pero en este párrafo sobre magia, donde habla de druidas en particular, también habla del fuego como algo más influyente que la tierra y el aire. O, al menos, eso es lo que parece decir aquí. Y ningún druida venera el fuego.
– Ningún druida venera una única fuerza elemental -repuso Ryana-. Eso sí lo dice.
– Sí, sí que lo dice -siguió Sorak-. Así pues, ¿por qué parece decir que el fuego y el agua son más influyentes que la tierra y el aire para la magia clerical?
– No lo sé.
– Considera también esto -dijo él-. Continúa diciendo que a los reyes-hechiceros se los glorifica como si fueran seres inmortales.
– Bueno, son inmortales -afirmó ella-; su magia profanadora hace que lo sean, en especial una vez que han iniciado la metamorfosis en dragón.
– Pero no dice que sean inmortales- insistió él-. Dice que se les glorifica como si fueran inmortales; lo que nos está diciendo es que no son inmortales, que aunque pueden vivir eternamente gracias al poder de su magia, se les puede matar con facilidad.
»Y toma en cuenta además las palabras que escoge cuando escribe lo siguiente: "… muchos de tales gobernantes son capaces de otorgar poderes mágicos a los templarios que les sirven. ¿Están éstos realmente al nivel de las fuerzas elementales veneradas por los clérigos? Yo no lo creo". En apariencia, parece como si el Nómada estuviera diciendo aquí que los reyes-hechiceros no son tan poderosos como las fuerzas elementales veneradas por los clérigos. O a lo mejor quiere decir que sus templarios no son tan poderosos. Pero, desde luego, todo el mundo sabe eso. Tanto si se es templario como rey-hechicero, nadie es más poderoso que una fuerza elemental; así que, ¿por qué molestarse en decirlo?
– ¿Piensas entonces que no es eso lo que está diciendo? -inquirió Ryana.
– Léelo con atención -dijo Sorak, pasándole el diario.
La muchacha forzó la vista para ver las páginas a la luz de la hoguera y leyó el pasaje una vez, luego otra y por fin una tercera. La cuarta lectura la hizo en voz alta: «De hecho, muchos de tales gobernantes son capaces de otorgar poderes mágicos a los templarios que les sirven. ¿Están éstos realmente al nivel de las fuerzas elementales veneradas por los clérigos? Yo no lo creo».
– Deténte ahí -indicó el elfling-. Ahora mira esa última frase otra vez. Cuando utiliza la palabra «éstos», ¿a quién se refiere? ¿O, más específicamente, a qué?
– ¿A qué? -repitió ella con el ceño fruncido. Y entonces comprendió-: ¡Ahh! ¡A qué, no a quién! ¡No se refiere a los templarios, sino a los poderes mágicos que se les confieren!
– Exacto -dijo Sorak-. En la forma en que está escrito, el significado podría tomarse de las dos maneras; pero, si se refiere a que los gobernantes no están al nivel de las fuerzas elementales, se limita a manifestar lo evidente, ya que los reyes-hechiceros utilizan esas fuerzas elementales para obtener su poder, como hace cualquier otro iniciado. Leído de la otra manera, sin embargo, parece sugerir que se pueden utilizar las fuerzas elementales para derrotar a los poderes conferidos a los templarios; y, en particular, el Nómada llama nuestra atención sobre el elemento del fuego. Cita la influencia del agua en nuestro sediento mundo simplemente para ocultar el mensaje.
– Pero ¿estás seguro de que es eso lo que quiere decir?
– Cuanto más lo pienso, más seguro me siento -respondió Sorak-. Recuerda nuestro entrenamiento con las armas allá en el convento. ¿Te acuerdas de lo pesado que parecía al principio y lo inútil que considerábamos la repetida práctica de las figuras, la continua ejecución de las mismas series de movimientos?
– Sí. ¡Teníamos tantas ganas de empezar a combatir uno contra otro! -respondió ella con una sonrisa.
– Pero ahora sabemos que aquella práctica incesante de las figuras inculcó esos movimientos en nuestras mentes y cuerpos de modo que, cuando llegaba el momento de pelear, eran realizados de forma automática y ejecutados a la perfección sin siquiera pensar en lo que hacíamos. Cuando la hermana Dyona me entregó este diario, me lo dedicó con las palabras, «un arma más sutil que tu espada, pero no menos poderosa, a su manera». Y ahora creo que por fin comprendo. El diario del Nómada es, a su manera, muy parecido a una figura de combate. Leerlo una o dos veces permite familiarizarse con los movimientos básicos; pero, al leerlo repetidamente, una y otra vez, se percibe su estructura, se comprende su auténtico contenido. Es una guía, Ryana, y muy subversiva. En apariencia, se trata de una guía de Athas; pero, en su significado más profundo, es una guía de la lucha contra los profanadores. No es de extrañar que se haya prohibido su distribución, y que los reyes-hechiceros hayan puesto recompensa a la cabeza del Nómada, quienquiera que pueda ser.
– ¿Crees que aún vive?
– Quizá no. El diario apareció por primera vez hace muchos años; nadie parece estar muy seguro de cuándo o cómo. La Alianza del Velo saca copias de él con sumo esmero y las distribuye en secreto. Está claro que el Nómada era un protector y tal vez un miembro de la cúpula de la Alianza.