Los kanks soldados, que habían estado avanzando hacia él veloces, se detuvieron de improviso, vacilantes. Chillido también se detuvo. Ryana vio cómo las enormes cabezas de las criaturas giraban de acá para allá desconcertadas, y contuvo la respiración, observando con intensa fascinación.
Los kanks tenían ante sí algo que a todas luces no era uno de ellos, y sin embargo sus movimientos eran totalmente los de un kank. Los sonidos que surgían de su garganta no eran idénticos a los que ellos emitían, pero su pauta era parecida y, en lugar de ser una veloz señal desafiante, se trataba de una tranquila indicación de reconocimiento.
Ryana vio cómo varios de los kanks soldados avanzaban otra vez, y luego se detenían y retrocedían un poco. Chillido permaneció clavado en su puesto. La joven contempló cómo movía las piernas arriba y abajo, arriba y abajo una y otra vez de un modo estrafalario y espasmódico, como si realizara una especie de zapateado en el que los brazos estaban sincronizados con el movimiento de las piernas. No tenía la más mínima idea de lo que su amigo hacía, pero resultaba fascinante. Luego, en tanto que ella observaba atónita, varias de las criaturas empezaron a realizar movimientos parecidos, moviendo las patas multiarticuladas arriba y abajo una y otra vez, como si corrieran sin moverse del lugar. Parecía que imitaran a Chillido.
Uno de ellos realizó una serie de curiosos zapateados, y luego se detuvo.
Enseguida, Chillido dio una serie de golpes en el suelo con los pies y se detuvo. Acto seguido varios de los otros kanks hicieron lo mismo, y Chillido volvió a repetir los movimientos, turnándose unos y otros en aquella curiosa danza.
Mientras observaba, absorta por completo en la grotesca pantomima, Ryana comprendió de repente qué era lo que hacían: se estaban comunicando mediante las vibraciones producidas por los golpes de sus patas en el suelo. Había visto kanks criados en cautividad, encerrados en corrales, que hacían gestos parecidos en los mercados de animales de Tyr, y en su momento sólo había pensado que las criaturas estaban inquietas por culpa de su encierro en lugares tan pequeños, pero ahora comprendía que era la forma en que hablaban entre ellas. Chillido y los kanks soldados estaban conversando.
Mientras seguía con su vigilancia, la actitud agresiva de los soldados cambió de forma notable. Los veloces sonidos en forma de traqueteos y chasquidos se apagaron y varios de ellos dieron media vuelta y regresaron junto a los productores de comida y la reina. Los que se quedaron se dieron la vuelta de modo que ya no miraban a Chillido y empezaron su zapateado. «Lo están discutiendo entre ellos», se dijo Ryana, maravillada.
Estaba segura de que ningún otro humano había contemplado nunca antes una conversación entre un hombre y un animal como aquélla. Los tratantes con poderes paranormales podían controlar a los kanks, y se podía entrenar a los kanks criados en cautividad para que respondieran a los bastones de manejo, pero nadie había hablado jamás con uno de ellos.
Al cabo de un rato, varios de los soldados que habían vuelto junto a la reina regresaron, trayendo con ellos a uno de los kanks productores de comida. Ryana lo reconoció desde lejos porque era algo mayor que los soldados, con un abdomen mayor y más redondo. Tuvo lugar otra sesión de pantomima zapateada, y luego Chillido dio la vuelta y empezó a andar hacia ella. El productor de comida lo siguió como una mascota siguiendo a su amo, en tanto que los otros animales regresaban junto a su reina. Ryana no había visto nunca algo semejante. Con anterioridad ya había contemplado cómo Chillido se comunicaba con animales, pero nunca con algo parecido a un kank. A medida que se acercaba a ella, la entidad se fue irguiendo, y su paso se alteró un poco. Fue Sorak quien llegó junto a ella, sonriente, con el productor de comida pegado a sus talones.
– Os aguarda vuestra montura, mi señora -anunció con una cómica reverencia.
