Al aproximarse más a la llama, Ryana pudo observar que desde luego no era una fogata, sino una elevada columna de fuego azul verdoso que parecía brotar de la roca viva.
– ¿Cómo es posible que arda la piedra? -inquirió Korahna con asombro mientras contemplaba fijamente la llama.
– Mediante la magia -respondió Ryana.
Cuando por fin llegaron ante ella, comprobaron que era la misma clase de llama que les había indicado el camino a través de los altiplanos y las tierras yermas; la llama mágica que había liberado el conjuro del pergamino. Sin embargo, era imposible que hubiera estado ardiendo todo este tiempo, se dijo Ryana. La habrían divisado a kilómetros de distancia. Parecía brotar directamente de la piedra al pie de un enorme afloramiento de rocas que tenían delante y que los rodeaba por tres lados, de modo que la única salida se encontraba en el lugar por el que habían venido. Sorak se detuvo a cierta distancia de la columna de fuego y la observó con atención.
– Aquí no hay nada -dijo Ryana mirando a su alrededor-. El sendero ha llegado a un callejón sin salida.
– Si Torian nos encuentra ahora, estaremos atrapados -observó Korahna en tono aprensivo-. No hay forma de salir si no es por donde hemos venido.
– Se nos ha traído aquí por un motivo -indicó Sorak.
– ¿Qué? -exclamó Ryana-. Aquí no hay nada.
– Se nos ha traído aquí por un motivo -repitió el joven.
– Venid -llamó de improviso una voz profunda y resonante, la misma voz que habían oído con anterioridad, indicándoles que fueran a Nibenay. Salía del interior de las llamas.
– ¿Ir adónde? -inquirió Ryana.
– Venid -repitió de nuevo la voz.
Sorak dio un paso al frente.
– Pero ¿qué estás haciendo? -dijo Ryana, sujetándolo del brazo.
– Hemos de acercarnos a la llama -repuso él.
– No siento ningún deseo de acercarme más de lo que estoy ahora -manifestó ella, la mirada fija en la columna de fuego.
Sorak se desasió con suavidad.
– No hemos recorrido todo este camino para fracasar ahora -replicó-. Hemos de hacer lo que se nos ordena.
– No te acerques demasiado -advirtió ella llena de inquietud.
Sorak se acercó más a la llama.
– Venid -volvió a llamar la voz.
Él se adelantó aún más, hasta casi tocarla.
– Venid -dijo la voz, una vez más.
Sorak dio una zancada al frente.
– ¡Sorak! -chilló Ryana.
El elfling se encontraba a pocos centímetros de la llama.
– Venid -repitió la voz.
– ¡Sorak, no! -gritó Ryana, intentando sujetarlo.
El joven penetró en el interior de la llama.
Korahna lanzó un grito de terror, llevándose las manos a la boca. Sorak había desaparecido por completo. Ryana se quedó paralizada, los ojos abiertos de par en par incapaces de creer lo que veían. Y entonces la voz volvió a hablar:
– Venid.
– Ryana, hemos de dar la vuelta -dijo Korahna.
La muchacha se limitó a contemplar sin decir nada el punto por el que Sorak había penetrado en aquel fuego azulverdoso.
– Ryana, es demasiado tarde -añadió Korahna-. Ha desaparecido. Debemos huir de este lugar.
Ryana se dio la vuelta para mirarla, y se limitó a negar con la cabeza.
– Ryana, por favor…, apártate.
– No -dijo ella, y se acercó más a la llama.
– ¡Ryana! -La princesa corrió tras ella y la sujetó por el brazo, intentando alejarla de allí-. ¡No lo hagas! Sorak se ha matado. ¡No hay motivo para que tú también pierdas la vida!
– ¿Notas el calor, Korahna?
– ¿Qué?
– El calor. ¿Notas el calor?
