– Cierto -reconoció él-. Ésa es, desde luego, una ventaja muy injusta. Me disculpo.
– Resultará agradable ver a otra gente -comentó la joven-. La caravana transportará víveres, y podemos hacer trueque con miel de kank para reponer nuestras provisiones.
– Yo pensaba más en tener noticias sobre Nibenay.
– Pero esta caravana está en la ruta procedente de Tyr -indicó Ryana.
– O puede venir de Altaruk, lo que significa que podría haberse originado en Gulg. En cualquier caso, los comerciantes tienen amplios intereses, y sus caravanas se mueven por todas partes. Los conductores conocerán las últimas noticias de otras ciudades.
A medida que el sol se ponía y ellos se acercaban más, les llegaron sones musicales procedentes del arroyo, y el olor de carne cocinada. Su montura empezó a apresurar el paso al percibir la presencia de los kanks domésticos utilizados por la caravana para transportar la carga. Al advertir cómo el kank aumentaba su velocidad, Ryana recordó lo que Sorak había dicho sobre que los kanks eran criaturas «lentas»; quizá lo fueran para un elfling, que podía correr como el viento, pero la muchacha se alegraba ahora de haber permanecido apartada mientras Chillido se adelantaba al encuentro de los kank soldados salvajes. Jamás habría podido dejar atrás a aquellas bestias si éstas se hubieran lanzado en su persecución.
Pronto consiguieron distinguir las figuras de personas que se movían allá delante y vieron las llamas de sus fogatas. Nada más aproximarse, los mercenarios contratados para proteger la caravana y sus valiosas mercancías se adelantaron para ir a su encuentro. Parecían cautelosos, y tenían motivos. Por lo que sabían, Sorak y Ryana podían ser los exploradores de una cuadrilla de ladrones. Se sabía de bandas de saqueadores que se infiltraban en las caravanas haciéndose pasar por simples peregrinos o viajeros. Lo cierto era que Sorak había hecho fracasar una treta parecida en Tyr, y había salvado a una de las caravanas de un importante comerciante de la emboscada de una banda de salteadores de las Montañas Mekillot. También se sabía que las tribus de elfos nómadas atacaban a veces las caravanas, por lo que los mercenarios encargados de protegerlas no corrían riesgos.
– ¡Deteneos donde estáis e identificaos! -les gritó uno de los mercenarios cuando se acercaron más.
– No somos más que dos peregrinos que se dirigen a Nibenay -respondió Sorak deteniendo el kank.
– Desmontad, pues, y adelantaos -ordenó el mercenario. El resto permaneció con las armas preparadas, alertas a cualquier señal de engaño.
Ryana observó que se habían desperdigado y no sólo los observaban a ellos, sino al sendero a su espalda y en todas direcciones en caso de que su llegada estuviera pensada como una distracción para un ataque por parte de un contingente armado. Estos hombres estaban bien adiestrados, se dijo, pero desde luego era lo natural. Las acaudaladas casas comerciales podían muy bien permitirse contratar a los mejores mercenarios. Los comerciantes dependían de las caravanas para su subsistencia, y no escatimaban en gastos cuando se trataba de protegerlas.
Las caravanas se encuadraban en una de dos categorías básicas: veloces y lentas. Las ventajas de una caravana veloz, como era el caso de ésta, era que los trayectos requerían menos tiempo, y por lo tanto resultaban más provechosos. Se vendían literas a los pasajeros que viajaban de una ciudad a otra, y los precios por lo general incluían el alquiler de un kank manso como montura así como las necesidades básicas como comida y agua durante todo el viaje. Una litera de primera clase en una caravana ofrecía unos cuantos lujos más, pero a cambio de una cantidad extra, claro está. Las caravanas lentas solían ir mucho más cargadas y, puesto que su poca velocidad las hacía más vulnerables a un ataque, utilizaban enormes carromatos blindados arrastrados por lagartos mekillots. A excepción de los mercenarios de escolta y de los conductores de los carromatos, toda la caravana iba metida dentro de los inmensos recintos blindados. Esta práctica tenía sus propias ventajas y desventajas. Era una forma lenta y descansada de viajar, ya que los pasajeros se limitaban a permanecer dentro de los carromatos; pero, al mismo tiempo, la temperatura dentro de dichos carromatos enseguida se tornaba insoportablemente bochornosa no obstante las portillas de ventilación, y los habitáculos, con frecuencia exiguos, no resultaban muy convenientes para aquellos cuyo olfato se ofendía con facilidad. Debido a que los mekillots eran criaturas enormes, lentas y de temperamento perezoso, a los conductores no les gustaba detenerse, y los períodos de descanso eran pocos y espaciados.
