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»No podía reunir un ejército capaz de derrotar tal hueste -continuó el espíritu-, y por lo tanto me vi obligado a huir, junto con aquellos partidarios leales y súbditos que consiguieron escapar. Las venerables hermanas se desperdigaron por los cuatro puntos cardinales, para reunirse de nuevo en un lugar secreto que sólo ellas conocían. Yo vine aquí con mis fieles seguidores para construir este alcázar y guardar los Sellos en esta oculta caverna. Aquí vivimos y aquí morimos, aquellos que decidimos quedarnos. Fui el último que quedó y, en mi lecho de muerte, juré permanecer aquí hasta el momento en que pudiera entregar los Sellos del Conocimiento a alguien digno de guardarlos y protegerlos.

– Los Sellos del Conocimiento -dijo Ryana-. ¿Os referís a las Llaves Perdidas de la Sabiduría de las que hablan las leyendas villichis?

– Realmente son las llaves de la sabiduría -asintió el espectro-, pero sólo revelarán sus secretos a aquel que sepa utilizarlos correctamente.

– ¿Y qué sabéis del Sabio? -preguntó Sorak.

– Ah, sí, el Nómada -repuso el otro, asintiendo de nuevo-. En una ocasión, hace muchos años, vino aquí, el primer ser vivo que visitaba este lugar desde mi muerte. Era muy joven entonces, irreflexivo, y lleno de la impetuosidad de la juventud. Comprendí que quizás un día podría recibir los Sellos, pero que aún no estaba preparado.

– ¿El Nómada? -exclamó Sorak con sorpresa-. ¿Queréis decir que el Nómada y el Sabio son la misma persona?

– Se ha vuelto mucho más sabio desde entonces -dijo el espíritu-, pero no puede abandonar su refugio ahora, y yo no puedo ir más allá de estas paredes. Tendréis que ser vosotros quienes le llevéis los Sellos del Conocimiento. Por eso os envió, para que le llevarais los Sellos a él y a mí me trajerais el descanso.

– Pero… no sabemos dónde encontrar al Sabio -protestó Sorak-. ¿Dónde hemos de buscarlo?

– En vuestro corazón, y en vuestros sueños. El Nómada será vuestro guía, y los Sellos vuestra llave a la sabiduría. Contemplad…

El espíritu extendió el brazo derecho y, girando la mano para poner la palma hacia arriba, alzó el brazo en un gesto de levantar algo. Un enorme bloque de piedra de la parte central del suelo de la sala se movió con un sonoro chirrido, y empezó a elevarse muy despacio del suelo hasta alcanzar una altura de un metro; allí se detuvo y permaneció flotando. Del agujero que había ocupado la losa, se alzó por los aires un pequeño cofre que parecía hecho de alguna especie de metal, ya que brillaba suavemente bajo la luz. El cofre flotó hasta Ryana y se detuvo en el aire frente a ella a la altura de su pecho.

– Lo más correcto es que sea una sacerdotisa quien lleve los Sellos -dijo el espíritu. Ryana alargó los brazos y cogió el cofre. Estaba cerrado con un pequeño candado de hierro y, mientras lo sujetaba, el candado se abrió… e inmediatamente se convirtió en polvo-. Mis días en este plano han finalizado -suspiró fatigado el espectro-. Por fin puedo descansar.

Y, ante sus ojos, el resplandor azulado comenzó a desvanecerse y, con él, también el espíritu desapareció.

– Recordad: para el peregrino el único sendero auténtico es el sendero del conocimiento. -La voz incorpórea resonó en toda la estancia-. El Nómada será vuestro guía, los sellos vuestras llaves para encontrar la sabiduría. Marchaos ahora, y hacedlo rápido.

Un viento helado recorrió la sala cuando ésta volvió a sumirse en la oscuridad. Ryana notó cómo Sorak la tomaba por el brazo y las conducía a ambas fuera del alcázar. Una vez en el exterior, la joven contempló con curiosidad el pequeño cofre que sostenía. Estaba hecho de oro macizo y grabado con antiguas runas.

A su espalda, se escuchó un sordo tronar y, al volverse, vieron que las piedras de la torre empezaban a desmoronarse.

– Rápido -indicó Sorak, cogiéndolas del brazo-. Hemos de darnos prisa.

