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– ¿Qué se siente al estar de vuelta en casa? -preguntó Ryana.

– Una sensación extraña -replicó Korahna, que apartó su plato de comida y miró a su alrededor-. Cuando me fui, jamás creí que volvería a ver la ciudad. Ahora, después de nuestro viaje por las planicies y las montañas, parece extraño ver a tanta gente en un mismo lugar. Resulta… opresivo.

– Sé muy bien lo que sientes -dijo la sacerdotisa con una sonrisa-. Hay algo en la soledad y belleza del desierto que invade el espíritu. Es como si se ensanchara de algún modo, liberado de los confines de una ciudad o un pueblo… o incluso de un templo villichi. Luego, cuando te vuelves a encontrar otra vez entre gente, te sientes encerrada y apretujada.

– Sí -repuso Korahna-, eso es exactamente lo que siento.

– La gente no está hecha para vivir en ciudades -continuó Ryana-. Las ciudades son algo artificial, producto de una necesidad, en un principio, de agruparse para sobrevivir, y luego de una conveniencia en lo relativo a protección, comercio e industria. Pero, a medida que la población crece, el espacio disponible se torna más limitado, y el espíritu se retrae para compensar la falta de espacio. La gente se vuelve menos franca. Se apoderan de ella los ritmos más veloces que provoca la superpoblación. Todo el mundo tiene siempre prisa, todo el mundo estorba a todo el mundo. Las personas se tornan más nerviosas, menos confiadas, más propensas a reaccionar con violencia. Las ciudades son lugares insalubres. No dejan que la gente respire libremente.

»Cuando era niña, soñaba en ir a una ciudad porque parecía una aventura. Ahora, no puedo imaginar cómo nadie puede desear vivir de este modo, como antloids en un nido. Tal vez ése es el motivo de que los profanadores vivan en ciudades. Han olvidado qué es lo que profanan. No pueden amar un mundo que sólo ven en raras ocasiones.

– No obstante, es mi hogar -dijo Korahna-. Aquí es donde nací, y donde crecí, y aquí debo ofrecer una reparación por haber llevado una vida privilegiada mientras otros sufrían. Las ciudades no cambiarán nunca, Ryana, a menos que alguien trabaje para lograrlo.

– ¿Puede una ciudad ser diferente de lo que es? -quiso saber la joven.

– Quizá no -respondió la princesa-, pero puede ser mejor de lo que es. Sin duda el esfuerzo vale la pena.

– Sería agradable que así fuera -suspiró Ryana.

– Empieza a oscurecer -anunció Sorak-. Y la noche es el mejor momento para ponerse en contacto con la Alianza. Me sentiré mejor cuando sepa que estás a salvo con ellos.

– ¿Tan ansioso estás de deshacerte de mí? -preguntó Korahna.

– No. Simplemente ansioso por finalizar la tarea para la que vinimos aquí. Y ni siquiera sé aún cuál pueda ser esa tarea.

– ¿Y crees que la Alianza lo sabrá?

– Si los miembros de mayor rango de la Alianza están en contacto con el Sabio, él nos lo hará saber a través de ellos -dijo Sorak.

– ¿Y si no lo hace?

– Entonces no sé qué haremos -respondió él-. El rollo de pergamino nos ordenó venir a Nibenay. Bueno, aquí estamos por fin. Hemos cumplido nuestra parte; ahora es el momento de que el Sabio cumpla la suya.

– En ese caso, os llevaré al encuentro de la Alianza -anunció Korahna, empujando hacia atrás su silla y poniéndose en pie-. Vosotros me habéis traído a casa, por lo que os estoy profundamente agradecida. Me fui siendo una princesa mimada, y he regresado como una mujer que ha aprendido algo sobre sus capacidades. Por eso, también, os estoy agradecida, y más…

Desvió la mirada de Sorak a Ryana.

