Выбрать главу

– Ni soñaría con poner en duda vuestro buen juicio, señor -dijo Gorak-, pero ¿por qué?

– ¿Acaso te encanta la idea de estar aquí fuera por la noche sin una hoguera? -inquirió Torian-. No hay nada aquí para quemar, y las lunas no estarán llenas esta noche. El elfling ve en la oscuridad. ¿Y tú?

– ¡Oh! -exclamó el otro, no muy convencido.

– En cuanto abandonemos las planicies cerca de las colinas, encontraremos arbustos para hacer fuego -dijo Torian-. Si se acerca, verás la luz de la hoguera reflejada en sus ojos. Brillarán, como los de un gato, y tú podrás distinguirlos. Es decir, los verás si estás alerta. Y, para cuando los detectes, quizá ya sea demasiado tarde. De todos modos, estar sobre aviso es mejor que nada.

– Si yo fuera el elfling, esperaría para atacar a que llegásemos a las montañas -afirmó Rovik muy seguro de sí mismo-. Allí tendrá más sitios donde ocultarse.

– Si tú fueras el elfling, me sentiría más seguro de nuestras posibilidades -replicó Torian con frialdad-. Indudablemente, deducirá que nosotros pensaremos eso e intentará atacar antes, con la esperanza de cogernos por sorpresa.

– Habríais sido un buen general, mi señor -repuso Rovik.

– Los generales sirven a los reyes -respondió el otro-, y mis ambiciones son bastante mayores. Las vuestras, si es que tenéis alguna, deberían concentrarse en sobrevivir por el momento. Éramos casi una docena cuando nos pusimos en marcha. Y todavía nos quedan al menos cuatro días de viaje.

– Pero él es sólo una persona -intervino Gorak-. Ya no puede confiar en la ayuda armada de la sacerdotisa. ¿Realmente creéis que él solo puede vencernos a nosotros tres, aunque sea un maestro del Sendero?

– Aun cuando no lo fuera, preferiría no correr ese riesgo -repuso Torian.

– ¿Qué posibilidades creéis que tenemos realmente, mi señor? -inquirió Rovik, inquieto.

– Eso dependería de lo intensamente que vosotros dos deseéis seguir con vida -contestó él-. La sacerdotisa es nuestra mejor oportunidad de regresar con vida. No la perdáis de vista y recordad que ella es nuestra única seguridad. Manteneos más cerca de ella que su propia sombra; mientras exista una posibilidad de que pueda sucederle algo a ella, no se atreverá a atacar.

Ryana lo oyó, amordazada y atada como estaba, y lanzó una venenosa mirada en su dirección. Torian la vio e hizo una mueca burlona.

– ¡Eso es una mirada! -exclamó-. Si una mirada pudiera quemar habría quedado calcinado aquí mismo. -Desvió los ojos hacia Korahna-. En cuanto a ti, mi princesa, tengo contigo una deuda de gratitud. De no haber sido por tu ataque de real cólera, este viaje habría finalizado para mí en la gruta.

Korahna estaba también amordazada y maniatada como Ryana, pero sus ojos expresaban claramente su desdicha y autocensura. Recordaba muy bien lo sucedido. Había revivido el incidente una y otra vez en su cabeza, atormentándose con él, y la culpa que sentía era aún peor porque las consecuencias de su acción habían recaído no sólo en ella, sino también en Ryana.

Al ver desarmado a Torian, lo había creído derrotado, y en todo lo que pensó fue en los insultos recibidos de él. Cuando se había referido a ella como a su propiedad, a algo que le pertenecía a él, no sintió más que agravio, no pensó más que en abofetearlo y humillarlo ante sus hombres… como él la había humillado a ella. Nunca se le ocurrió que pudiera alzar la mano contra ella, que pudiera sujetarla, que no por estar desarmado resultaba menos peligroso. Nadie le había puesto jamás la mano encima. Nadie se había atrevido. Ella era una princesa de la Casa Real de Nibenay.

«He sido una idiota -se dijo sintiéndose muy desdichada-, una pequeña idiota consentida, mimada y arrogante, y me merezco lo que me suceda. Pero ¿qué me ha hecho nunca Ryana excepto ofrecerme su mano en amistad?»