Además, los gigantescos mekillots eran difíciles de controlar. Incluso sus preparadores con poderes paranormales desaparecían a veces entre sus fauces si por un descuido acertaban a ponerse al alcance de las largas lenguas de estos animales. La mayoría de los viajeros preferían pues reservar pasaje en las caravanas rápidas, aunque ello significara verse expuestos a los elementos durante todo el viaje.
Al acercarse al capitán mercenario, Sorak y Ryana distinguieron mejor al grupo, y los mercenarios también pudieron estudiarlos con más detenimiento. Se trataba de un grupo variado de personas, compuesto en su mayoría por humanos, con unos pocos mestizos semihumanos. Todos iban bien armados y mostraban estar en plenas facultades físicas. Ryana sabía que este grupo no era todo el contingente; algunos estarían apostados en piquetes de vigilancia alrededor del perímetro del oasis, mientras que otros estarían o bien custodiando las mercancías de la caravana contra potenciales pasajeros de dedos largos o descansando en el campamento.
Se trataba de una caravana grande, compuesta no sólo de una comitiva de kanks cargados y de aquellos utilizados como monturas, sino de una cierta cantidad de carruajes parcialmente cerrados tirados por uno o dos kanks sujetos por arneses. Esto significaba que había personajes importantes viajando con la caravana.
Las sospechas de Ryana se confirmaron cuando miró más allá de los mercenarios hacia el campamento del oasis y vio varias tiendas grandes y acogedoras levantadas bajo las palmeras, con guardas apostados en el exterior. Mientras miraba en dirección a las tiendas, un hombre ataviado con una túnica salió de una de ellas, les dirigió una rápida mirada, y echó a andar con paso tranquilo hacia donde se encontraban. Un grupo de guardas formó filas a su lado.
– Luces una hermosa espada, peregrino -dijo el capitán de la guardia de mercenarios, estudiando a Sorak con atención.
– Incluso un peregrino debe protegerse -respondió Sorak.
– Ésa parece una señora medida de protección -replicó el capitán mercenario desviando rápidamente de nuevo la mirada hacia el arma-. A juzgar por la forma de la vaina, parece ser una espada bastante especial.
Sí que lo era, se dijo Ryana; y, si el capitán mercenario hubiera sido un elfo y no un humano, podría haber reconocido en ella a Galdra, la legendaria espada de los antiguos reyes elfos.
– ¿Puedo verla? -inquirió el capitán.
Sorak acercó la mano a la empuñadura, pero vaciló ligeramente al ver que los otros mercenarios se ponían en guardia. Desenvainó a Galdra con lentitud. Su visión provocó una reacción inmediata entre los mercenarios.
– ¡Acero! -exclamó el capitán, contemplando asombrado la afilada hoja curva-. Debe de valer una fortuna. ¿Se puede saber para qué quiere un simple peregrino un arma así?
– Fue un regalo de una muy sabia y vieja amiga -respondió el joven.
– ¿De veras? ¿Y quién era esa amiga?
– La gran señora Varanna del convento villichi.
También esto provocó una reacción de gran interés entre los mercenarios, que empezaron a murmurar entre ellos.
– ¡Callaos! -ordenó su capitán, y al instante fue obedecido. El hombre no había apartado la mirada de Sorak ni un momento-. Las villichis son una orden femenina -dijo-. Es un hecho bien sabido que las sacerdotisas no admiten varones en su convento.