La gobernante, u Oba, de Gulg era la reina-hechicera Lalali-Puy, cuyo nombre significaba «diosa del bosque» en el idioma de su pueblo, la cual contaba con el apoyo incondicional de sus más bien primitivos súbditos, que la adoraban como si fuera una deidad. La Oba residía en lo que era quizás el palacio más insólito de Athas, edificado en lo más alto de las ramas de un anciano y gigantesco árbol de agafari; y sus templarios vivían en chozas construidas en las ramas bajas de dicho árbol.
El palacio, escribió el Nómada, era pequeño pero magnífico, sencillo y al mismo tiempo hermoso, y reflejaba el estrecho vínculo que existía entre los habitantes de Gulg y los árboles del bosque. Pese a ser una profanadora, la Oba era, entre todos los gobernantes de Athas, la que estaba más próxima al sendero de la vida de un druida. No obstante, era un sendero que había pervertido en su persecución del poder mediante las artes profanadoras.
La mayoría de los residentes de Gulg vivían en pequeñas cabañas circulares de tejados de paja situadas alrededor del enorme árbol de agafari donde su reina tenía su hogar. Las sencillas viviendas estaban protegidas por un «muro» defensivo que era, en realidad, un gran seto de árboles espinosos plantados tan cerca unos de otros que ni siquiera un halfling podía introducirse entre ellos sin quedar hecho trizas. La mayor parte de las gentes de Gulg eran tribales campesinos salvajes que cazaban en los bosques de las montañas y entregaban toda su caza a la Oba, quien luego distribuía la comida a sus ingenuos súbditos por intermedio de sus templarios.
Los comerciantes de los gremios mercantiles tenían que tratar con los templarios en lugar de hacerlo directamente con la gente, y ello había permitido al padre de Torian, uno de los templarios de la reina, forjar una poderosa alianza con la Casa de Ankhor. También había criado a su hijo siguiendo la tradición guerrera de los judagas, los guerreros cazadores de cabezas de Gulg, luchadores feroces y arqueros letales cuyos dardos envenenados podían matar con sólo provocar un leve rasguño. No era de extrañar, se dijo Sorak, que Torian hubiera sentido tan poca compasión y consideración por la vida humana.
Nibenay, por otra parte, era una ciudad más convencional, al menos en el sentido de que poseía edificaciones hechas de madera y piedra, si bien éstas distaban mucho de ser convencionales. Sorak se había sentido fascinado por la descripción del Nómada de las esculturas en piedra que cubrían casi cada centímetro de todos los edificios de Nibenay.
Las gentes de la ciudad eran artesanos y albañiles y justificadamente orgullosos de su talento, del que se valían para embellecer edificios con complicados dibujos y escenas. Algunos representaban a los propietarios de las casas o a los antepasados de los propietarios; otros mostraban danzas rituales, y los más exhibían esculturas de bestias y monstruos ejecutadas con minucioso detalle, como si quisieran aplacar a tales criaturas y a sus voraces apetitos.
Las gentes de Nibenay disfrutaban de una economía mucho más variada que los habitantes de Gulg, los cuales dependían del comercio con las casas mercantiles para la obtención de todos sus productos. Aparte de las pequeñas estatuas, ídolos, bustos y decoraciones de los edificios realizados por los albañiles de la ciudad, para todo lo cual existía gran demanda, la ciudad poseía una economía agrícola, centrada principalmente en los arrozales regados por arroyos controlados por la nobleza; pero aquello que hacía más famosa a Nibenay era su producción de armas, en particular las realizadas con la gruesa madera de agafari, que era casi tan resistente y duradera como el bronce.
Los árboles de agafari eran de crecimiento lento y resistentes a la sequía; pero, cuando se los regaba o plantaba en las montañas, donde existía un mayor abastecimiento de agua, crecían gruesos y a gran velocidad. Los garrotes de combate hechos con madera de agafari eran capaces de reventar casi cualquier tipo de armadura, y las lanzas y bastones de pelea de esa madera eran de una resistencia increíble, no obstante su delgadez.
Eran capaces de resistir los embates de espadas de obsidiana e incluso las muy escasas armas de hierro no conseguían más que hacerles algunas muescas. Sencillamente, la madera de agafari no se rompía.
A causa de ello, era muy difícil de trabajar, y se precisaban artesanos muy hábiles para obtener armas de aquella madera. Equipos enteros de guardabosques necesitaban a veces días para talar un solo árbol, para lo cual trabajaban con palas y hachas de piedra y utilizaban la quema controlada del sistema de raíces. Para obtener armas de la madera de agafari se precisaban herramientas especiales y una forja para controlar cuidadosamente el templado.
Un arco largo construido con esta madera no tan sólo resultaba difícil de tensar sino que, si el arquero tenía la fuerza suficiente para hacerlo, era capaz de lanzar las flechas con tal fuerza que éstas atravesaban una armadura a cincuenta metros. Los artesanos de Nibenay eran famosos, y con razón, por sus armas de agafari, y la demanda de ellas por parte de los gremios comerciales era muy grande; ahí era donde se encontraba el quid de la rivalidad entre Gulg y Nibenay.
Los constructores de armas de Nibenay cosechaban los árboles de agafari que crecían en el Bosque de la Media Luna, pero los cazadores-recolectores de Gulg dependían de ellos para su subsistencia. Los bosques de agafari acogían la caza que alimentaba a la ciudad de Gulg, y bajo las amplias copas de estos árboles crecían los arbustos de cola, los pimenteros y toda la otra clase de vegetación que no sólo ayudaba a alimentar a los ciudadanos de Gulg, sino que además les proporcionaba un comercio en especias e hierbas. Durante más años de los que nadie podía contar, había existido una enconada rivalidad entre ambas ciudades, una rivalidad que con frecuencia había desembocado en guerra abierta por el control de los recursos naturales disponibles.
– ¿Por qué los habitantes de Nibenay no se dedican a plantar nuevos árboles de agafari a partir de plantones por cada uno que talan? -había preguntado Sorak a Korahna.
– Lo hacen -replicó la princesa-, pero los plantan en arboledas alrededor de la ciudad, donde se pueden regar fácilmente con agua de los arroyos. En el Bosque de la Media Luna, en cambio, no se molestan en replantar lo que cortan porque regar esos árboles no sería práctico, y se necesitaría más tiempo y esfuerzo para bajar la madera por las laderas. Por otra parte, además, las templarias, que dirigen estas operaciones, consideran que privar poco a poco a Gulg de sus recursos acabará por debilitar a la ciudad y hacerla más vulnerable al ataque, o por lo menos hará que se convierta por completo en dependiente de Nibenay, lo que exigiría su capitulación.
– Y, mientras eso sucede, se destruye el Bosque de la Media Luna -dijo Ryana- y, con él, el ciclo vital de las plantas y animales que viven del bosque.
– Es verdad -asintió Korahna-. De jovencita nunca se me ocurrió pensar en tales cosas, y ni siquiera empecé a comprenderlas hasta que inicié el estudio de las obras de los protectores en secreto y entré en contacto con la Alianza del Velo. Los habitantes de Nibenay no comprenden que no es únicamente la gente de Gulg la que sufrirá por culpa de sus crueles prácticas, sino que también ellos se verán afectados. Y a las templarias, si es que se dan cuenta, no parece importarles. Es una de esas cosas que espero, de algún modo, poder cambiar en un futuro.
– Eso significará ponerte en contra de tu padre -indicó Ryana.
– Ya lo he hecho -contestó ella-. En cuanto hice el juramento de protectora, le volví la espalda para siempre.
– Y provocaste su enemistad -añadió Sorak.