Incluso sus amigos de la Alianza del Velo eran sus amigos porque ella les era útil. También le era de utilidad a Sorak, aunque sabía que sus motivos no eran del todo egoístas. Pero Ryana… Ryana no ganaba nada siendo su amiga. Lo cierto es que al principio lo había hecho en contra de su buen criterio. Ryana era la única amiga auténtica que había tenido jamás, y, después del vínculo que Kether había forjado entre ambas, sabía que nadie podría estar tan unida a ella como la sacerdotisa villichi. Y así era como ella le pagaba por su amistad.

Korahna sabía que era todo culpa suya, y no podía perdonarse.

Las lágrimas resbalaron lentamente por sus mejillas y empaparon la mordaza; no podía ni levantar una mano para secarlas. Qué bajo había caído la princesa de la Casa Real de Nibenay, se dijo. Y, cuando llegaran a la hacienda de Torian, no dudaba que aún caería más bajo. Al principio, el aristócrata la había tratado con la deferencia que correspondía a una mujer de su posición, y había esperado conquistarla con solicitud y modales de caballero. Pero ahora ya la tenía en su poder; se había quitado la máscara y ya no necesitaba mantener la fachada de su encanto aristocrático. Ella sabía ahora muy bien cómo era él, por lo que Torian no se molestaría ya en fingir.

No dudaba que ahora tomaría por la fuerza lo que no podría conseguir de ninguna otra forma.

Pero ¿y Ryana? Había visto cómo la miraban los mercenarios. Era una hermosa y joven sacerdotisa villichi: una virgen. Y ellos la contemplaban como si ella fuera un trozo de carne y ellos carroñeros hambrientos. Estaba claro que Torian les había prometido que la tendrían. Cualesquiera que fueran las poco delicadas atenciones que ella recibiera de manos de Torian, Ryana sufriría un trato infinitamente peor. Korahna no podía ni pensar en ello. ¡De algún modo, ella tenía que hacer algo! Pero ¿qué podía hacer? Si Ryana, que era mucho más fuerte y mucho más capaz que ella, no podía escapar, ¿qué esperanza podía tener ella?

Y, en su desesperación, en su ansiedad por su amiga, una chispa se encendió dentro de la princesa. Era una chispa pequeña, apenas un resplandor; pero, muy despacio, el resplandor empezó a arder. Era esa clase de fuego que se enciende en aquellos que no tienen ya nada que perder; únicamente aquellos para quienes la vida significa menos que algún objetivo, algún ideal, pueden sentir alguna vez su calor. Mientras la chispa encendía un fuego que empezaba a extenderse por su interior, Korahna decidió que, aunque le costara la vida, encontraría un modo de escapar de sus ataduras y ayudar a Ryana. Y en tanto que su mirada se clavaba en Torian, quien desdeñosamente le había dado la espalda, Korahna se juró en silencio que encontraría el modo de matarlo.

Se mueven deprisa, dijo Sorak.

Torian está ansioso por abandonar las planicies antes del anochecer, replicó Eyron. No quiere arriesgarse a acampar sin una fogata.

¿Crees que seguirá adelante en lugar de acampar?

Yo no lo haría, si estuviera en su lugar, respondió el otro. La oscuridad te favorece. Acampar lo retrasaría, pero una hoguera también dificultaría tu aproximación.

Nuestra aproximación.

Bueno, cuando se trata de eso, mejor déjame fuera, indicó Eyron. Encuentro la violencia muy perturbadora.

Querrás decir que encuentras el miedo perturbador, dijo Sorak.

Llámalo como quieras. Pero permanece el hecho de que no te seré de mucha utilidad si puedes sentir mi… inquietud. Me pediste consejo, por chocante que pueda parecer, y te he aconsejado lo mejor que he podido. He cumplido con mi parte. Cuando llegue el momento, preferiría estar dormido y no estorbarte. Ya he tenido demasiadas emociones durante este viaje, muchas gracias.

¿No querrás saber lo que sucede?, inquirió Sorak.