Cruzaron corriendo el patio y la abovedada puerta de acceso de la muralla exterior mientras el alcázar se desplomaba tras ellos en una avalancha de rocas. Siguieron corriendo a través de la barbacana y por el puente, cuyo suelo se estremeció bajo sus pies mientras lo cruzaban a toda velocidad. La argamasa se agrietó, aparecieron fisuras en la estructura del puente, y pesados bloques de piedra se precipitaron al lago.

Korahna lanzó un grito al dar un traspié y perder el equilibrio, pero Sorak la sujetó y la tomó en brazos en un solo movimiento. Toda la caverna retumbaba mientras el alcázar se desmoronaba a su espalda en medio de una nube de polvo, y los murciélagos revoloteaban enloquecidos por la cueva lanzando agudos chillidos.

Sorak arrastró a sus compañeras al otro lado justo antes de que el puente acabara de desplomarse tras ellos, levantando un surtidor de agua al caer las pesadas losas en el lago. El retumbar cesó y, a medida que el polvo se posaba lentamente en el suelo, pudieron ver que tan sólo quedaba un montón de cascotes en el lugar donde se había alzado el alcázar.

– Descansad, Belloc -dijo Sorak-. Nosotros cumpliremos vuestro encargo.

Ryana contempló el pequeño cofre que sujetaba.

– He averiguado algo que ni siquiera la señora Varanna sabe -musitó-. He averiguado el origen de la hermandad villichi. Se desperdigaron por los cuatro puntos cardinales, para reunirse de nuevo en un lugar secreto que sólo ellas conocían: el valle en las Montañas Resonantes, donde se alza el templo hoy en día. Y en este pequeño cofre se encuentran las Llaves de la Sabiduría, largo tiempo perdidas… ¡y los Sellos del Conocimiento, que ninguna sacerdotisa ha visto desde hace más de tres mil años!

– Y ahora tú puedes contemplarlos -indicó Sorak.

Ryana negó con la cabeza.

– Que haya de ser yo…, yo, que he roto mis votos villichis… -Volvió a negar con la cabeza-. No soy digna.

– Lord Belloc pensó que lo eras -repuso él.

– Pero él no lo sabía… No se lo dije…

Sorak apoyó la mano sobre el hombro de la joven.

– ¿Quién soy yo, un proscrito, para llevar la espada mágica de los reyes elfos? -inquirió-. ¿Quién eres tú para llevar los Sellos del Conocimiento? ¿Y quién es Korahna para ir en contra de todo aquello que su padre representa y aliarse con los protectores? ¿Quiénes somos nosotros para cuestionar todas estas cosas?

– Fueron las preguntas que nos hacíamos las que nos condujeron hasta aquí -dijo Ryana.

– Cierto -replicó él, asintiendo-. Y aún existen respuestas que encontrar. Pero no las encontraremos aquí. Me había atrevido a esperar que nuestra búsqueda hubiera finalizado. Sin embargo, ahora creo que no ha hecho más que empezar.

Korahna permanecía inmóvil mirando al otro lado del lago, al montón de escombros que ocupaba el lugar donde había estado el alcázar.

– Pensar que ese pobre espíritu deambuló por aquellas salas oscuras y desiertas solo durante más años de los que ninguno de nosotros ha vivido… ni llegará a vivir jamás. Siempre creí que los espíritus eran seres temibles; no obstante, siento pena por ese desdichado espectro, y alivio por que pueda descansar al fin.

– Sí, ahora que nos ha traspasado su responsabilidad a nosotros -repuso Ryana, los ojos fijos en el cofre de oro-. Y no es ninguna tontería.

– ¿Qué son los Sellos del Conocimiento? -inquirió la princesa.

Ryana abrió la caja. En su interior, descansando en ranuras talladas en un bloque de brillante obsidiana, había cuatro aros de oro con grandes caras circulares, como monedas, grabadas con símbolos rúnicos. Al presionarlo sobre cera caliente o arcilla, cada aro dejaría marcado un sello.

– Según la leyenda villichi, son aros encantados -explicó Ryana-, creados por una hechicera druida que fue la primera gran señora de nuestra antigua orden. Se dice que cada aro es una llave, una para cada uno de los cuatro puntos cardinales, y que, cuando se utilizan los cuatro juntos como sellos, las marcas que dejan liberan un hechizo que abre las puertas de la sabiduría.