– Es mi amigo -respondió Korahna, acercándose al tabernero.
– ¿Y quién se supone que eres tú? -inquirió él.
Korahna se acercó más a él y bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
– Mira con atención, Galavan. ¿No me reconoces?
El hombre frunció el entrecejo y la contempló con atención por unos instantes, entonces sus ojos se abrieron de par en par y se quedó boquiabierto por la sorpresa.
– ¡Dientes de serpiente! -musitó-. ¡Pensamos que estabas muerta!
– Podemos discutir eso más tarde -dijo ella-. Sabes por qué he venido. Estos dos son amigos míos, y respondo por ellos con mi vida.
– Tu palabra es suficiente para mí -repuso Galavan-. Venid por aquí, a la habitación trasera.
Los condujo detrás de la barra y a través de una arcada tapada por una cortina.
– Vigila el local -indicó a uno de sus ayudantes, y luego desapareció en el interior.
No parecía ser más que un almacén con una mesa pequeña, una silla y un farol. Las paredes estaban llenas de estanterías de madera que contenían copas, jarras, platos, botellas y otros artículos. Galavan se acercó a una de las estanterías, introdujo una mano en ella y soltó una palanca oculta; luego apartó toda la estantería de la pared, descubriendo un oscuro pasadizo.
– Por aquí -dijo, tomando el farol de la mesa e indicándoles que pasaran al interior. Entregó el farol a Korahna y, una vez que hubieron entrado, cerró la puerta secreta a su espalda.
– ¿Adónde conduce esto? -preguntó Ryana a la princesa.
– Ya lo veréis -respondió ella y empezó a bajar el tramo de peldaños de piedra, que conducía a un túnel bajo la calle. Avanzaron por el pasadizo un buen rato hasta que se dieron cuenta de que a su alrededor tenían un espacio más amplio. Las paredes del túnel habían llegado a su fin, y se encontraban en una zona despejada, pero bajo tierra.
– ¿Qué es este lugar? -preguntó Ryana, incapaz de ver gran cosa más allá del resplandor del farol.
– Son ruinas -dijo Sorak, cuya visión nocturna le permitía ver mucho más que ella-. Ruinas subterráneas. Nos encontramos en una especie de patio.
– Nibenay está construida sobre las ruinas de otra ciudad antigua -explicó Korahna-, que se remonta a más de mil años atrás. Ni las templarias ni mi padre lo saben, pero por toda la ciudad, hay lugares donde se puede hallar un modo de acceder a la ciudad vieja. La Espada Elfa es uno de esos sitios. Galavan es un aliado secreto de la Alianza del Velo.
– ¿Y ahora qué va a suceder? -quiso saber Ryana.
Como en respuesta a su pregunta, una veintena de antorchas se encendieron de improviso a su alrededor, y distinguieron unas figuras encapuchadas y vestidas con túnicas que los rodeaban formando un amplio círculo.
– Bienvenida a casa, Korahna -dijo una de ellas-. Te esperábamos.
10
Una de las figuras encapuchadas se acercó hacia ellos con su antorcha. Al aproximarse, vieron que su túnica era blanca, y que el rostro enmarcado por la capucha estaba cubierto por un velo blanco.
– Éstos son mis amigos -presentó Korahna-. Me ayudaron a escapar y me trajeron aquí a través de las Planicies Pedregosas.
– ¿Has cruzado las planicies? -exclamó el encapuchado lleno de asombro.
– De no haber sido por ellos dos, jamás habría logrado sobrevivir -continuó la princesa-. Les debo la vida.
La figura encapuchada se volvió para mirar a Ryana, luego a Sorak.
– ¿Eres tú aquel al que llaman Sorak el Nómada?
– ¿Me conoces? -preguntó él.
– Se nos anunció tu llegada.
– ¿Quién lo hizo? ¿El Sabio?
La Guardiana intentó sondear su mente, pero el encapuchado se limitó a sacudir la cabeza.
– No intentes utilizar el Sendero conmigo, Nómada. No te servirá. Estoy protegido.
– Tu magia es poderosa -dijo Sorak.
– Sí, pero no lo suficiente -replicó el enmascarado hechicero-. Por desgracia, el Rey Espectro es más poderoso. Te estamos agradecidos, y también a ti sacerdotisa, por devolvernos a Korahna. Será una gran ayuda en nuestra lucha. Pero vosotros teníais vuestros propios motivos para traerla.
