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– Bien, en ese caso tendremos que averiguar qué puede hacer Chillido -decidió Sorak.

Al poco rato, coronaron una pequeña elevación y avistaron los kanks; aunque los oyeron antes de verlos, pues sus enormes mandíbulas producían sonidos parecidos al entrechocar de bastones. Habría unas trece o catorce criaturas, esparcidas a lo largo de una zona pequeña, y sus relucientes dermatoesqueletos quitinosos de color negro centelleaban oscuramente bajo la luz del sol. Por lo general, los kanks eran insectos dóciles, lo que, dado su gran tamaño, era una suerte. Los adultos llegaban a alcanzar dos metros y medio de longitud y una altura de hasta metro veinte, con un peso que oscilaba entre los ciento doce y los ciento cincuenta kilos. Sus cuerpos segmentados constaban de una enorme cabeza triangular, un tórax ovalado y un bulboso abdomen redondeado, todo lo cual estaba recubierto de un resistente dermatoesqueleto quitinoso. Sus seis patas de múltiples articulaciones surgían del tórax, y cada pata terminaba en una poderosa zarpa, que permitía al kank sujetarse a superficies o presas irregulares.

Los kanks eran criaturas omnívoras, pero no solían atacar a las personas. Se alimentaban de forraje, o subsistían a base de pequeños mamíferos y reptiles del desierto. La excepción se producía cuando se ponían en marcha para establecer una nueva colmena y los acompañaba una reina fértil. En una colonia establecida, la reina permanecía en el interior de la colmena, atendida por los kanks productores de comida, que siempre permanecían dentro de la colmena o cerca de ella, y por los soldados, cuya misión era dar protección a los productores de comida y a la reina. Una joven reina fértil acostumbraba tener el mismo tamaño que los soldados, que eran más pequeños que los productores de comida y poseían pinzas mayores. Pero, una vez creada la colmena, la reina se instalaba de forma permanente en su nido en la gran cámara central de la colmena, donde era alimentada a todas horas hasta que alcanzaba la madurez y un tamaño tres veces mayor al original. Era entonces cuando empezaba a poner huevos, en grupos de veinte a cincuenta, y continuaba poniéndolos de forma cíclica hasta el día de su muerte, como una simple máquina reproductora.

Los productores de comida alimentaban las crías con una miel verde que ellos mismos producían. Los glóbulos de miel, del tamaño de un melón, estaban recubiertos por una gruesa membrana y crecían en la parte exterior de sus abdómenes. La miel de kank era muy dulce y alimenticia, y se la consideraba una importante fuente de alimento en las ciudades y poblados de Athas, lo que era uno de los motivos por los que los pastores criaban kanks en los altiplanos. Los animales criados así también podían adiestrarse como bestias de carga, y se llegaba a pagar un alto precio por ellos en los mercados de las ciudades. Los pastores también vendían sus dermatoesqueletos para ser utilizados en la confección de armaduras baratas; la armadura de kank era funcional, pero demasiado quebradiza para soportar muchos daños, y había que reemplazarla con frecuencia. Por todas estas razones, los kanks se habían convertido en una parte vital de la economía de Athas.

Por otra parte, los kanks salvajes, aunque dóciles en su mayoría, podían resultar peligrosos cuando emigraban para fundar una nueva colmena. Con su joven reina expuesta y vulnerable, los kanks soldados se tornaban muy agresivos y atacaban cualquier cosa que osara acercarse al rebaño. Estas criaturas tenían muchos enemigos naturales, como dragones, erdlus, pterraxes, thrikreens y antloids, que se abatían sobre sus colmenas en voraces enjambres. Como consecuencia, los kanks soldados atacaban siempre juntos, en tanto que los productores de comida se amontonaban alrededor de su reina para protegerla con sus cuerpos. Si un grupo de humanos se tropezaba por casualidad con un rebaño de kanks migratorios, también ellos serían atacados, y las poderosas pinzas de los soldados no tan sólo podían desgarrar la carne y partir en dos una extremidad, sino que inyectaban además un veneno paralizante.

