Cuando el sol empezó a hundirse por el horizonte, Sorak decidió hacer una breve parada. Había que alimentar al kank, y a ellos también les vendría bien algo de alimento. Ryana parecía agotada y Korahna totalmente exhausta. Ayudó a ambas a bajar del lomo del gigantesco escarabajo, y éstas prácticamente se dejaron caer de espaldas contra una enorme roca. Les entregó el odre de agua y, tras advertirles que bebieran con moderación, las vigiló para asegurarse de que no sucumbían a la tentación de beber a grandes tragos.
– Bueno, al menos ya no hace tanto calor -musitó Ryana con una triste sonrisa.
Sorak utilizó la hoja de su cuchillo para desgajar uno de los glóbulos de miel del abdomen del kank y lo llevó hasta ellas. Perforó la membrana con la punta del cuchillo y lo entregó a Korahna. Ésta extrajo un poco; luego se lo pasó a Ryana y se apoyó contra la roca, con los ojos cerrados. Sorak lamentaba tener que darles la desagradable nueva, pero era mejor no demorarla más.
– Por lo menos resultará más fresco el trayecto que nos queda por recorrer esta noche -anunció.
– ¿Vamos a seguir? -Korahna abrió los ojos de par en par-. ¿Te refieres a que no nos vamos a detener a pasar la noche?
– Sólo descansaremos aquí un rato -replicó él-. Cuanto antes reanudemos nuestro camino, antes llegaremos a las montañas.
– Crees que nos siguen -dedujo Ryana.
– Sí -asintió Sorak-. Y creo que Torian hará cabalgar a sus mercenarios toda la noche en un intento de atraparnos. No podemos permitir que reduzca la delantera que hemos conseguido.
– Pero no sabes con seguridad que Torian vaya tras de nosotros -protestó Korahna.
– No, no lo sé -admitió él-. Pero no podemos permitirnos pensar que no lo hace. De todos modos, viajar por la noche resultará más fácil al no existir ese calor abrasador.
– Y también más peligroso -apuntó Ryana.
– Es posible -concedió Sorak-, pero acampar aquí tampoco sería más seguro. No tenemos nada con lo que encender una hoguera. Los depredadores nocturnos nos pueden atacar aquí con la misma facilidad que mientras nos movemos.
– ¿No estás cansado? -le preguntó Korahna, maravillada-. Nosotras hemos padecido el calor, pero al menos hemos ido montadas, mientras que tú has andado todo el día.
– Yo soy un elfling -dijo Sorak, sentándose frente a ellas sobre el accidentado suelo. Estiró las piernas y las flexionó-. No me canso con la misma facilidad que los humanos. De todos modos, el recorrido de hoy ha tenido su efecto. Me alegro de poder sentarme, aunque sólo sea por un rato.
Aunque era capaz de descansar mientras el Vagabundo o uno de los otros salía al exterior y tomaba el control, seguía siendo el mismo cuerpo el que realizaba el esfuerzo; y su cuerpo de elfling, no obstante su soberbia condición física, no poseía reservas de energía indefinidas.
– ¿Cuántos días más de viaje crees que nos quedan? -preguntó Korahna.
– No lo sé. -Sorak se encogió de hombros-. Las distancias resultan engañosas en el desierto. Podrían ser tres o cuatro días más, si avanzamos a buen ritmo, o podría ser una semana o más. Veo las montañas a lo lejos, pero no puedo asegurar a qué distancia se encuentran.
Ryana realizó algunos veloces cálculos mentales.
– Si son más de tres o cuatro días, nos quedaremos sin agua -dijo categórica.
– Tenemos la miel del kank -repuso Sorak- Podemos añadirla al agua para aumentar la cantidad.
– La miel del kank es dulce -objetó Ryana-. No hará más que aumentar nuestra sed.
– No, si la añadimos en pequeñas cantidades -dijo él.
– Incluso así -insistió ella-, tendremos suficiente sólo para cinco o seis días.
