– Si Torian aún nos sigue, también habrá visto ese fuego -indicó Ryana.
– Sí, pero ahora ha desaparecido -replicó Sorak-. Y, sin la llama para guiarle, no es probable que consiga encontrar este lugar. Está bien escondido.
– Me sentiría mejor si nos pusiéramos en camino después de un corto descanso -insistió Ryana.
– No -Sorak negó con la cabeza-; aún no. No creo que la única razón de que nos dirigieran hasta este lugar fuera para que encontrásemos agua. La columna de fuego que ocultaba la entrada a este sitio era para poner a prueba nuestra intrepidez. Aquí hay algo más que hemos de encontrar.
– Yo no veo nada aquí excepto la gruta -dijo Ryana, mirando en derredor.
– Ahí, a lo mejor -repuso Sorak, indicando el túnel.
Korahna llegó junto a ellos mientras él lo decía.
– ¿No estaréis pensando en bajar por allí, verdad?
– ¿Por qué no?
– No hay forma de saber lo que nos aguarda ahí abajo -respondió la princesa.
– Existe un modo -anunció Sorak al tiempo que se inclinaba para pasar por debajo del saliente e iniciaba el descenso por el túnel.
– Primero a través del fuego, ahora al interior de un agujero negro -dijo Korahna y, tras un suspiro, añadió-: No puedo decir que este viaje haya carecido de emociones.
– Pues yo, con mucho gusto habría prescindido de la mayoría de esas emociones -repuso Ryana con una sonrisa-. Después de vos, alteza.
Korahna hizo una mueca y pasó bajo el saliente para seguir a Sorak. Descendieron despacio por el pasadizo, el cual, al igual que la caverna, estaba débilmente iluminado por la piedra fosforescente. El agua corría junto a ellos por un canal mientras avanzaban por una progresiva pendiente, andando a tientas junto a la pared del túnel. Ryana intentó aguzar el oído para detectar el sonido de un torrente impetuoso, que pudiera indicar una repentina bajada perpendicular, pero sabía que Sorak advertiría cualquier peligro mucho antes que ella. Su oído era mucho más fino y veía bien en la oscuridad. La inclinación del pasadizo fue aumentando poco a poco, y se fueron adentrando más bajo tierra. El túnel corrió en línea recta durante un rato, y luego volvió a girar y girar. En ese momento, Sorak se encontraba ya muy por delante de ellas.
Ryana no estaba segura de cuánto habían andado, cuando lo oyó gritar:
– ¡Ryana! ¡Princesa! ¡Venid deprisa!
Temerosa de que hubiera sucedido algo, Ryana adelantó precipitadamente a la princesa, desenvainando la espada. El túnel torció bruscamente, y la joven divisó luz más adelante. Al oír cómo Korahna, a su espalda, apresuraba el paso para alcanzarla, Ryana echó a correr. Cuando llegó al final del pasadizo, se detuvo en seco y lanzó una exclamación ahogada.
El túnel terminaba en una enorme caverna, recorrida por vetas fosforescentes que iluminaban su inmensa extensión como si se tratara de la luz de la luna. El agua continuaba fluyendo en un arroyo ondulante que descendía por una pendiente y seguía en dirección al centro de la cueva, donde se alzaban unas antiguas ruinas. Era una torre del homenaje, con un torreón de piedra que se elevaba sobre los muros de roca. El arroyo fluía al interior de un lago subterráneo, y el alcázar se alzaba sobre una isla en su mismo centro. A su izquierda, un puente de piedra en forma de arco salvaba las aguas del lago, para conducir hasta la isla.
Ryana oyó cómo la princesa ahogaba una exclamación al salir del túnel a su espalda.
– ¡Una fortaleza! -exclamó Korahna-. ¡Una fortaleza subterránea! ¡Por su estilo debe de tener miles de años! Pero… ¿quién puede haberla construido?
– Una de las razas antiguas, de las que sólo quedan leyendas -contestó Ryana- He oído historias sobre ciudades y ruinas bajo tierra, pero nunca conocí a nadie que las hubiera visto en realidad.
– Se dice que tales lugares están habitados por espíritus -indicó Korahna con cierta inquietud.