– No sé cómo hizo Kether lo que hizo, pero, por el vínculo que ha forjado entre nosotras, estaré siempre agradecida. Ryana, temo que tú recibiste la peor parte del trato, ya que yo no tenía nada de importancia que ofrecer. Pero por lo que tú me has dado… -Meneó la cabeza, incapaz de encontrar las palabras adecuadas-. Sólo puedo decir gracias, y sin embargo eso no parece suficiente.

– Lo es -contestó Ryana con una sonrisa-. Pero no te consideres tan insignificante. Lo que recibí de ti no fue poca cosa. Sé ahora más cosas sobre cómo vive y piensa la nobleza de lo que sabía antes, y también lo que significa descubrir un propósito a nuestra vida cuando se ha carecido de uno. Yo nací con el mío, pero tú buscaste el tuyo y lo encontraste, y tuviste el valor de actuar de acuerdo con tus creencias, cuando hacerlo significaba renunciar a todo lo que conocías. Para eso se necesitó un gran valor.

– Vaya… -dijo Korahna, visiblemente conmovida-. Viniendo de una sacerdotisa villichi, eso es una gran alabanza.

– Una villichi, sí, porque así es como nací -repuso Ryana-; pero, en cuanto a sacerdotisa…, ése es un título al que ya no puedo realmente pretender. Rompí mi juramento.

– Lo sé -replicó Korahna-. Y también sé que te provoca gran aflicción. Pero te repetiré tus propias palabras: actuar según las propias creencias, cuando significa renunciar a todo lo que se conoce, requiere una gran cantidad de coraje.

– Si las dos habéis acabado de intercambiar cumplidos, quizá podríamos ir en busca de un poco de diversión en esta ciudad -intervino Sorak. Aunque se trataba de su voz, el tono había cambiado por completo, y toda su actitud había sufrido una extraordinaria transformación. Estaba de pie con una mano en la cadera, la cabeza inclinada ligeramente a un lado, y una expresión de aburrida impaciencia en el rostro.

– Kivara -dijo Ryana.

Korahna se limitó a contemplarlo fijamente, estupefacta ante el repentino cambio. Su comunión con Ryana daba a ambas una idea y una comprensión de la naturaleza de Kivara, pero a pesar de ello asistir a una manifestación suya la dejó sorprendida.

– No es el momento, Kivara -indicó Ryana.

– Me he cansado de esperar el momento adecuado -replicó ella, haciendo girar los ojos y echando la cabeza atrás en un gesto airado-. No he salido desde que abandonamos Tyr. No hubo nada interesante durante el viaje; pero, ahora que por fin hemos llegado a una ciudad, merezco un poco de tiempo.

– No hemos venido aquí a divertirnos, Kivara -insistió la sacerdotisa-. Hemos de entregar a Korahna sana y salva a la Alianza del Velo y luego averiguar qué es lo tenemos que hacer aquí.

– ¿Y bien? Yo no os lo impido -repuso la entidad-. ¿Pero por qué tiene eso que significar que no podemos divertirnos un poco mientras lo hacemos?

– Somos protectores en la ciudad de un profanador -dijo Ryana con suma paciencia, aunque su exasperación empezaba a aflorar-. Y hemos traído de vuelta a la princesa exiliada. Corremos cierto peligro aquí.

– Perfecto -repuso Kivara-. Eso puede añadir un poco de sabor a lo que hasta ahora ha sido un viaje aburridísimo.

– Guardiana… -dijo Ryana.

– ¡No! -exclamó Kivara, estampando el pie contra el suelo, enojada. Varias personas se volvieron para contemplar sorprendidas su curioso comportamiento-. ¡No he salido durante semanas! ¡Y no voy a replegarme otra vez!

Kivara, intervino la Guardiana, aunque Korahna y Ryana no podían oírla, te estás portando muy mal. Esto no es lo que acordamos.

– Acepté cooperar; no acepté permanecer replegada todo el tiempo. ¡Tengo tanto derecho a salir como cualquiera de vosotros!

Kivara, éste no es ni el momento ni el lugar para discutir. Ya hablaremos sobre esto más tarde.

– ¡No! ¡No es justo! ¡Nunca me divierto!

Kivara…