– No te preocupes que ya lo sentirás si te acercas más -dijo la princesa-. Apártate, Ryana. Por favor, te lo suplico.
– Ya deberíamos notarlo -indicó la joven con los ojos fijos en el fuego-. Encontrándonos como estamos tan cerca de una llamarada de este tamaño, deberíamos sentir su calor. Y, sin embargo, no hay calor, ¿verdad?
Korahna se limitó a contemplarla perpleja.
– ¿Lo hay?
– No -admitió Korahna, parpadeando.
– Dijiste que eras valiente -dijo Ryana, tomándola de la mano-. Dijiste que preferías morir a fracasar en tu empeño de ser dueña y señora de tu destino. Ha llegado el momento de confirmar esas palabras.
La princesa tragó saliva con fuerza y sacudió la cabeza mientras Ryana tiraba de ella hacia el fuego.
– ¡No, deténte! ¿Qué haces?
– Debemos seguir a Sorak.
Korahna se soltó violentamente.
– ¿Estás loca? ¡Nos quemaremos igual que él!
– ¿Cómo es que arde la piedra? -inquirió Ryana-. ¿Cómo es que las llamas no despiden calor? Eso no es un fuego corriente, Korahna. No creo que vaya a quemarnos.
La princesa se humedeció los labios y tragó con fuerza.
– Ryana…, tengo miedo.
– Sorak penetró en el fuego. ¿Lo oíste chillar?
– No -respondió ella, como si se diera cuenta por primera vez.
– Me dijiste que tenías valor -dijo Ryana-. Coge mi mano.
Mordiéndose el labio, Korahna le tendió la mano.
– Venid -repitió la voz que surgía de las llamas.
Las dos penetraron en el fuego.
Como por un milagro, la sensación era de frescor. Korahna se maravilló de cómo atravesaban las llamas. El fuego las envolvía por todas partes y, aun así, no quemaba. Parecía casi como si pasaran a través de una cascada, excepto que tampoco se mojaban. Salieron a una gruta iluminada por rocas fosforescentes. Una luz verdosa que emanaba de las paredes impregnaba la rocosa estancia. Y oyeron el goteo del agua.
– ¿Cómo es que tardasteis tanto? -preguntó Sorak.
– ¡Agua! -exclamó Korahna con una carcajada, al descubrir el estanque situado al fondo de la gruta. Sorak se encontraba junto a él, la melena empapada y chorreando agua.
– Bebed cuanto queráis -dijo-. Es agua de un arroyo que aflora a través de la piedra.
– Pero… ¿adónde va? -inquirió Ryana, perpleja.
– Fluye por este corredor de aquí -explicó él, señalando un túnel en sombras cerca de la parte trasera de la cueva-. Debe de existir una caverna más abajo.
Mientras Korahna llenaba los odres de todos, Ryana se acercó hasta Sorak y miró en la dirección que indicaba. En la zona posterior de la gruta, al otro lado del estanque, se veía un saliente que ocultaba parcialmente un túnel que se perdía en el interior de la roca. Escuchó el rumor del agua fluyendo despacio por una parte de aquel pasadizo. Al rodear el estanque, descubrieron que el túnel se inclinaba ligeramente a la derecha. El agua que borboteaba desde el arroyo había excavado con los años un canal en la piedra, y había una repisa en uno de los lados, lo bastante ancha para poder pasar.
Escucharon unos arañazos en el suelo a su espalda y al volverse vieron que la llama que cubría la entrada había desaparecido y que el kank se había acercado a la abertura, donde crecían algunas plantas en la piedra, alimentadas sus raíces por la humedad de la caverna.
– Bueno, al menos el kank no se quedará con hambre -dijo Ryana-. Nosotros, en cambio, aún hemos de encontrar comida.
– Me alegro de que hayamos encontrado agua -repuso Sorak-. Empezaba a desesperar de nuestras posibilidades. Sin duda, fue el Sabio quien nos guió hasta aquí.