– Sí -repuso Sorak-. Confiábamos en que nos ayudaría a entrar en contacto con vosotros. Se nos envió a Nibenay…
– Lo sé -lo interrumpió el hechicero-. Os esperábamos, aunque no sabíamos cómo llegaríais, o de dónde. Pensábamos que podríais llegar con una caravana o a lo mejor por el poco frecuentado sendero del norte, pero a través de las Planicies Pedregosas… Ésa es una hazaña de la que se hablará durante mucho tiempo. Estoy ansioso por conocer los detalles de vuestro viaje. Sin embargo, Korahna puede proporcionarlos. Me temo que vosotros tendréis otras cosas de las que ocuparos.
– ¿Qué quieres decir? -inquirió Ryana.
– Las templarias han descubierto que La Espada Elfa es un punto de contacto de la Alianza. Han estado enviando espías para vigilar quién entra y sale. No nos enteramos de ello hasta después de la desaparición de Korahna, de modo que no había forma de que ella pudiera saberlo.
»Después de vuestro… altercado, se vio a conocidos informadores abandonando la taberna a toda prisa. Seguro que irán directamente a ver a las templarias. Es muy improbable que ninguno haya reconocido a Korahna, pero tú te descubriste a ti mismo durante tu pelea con el ladrón. El Rey Espectro no tardará en saber de vuestra existencia, y entonces os encontraréis en gran peligro.
– Pero ¿cómo puede saber el Rey Espectro que estoy buscando al Sabio? -inquirió Sorak.
– No subestimes los poderes de Nibenay -aconsejó el mago-. Llevas contigo a Galdra, la espada mágica de los antiguos reyes elfos. Eso por sí solo haría que te considerase un rival. Ningún profanador desearía ver a los elfos unidos, a menos que ese rey fuera él mismo.
– Pero yo no soy ningún rey elfo -protestó Sorak-. Esta espada me la entregó la gran señora Varanna, y no mencionó nada de ningún legado relacionado con ella. No tengo el menor deseo de gobernar ni unir a nadie. No soy responsable de las fantásticas historias que han crecido alrededor de la espada.
– De todos modos, te verás afectado por esas historias. Las historias que se repiten lo suficiente se convierten en leyendas, y la gente valora en mucho las leyendas. Tanto si la profecía es cierta como si no, existirá gente que querrá convertirla en verdad, y por lo tanto o intentarán investirte a ti en ese papel, o arrebatarte la espada y usurparlo para sí mismos.
»Podrías, desde luego, entregar la espada, pero entonces te arriesgarías a que cayera en malas manos. Nibenay podría hacer muchas cosas con esa arma. Si conquista el vasallaje de los elfos, prefiero verla en tus manos. Sea como sea, estáis en peligro mientras permanezcáis en la ciudad. Es posible que las fuerzas del Rey Espectro encuentren la entrada secreta del almacén; pero, si lo hacen, estamos preparados para derrumbar el túnel sobre ellos. Existen otros lugares por los que entrar y salir de las viejas ruinas, lugares que aún no han descubierto. Hay una bifurcación en el túnel por el que vinisteis que os hará salir en el callejón situado detrás de La Espada Elfa. Sería mejor que no os vieran salir de la taberna. Os podrían seguir.
El encapuchado hechicero introdujo la mano dentro de la túnica y sacó un pequeño pergamino arrollado sujeto con una cinta verde, que entregó a Sorak.
– Esto te dirá lo que necesitas saber -explicó-. No me hagas más preguntas, pues no tengo respuestas que darte.
El hechicero se dio la vuelta para marcharse.
– Espera -llamó Sorak-. ¿Cómo podré volver a ponerme en contacto con vosotros?
– Sería mejor que no lo hicieras -repuso él-. Cuanto más tiempo permanezcas aquí, mayor será el riesgo para ti y para cualquiera que te ayude. Tú tienes tu misión, nosotros nuestra lucha que librar. Al final, quizá nuestros objetivos sean los mismos, pero debemos perseguirlos por caminos diferentes. Buena suerte, Nómada. Ojalá encuentres lo que buscas. Vamos, Korahna.