– Razón de más para viajar de noche y realizar la travesía tan rápido como sea posible -replicó Sorak.
– Torian se enfrentará a los mismos problemas -intervino Korahna-. Seguramente dará la vuelta.
– Yo no creo que sea del tipo que abandona una tarea una vez que ha resuelto llevarla a cabo -contestó Sorak-. Sin duda llevará más agua, y sus hombres montarán kanks soldados, que pueden viajar más deprisa que nuestro animal.
– Así pues, ¿crees que tiene una posibilidad de alcanzarnos? -preguntó Ryana.
– Dependería de cuándo inició la persecución, y de si se dio cuenta o no del camino que habíamos tomado. Y dependerá de la habilidad de sus rastreadores.
– Torian es un rastreador experto -dijo Korahna- Presumía a menudo de ello. Su padre lo crió como a un guerrero. Afirma haber estudiado con el mejor experto en armas de Gulg. Lo vi entrenarse una mañana, y consiguió vencer fácilmente a los mejores espadachines de lord Ankhor.
– Vaya, ésas sí que son noticias reconfortantes -dijo Ryana en tono sarcástico.
– Es todo culpa mía -gimió Korahna-. Si no hubiera venido con vosotros, no habríais tenido necesidad de venir por este camino, ni os habrían perseguido.
– Habríamos venido por aquí de todos modos -repuso Sorak-. Y el viaje no habría sido más fácil de soportar sin tu presencia.
– Pero ¿por qué? -quiso saber la princesa-. Podríais haber tomado la ruta del sur y, sin mi presencia, habríais recorrido todo el camino sin que os molestaran.
– No -insistió Sorak-, es por este camino por el que estábamos destinados a pasar.
– ¿Destinados a pasar? -inquirió Korahna, mirándolo sin comprender-. ¿Por qué? ¿Por qué motivo?
– Éste es el camino que nos indicó un sortilegio -explicó él-. Un sortilegio liberado al quemar un pergamino que obtuvimos de la Alianza del Velo en Tyr.
– ¿Al quemar un pergamino? -exclamó Korahna, sentándose muy tiesa de repente e inclinándose al frente-. ¿Y se tenía que quemar a una hora y en un lugar específicos?
– Sí; pero ¿cómo sabías tú eso? -Sorak frunció el entrecejo.
– Porque es así como la Alianza del Velo recibe los comunicados del Sabio -respondió ella muy excitada-. Yo nunca he visto uno de esos pergaminos, pero he oído que aparecen mágicamente a ciertos individuos, y que no sirven de nada a menos que se quemen en un lugar concreto y a una hora concreta. Y que la información se supone que llega mediante sueños o visiones percibidas dentro de un cristal. Pero se dice que sólo los jefes secretos de la Alianza del Velo consiguen ver tales pergaminos. Nunca había sabido si creer o no esos relatos, hasta hoy. ¿Por qué no me dijisteis que erais miembros de la Alianza? ¿Fue porque no confiabais en la hija de un rey profanador?
– No, fue porque nosotros no somos miembros de la Alianza del Velo -respondió Sorak-. Les hicimos un favor allá en Tyr, y ellos nos dieron el pergamino para que nos ayudara en nuestra misión.
– ¿Qué misión?
– Encontrar al Sabio -dijo Sorak.
Korahna se quedó mirándolo boquiabierta.
– ¡Pero nadie ha encontrado jamás al Sabio!
– Entonces supongo que seremos los primeros -replicó él, incorporándose-. Será mejor que nos pongamos en camino.
Las fatigadas mujeres montaron, y se pusieron en marcha otra vez mientras el sol desaparecía lentamente detrás del horizonte. Durante un tiempo, el desierto se vio sumido en una total oscuridad, luego la primera de las lunas gemelas se elevó por los aires, seguida al poco rato por la segunda, y las Planicies Pedregosas se vieron iluminadas por una espectral luz azulada.