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– Muy bien, ya puedes bajarla -dijo.

Soltando aliento con fuerza, Korahna bajó la espada y la apoyó contra el duro caparazón del kank. Aspiró profundamente y exhaló con fuerza una vez más.

– ¡Siento el brazo como si ardiera! -exclamó con un débil gemido.

– ¿Dolorido? -inquirió Ryana.

– Muchísimo.

– Estupendo. Ahora coge la espada con la otra mano y álzala con el brazo izquierdo.

– ¿El… el brazo izquierdo?

– La respuesta adecuada es: «Sí, hermana» -le indicó Ryana-. Vamos, vamos. -Chasqueó los dedos con fuerza.

Korahna suspiró profundamente.

– Sí, hermana -dijo con resignación, y alzó la espada con el brazo izquierdo.

Ryana sonrió. «Mimada, sin duda -se dijo-. Pero malcriada, quizá no. El tiempo lo dirá.»

5

Al llegar el mediodía, se encontraban ya en el interior de las planicies. El terreno resultaba accidentado, y la marcha lenta. Aunque el kank andaba con seguridad y era capaz de franquear el rocoso terreno, su inquietud resultaba muy evidente a Sorak, aunque no así a Ryana y la princesa. Las Planicies Pedregosas tenían realmente el nombre que merecían. Nada crecía absolutamente en ellas. Al principio, habían visto alguna que otra mata dispersa de vegetación, pero a estas alturas viajaban ya por un terreno totalmente desnudo, y el kank sabía que no encontraría alimento. Todo lo que divisaban durante kilómetros y kilómetros era terreno pedregoso.

Sorak se abría paso por entre las enormes rocas; pero, aun donde encontraba terreno que no fuera rocoso, apenas si se distinguía un poco de tierra. Donde no había roca partida, sus pies trituraban gravilla. Y, a medida que transcurría el día, el implacable sol oscuro iba cayendo a plomo sobre las rocas hasta que Sorak empezó a notar el calor a través de la gruesa piel de sus mocasines. No quería sobrecargar al kank, que ya transportaba dos jinetes, pero, al mismo tiempo, sabía que su calzado no tardaría en quedar hecho trizas en aquel suelo pedregoso. Aunque sus pies eran resistentes y estaban encallecidos, no le agradaba la idea de cruzar las planicies descalzo.

La temperatura había ido subiendo sin cesar durante toda la mañana hasta que ahora, con el sol en su cenit, Sorak tenía la impresión de que el sudor que le resbalaba por la cara se convertía en vapor antes de tocar el suelo. El calor resultaba totalmente sofocante. Ryana cabalgaba sobre el kank en silencio, balanceándose ligeramente al compás de los movimientos del animal, mientras que la princesa se apoyaba en su espalda, la cabeza vuelta a un lado, la respiración lenta y pesada. Sorak tuvo que ser justo con Korahna; era evidente que la joven lo estaba pasando muy mal bajo aquel calor abrasador, y sin embargo no había formulado ni una queja.

Fue una estupidez que viniéramos por aquí, dijo Eyron. No se le ve el final a este diabólico terreno lleno de pedruscos. Deberíamos haberlo rodeado.

El conjuro del pergamino indicaba que debíamos seguir esta dirección, replicó Sorak, conversando mentalmente con Eyron.

¿Por qué?, insistió el otro. ¿Qué vamos a conseguir con ello?¿Qué ganaremos si nos asfixiamos de calor y nos morimos aquí en este páramo desierto?

No vamos a morir, respondió Sorak. El Sabio no nos habría mostrado esta ruta sin un propósito. Tal vez ese propósito sea poner a prueba nuestras capacidades y nuestro tesón. No podemos fracasar.

Es posible que el Sabio no desee que lo encuentren, sugirió Eyron. ¿Se te había ocurrido esa posibilidad? A lo mejor esto no es más que su manera de asegurarse de que no puedas encontrarlo. Quizá quiera que muramos aquí en este erial.

No puedo creerlo, dijo Sorak. Si el Sabio no está dispuesto a que lo encuentren, no veo que tenga mucho sentido que intente desalentarnos de un modo tan drástico. Los profanadores han estado buscándolo durante años, y jamás lo han localizado.

Entonces ¿qué te hace pensar que tú lo conseguirás?, inquirió Eyron.

Lo conseguiremos porque el Sabio querrá que lo hagamos, contestó el joven. Él nos guiará, tal y como lo hace ya ahora.

Pero ¿cómo sabes que es el Sabio quien nos guía?, volvió a insistir la entidad. El pergamino procedía de la Alianza. ¿Qué pruebas tienes de su autenticidad? Podría formar parte de un plan suyo para engañarnos.

Supongo que eso es posible, admitió Sorak, pero lo considero muy improbable. Si existiera alguna razón por la que la Alianza no quisiera que tuviéramos éxito en nuestra búsqueda del Sabio, no tenían más que fingir ignorancia. No había necesidad de que nos entregaran el pergamino.

A menos que desearan deshacerse de nosotros muy servicialmente en las Planicies Pedregosas, puntualizó Eyron.

Ya es suficiente, Eyron, intervino la Guardiana. Ya has dicho lo que querías, y no hay necesidad de extenderse sobre el tema. Además, ya es demasiado tarde para dar la vuelta ahora.

Ella tiene razón, recalcó Sorak. Si diéramos la vuelta ahora, todo esto habría sido para nada, y todo lo que conseguiríamos sería tropezarnos con Torian y sus mercenarios, que sin duda ya deben de estar buscando a la princesa.

Ésa es otra cosa, replicó Eyron. ¿Por qué hemos de arrastrar ese equipaje inútil con nosotros? Ella no es más que una carga innecesaria. Ni siquiera ha traído consigo comida o agua. No hará más que agotar nuestras provisiones.

La necesitaremos cuando lleguemos a Nibenay, dijo Sorak. Además, en estos momentos tú resultas más una carga que ella. Había esperado quejas de Korahna, ya que ha vivido rodeada de comodidades toda su vida y no sabe nada de dificultades, pero ella no ha dicho ni palabra, y en cambio tengo que aguantar tus patéticos gimoteos. Toma ejemplo de la princesa, Eyron. Ella no tiene miedo.

Eyron tiene mieeedooo, Eyron tiene mieeedooo, se mofó Poesía con un sonsonete.

¡Haz el favor de callar, miserable granuja!

¡Eyron es un cooobarde, Eyron es un cooobarde!

¿Queréis callar los dos? El grito de Kivara resonó en la cabeza de Sorak. ¡Intento dormir y me estáis provocando dolor de cabeza!

Haced el favor de callar todos vosotros, intervino la Guardiana, ejerciendo un firme control que hizo que las otras voces se fueran acallando. Sorak necesita toda su energía para el viaje que nos espera. No necesita que vosotros le provoquéis más problemas aún.

Gracias, dijo Sorak.

De nada, respondió la Guardiana. Si empiezas a cansarte, quizá deberías descansar un poco y dejar que el Vagabundo se hiciera cargo.

Descansaré luego, replicó Sorak. Además, tengo mucho en que pensar.

Te preocupa Torian.

Sí. A estas horas sin duda ya se ha dado cuenta de que hemos ido por las planicies, eso si no adivinó nuestro plan desde el principio.

¿Crees que os seguirá?

Estoy seguro. No se lo dije a Ryana ni a la princesa, porque no vi motivo para preocuparlas aún más, pero me sorprendería mucho que Torian no haya salido tras de nosotros en cuanto se haya dado cuenta de la ruta que hemos tomado. No me pareció del tipo que se desanima con facilidad.