– Si no lo hubiera visto, no lo habría creído -dijo ella, sacudiendo la cabeza con asombro-. ¿Qué les… dijo Chillido?
– Ah, en cuanto a eso, les explicó más o menos que lo acompañaba una joven reina fértil y que no tenía ningún productor de comida que lo ayudara a cuidar de ella. Los kanks no se comunican exactamente como nosotros, pero, en esencia, eso fue lo que se dijo.
– ¿Y ellos se limitaron a entregarte uno de sus productores? -Ryana no podía creerlo.
– Bueno, «dar» no sería exactamente la palabra apropiada -repuso él-. A los kanks soldados los motiva el instinto de proteger a una reina fértil; y lo mismo sucede con los productores de comida. Reconocieron en Chillido a otro kank soldado, aunque uno bastante peculiar, desde luego, y, si bien sus respuestas primarias iban encaminadas a proteger a su propia reina, la idea de otra reina con un único soldado para protegerla y cuidar de ella les pareció del todo incorrecta. En una colonia con dos reinas fértiles, los soldados y los productores de comida se dividen para asegurarse de que ambas soberanas reciben la protección y cuidados necesarios, y, cuando la reina más joven empieza a madurar, la colonia se divide, como sucedió con ésta, y algunos de ellos parten con la reina más joven para construir otra colmena. La situación que les planteó Chillido activó esa respuesta instintiva. Al mismo tiempo, no obstante, y debido a que este rebaño era bastante pequeño, todos los soldados se sentían muy motivados a permanecer con su propia reina, por lo que se llegó a un compromiso. La segunda reina, es decir tú, poseía ya un soldado, es decir Chillido, pero no productor de comida, de modo que este productor se vino con nosotros para ayudarnos a empezar nuestra colmena.
Ella se limitó a mirarlo fijamente; luego desvió los ojos hacia el kank, que esperaba paciente detrás de él, antes de volver a fijarlos en el joven.
– Pero yo no soy una reina fértil -protestó-. Y tú no eres un kank soldado.
– Éste cree que lo somos -respondió él con un encogimiento de hombros.
La muchacha se humedeció los labios, nerviosa, mientras volvía a clavar los ojos en el animal.
– Pero yo no puedo imitar a un kank, como lo hace Chillido -replicó-. Este animal sin duda puede ver la diferencia.
– La verdad es que no puede ver gran cosa en general -dijo Sorak-. Los kanks ven muy mal, en especial los productores de comida. En cualquier caso, tampoco importa. Este kank nos ha aceptado como congéneres. El vínculo por el que se rigen ya se ha creado, y los kanks no se cuestionan estas cosas. No son muy inteligentes.
– Entonces, ¿no me hará daño? -preguntó ella, dudando todavía.
– Ni se le ocurriría hacerte daño. Cree que eres una reina. Si este productor de comida hiciera otra cosa que cuidar de ti, iría en contra de todos los años de evolución kank.
– ¿A qué te refieres con «cuidar de mí»?
– A facilitarte alimento -repuso Sorak, indicando los membranosos globos en forma de vejiga que recubrían el abdomen del animal-. Puedes cabalgar hasta Nibenay y hartarte de beber miel de kank. -Se llevó las puntas de los dedos a la frente e inclinó la cabeza en un saludo-. Es lo mínimo que podía hacer por tan valerosa exterminadora de thraxes.
Ryana sonrió. Pero siguió contemplando al kank con cierto recelo.
– Las reinas no cabalgan sobre los productores -dijo-. ¿Dejará éste que lo monte?
– Los humildes productores de comida no hacen preguntas a sus reinas; se limitan a servirles -respondió Sorak-. Aparte de lo cual, mientras veníamos hacia aquí, Chillido estableció un vínculo paranormal con este kank. Habría sido peligroso intentarlo con todos ellos, en especial con los soldados en ese estado de nerviosismo, pero controlar a éste no supondrá ninguna dificultad ahora. Será tan dócil como uno criado por un pastor, pero estará más unido a nosotros.