– Tal vez es así -dijo Sorak-. Y, sin embargo, se nos ha guiado aquí para que encontrásemos este lugar. Creo que es posible que hayamos encontrado el refugio del Sabio.
– ¡Nos perderemos para siempre en este laberinto de roca! -se quejó Rovik.
– No haremos tal cosa -replicó Torian-. He observado el camino, y el rastro pasa por aquí. Lo que es más, no pueden llevarnos más de una hora o dos de delantera, como mucho. Estas huellas de kank están todavía frescas. Fueron en dirección a ese fuego que vimos anoche.
– Pero ahora ya no hay fuego -dijo Rovik-. Lo que fuera, se ha consumido. Ya no hay un faro que nos guíe.
– No, pero está a punto de amanecer, y el rastro resultará más fácil de seguir -repuso Torian-. Dame otra antorcha.
– Ésa era la última -contestó el otro-. Las restantes se fueron con nuestras provisiones y aquellos desertores miserables.
– Ya me ocuparé de ellos cuando regresemos -aseguró el noble, arrojando los restos chisporroteantes de la última antorcha al suelo con enojo.
– ¿Qué pueden haber encontrado que arda aquí? -inquirió uno de los mercenarios.
– No era ninguna fogata -contestó Torian-. Era una llama demasiado brillante.
– ¿Y os disteis cuenta de que ardía en tonos azules y verdes? -apuntó otro de los mercenarios-. ¡Era la hoguera de una bruja!
– Dudo que una bruja tuviera más posibilidades de sobrevivir aquí que cualquier otra cosa -respondió Torian irónico-. Sin duda era un fuego volcánico, y ése era el motivo de que ardiera así.
– ¿Un volcán? -repitió el mercenario alarmado-. ¿Queréis decir como la Cresta Humeante?
– Tranquilízate -dijo el noble-. Si fuera un volcán como la Cresta Humeante, habríamos visto el cono de la montaña elevándose en el aire desde kilómetros de distancia. Y, de haber sido una erupción total, todo el cielo habría estado rojo. Tiene que tratarse de una pequeña fisura o pozo de azufre que de cuando en cuando vomita alguna llamarada. Estaremos totalmente a salvo.
– Tan a salvo como puede estarlo cualquiera en esta tierra desierta -rezongó el mercenario.
– ¿Es que un elfling y dos mujeres van a ser más valientes que todos vosotros? -preguntó Torian sarcástico-. La princesa ha llevado siempre una cómoda existencia de aristócrata real, y, por sorprendente que parezca, ha conseguido llegar hasta aquí. ¿Acaso tiene ella más fortaleza que vosotros?
– Si sigue viva, a lo mejor es así -repuso el mercenario-. Pero lo más probable es que esté muerta, y que ellos hayan abandonado su cuerpo en alguna parte entre todas estas rocas.
– Si así fuera, habría visto alguna señal de ello -contestó Torian-. No, está viva. Ellos no tendrían ninguna razón para transportar su cadáver. Y los atraparemos pronto. La cacería casi ha finalizado.
– ¿Qué haréis con el elfling cuando lo encontréis? -quiso saber el mercenario.
– Lo cortaré en trocitos, y me llevaré su cabeza como trofeo.
– ¿Y la sacerdotisa? ¿La mataréis también?
– No me importa lo que le suceda a la sacerdotisa. Os la podéis quedar si así lo deseáis.
Los mercenarios sonrieron.
7
El puente de piedra describía un pronunciado arco sobre el lago y estaba construido de tal manera que podía ser defendido fácilmente por cualquiera que se encontrara en el alcázar. El puente era tan estrecho que sólo se podía pasar en fila de a dos, y había una barbacana al otro extremo; además, el arco había sido diseñado de tal modo que ningún tipo de escudo que llevara la avanzadilla de un ejército atacante serviría de nada, porque los arqueros de la barbacana podían disparar por encima de él en cuanto los atacantes descendieran por la pendiente del arco. De todos modos, no se veían señales de que nadie hubiera pasado por allí desde hacía años. El mortero estaba viejo y agrietado, pidiendo a gritos que lo repararan, y varias piedras de los muros bajos a ambos lados del puente habían ido a parar al lago situado debajo.