Aunque estos insectos no cazaban humanoides ni humanos, cualquiera que hubiera sido mordido por un soldado kank sería considerado como carroña y arrastrado hasta el núcleo principal del rebaño para ser utilizado como alimento. Los kanks no se movían muy deprisa, y comían de forma pausada, por lo que verse paralizado y devorado vivo por esos seres era un proceso que podía tardar horas, en especial si el rebaño era pequeño. Ryana lo consideró una perspectiva a todas luces desagradable.

Los kanks veían muy mal y carecían de olfato, pero eran terriblemente sensibles al movimiento y a las vibraciones en el suelo, y podían detectar una débil pisada en la arena del desierto a cientos de metros de distancia. Los halflings, que eran capaces de recorrer el desierto sin producir el menor sonido, conseguían llegar a pocos metros de un kank sin ser detectados, pero Ryana sabía que ni siquiera con su preparación villichi podría pisar con tanta suavidad. Estos kanks habían detectado su presencia cuando se encontraban a poco menos de doscientos metros de distancia, y los soldados se mostraron inmediatamente muy excitados.

– Quizá será mejor que esperes aquí -aconsejó Sorak, haciéndole un gesto para que permaneciera donde estaba.

– ¿Y dejar que te enfrentes a ellos solo? -protestó la joven, aunque en ese momento no sentía demasiadas ganas de acercarse más.

– No seré yo quien se enfrente a ellos, sino Chillido -replicó él-. Y, si Chillido resulta incapaz de ocuparse de ellos, recuerda que puedo correr más rápido que tú.

– Eso no lo discutiré -repuso ella-. Pero, si se acercan lo suficiente, tal vez no quede tiempo para huir.

– Motivo por el que pienso permanecer bien alejado de ellos hasta que descubramos si responden a Chillido. La tribu es fuerte, pero su orgullo no le impedirá huir si es necesario. Si nos separásemos, rodéalos manteniéndote bien alejada de ellos y dirígete al este. El Vagabundo seguirá tu rastro.

Dicho esto, se encaminó hacia ellos con zancadas regulares, mientras la capa ondeaba a su espalda a impulsos del viento del desierto.

– ¡Buena suerte! -lo despidió ella-. ¡Ten cuidado!

Al ver que se aproximaba, los kanks actuaron como un ejército enemigo: los soldados se adelantaron en masa para interponerse entre Sorak y los productores de comida, apiñados alrededor de su reina. Las criaturas empezaron a chasquear las mandíbulas entre sí con rapidez en señal de advertencia, con un sonido que recordaba el de un niño arrastrando un palo sobre una verja, sólo que mucho más potente.

Sorak aminoró el paso a medida que se acercaba. Ryana observó cómo la postura de su cuerpo variaba sutilmente y comprendió que Chillido había hecho su aparición. Lo había visto suceder otras veces y por lo tanto reconoció las señales, aunque la mayoría de la gente no habría notado ninguna diferencia en el elfling; sus movimientos variaron levemente, y su porte también cambió, aunque no de un modo espectacular. Sin embargo, para el ojo experto, Sorak había empezado a moverse de un modo más animal. Sus andares se tornaron más gráciles, la pisada más ligera, todo su cuerpo adoptó una actitud sinuosa. Al principio había algo felino en sus movimientos, pero súbitamente esa actitud sufrió un cambio, esta vez de un modo más evidente.

A medida que Chillido se aproximaba a los kanks soldados, sus movimientos se volvieron espasmódicos y exagerados; se encorvó al frente y dobló los brazos, con los codos hacia afuera y las palmas planas mirando al suelo. Empezó a mover los brazos arriba y abajo en aquella curiosa postura angular, mientras Ryana lo observaba, completamente desorientada sobre lo que estaba haciendo. Parecía como si efectuara una especie de extraña danza ritual, casi como si quisiera imitar la forma en que se movía una araña, u otra cosa… Y entonces comprendió: Chillido exhibía el comportamiento de un kank. Oyó unos curiosos sonidos que surgían de su garganta, y comprendió que imitaba los sonidos producidos por las mandíbulas de una de tales criaturas, tan fielmente como su anatomía elfling se lo permitía.