Se precipitaron hacia el edificio y penetraron en el interior. Korahna los condujo por un pasillo y al exterior por otra puerta, y luego por un callejón hasta una calle contigua.
– No podríais haber llegado en mejor momento -dijo Sorak.
Korahna se volvió y le sonrió por encima del hombro.
– Un buen rescate merece otro -respondió-. Hemos de sacaros de la ciudad a toda velocidad. Nos ha llegado la noticia de que las templarias han ordenado a toda la guardia de la ciudad que vengan a esta zona. Lo que visteis no era más que una pequeña dotación. Todo el barrio elfo estará invadido muy pronto por semigigantes empeñados en cazaros.
– De repente, siento unas ganas enormes de reanudar nuestro viaje -observó Ryana.
Descendieron corriendo por otro callejón y salieron a la calle situada al otro extremo.
– ¿No nos estamos apartando de las puertas de la ciudad? -inquirió Sorak mientras corrían.
– En el otro extremo del barrio elfo hay un túnel secreto que conduce por debajo de los muros de la ciudad -explicó Korahna-. Por ahí intentaremos sacaros de la ciudad. La diversión creada por mis amigos tendría que ayudarnos. Casi toda la guardia de la ciudad acudirá a la pelea que tiene lugar frente a la taberna.
Corrieron hasta el final de la calle y al doblar una esquina se toparon de improviso con otro escuadrón de semigigantes.
– Bueno, quizá no todos -se disculpó Korahna, desenvainando su espada. Estaban demasiado cerca para huir, pues apenas si los separaban de ellos unos diez metros. Los semigigantes rugieron y cargaron, agitando sus garrotes.
Ryana sintió un repentino escalofrío correr por su espalda cuando Sorak se adelantó a ella rápidamente. Mostraba la elegancia letal de un depredador, y la joven comprendió que Sorak había desaparecido y que la primitiva entidad denominada la Sombra había vuelto a surgir de las profundidades de su subconsciente.
Moviéndose con una velocidad realmente increíble, la Sombra fue al encuentro de los semigigantes y se introdujo entre ellos haciendo centellear a Galdra. En un abrir y cerrar de ojos, un semigigante quedó partido en dos, y su torso seccionado cayó al suelo entre alaridos. Galdra centelleó otra vez, y un garrote de agafari se partió como si no fuera más que un tallo reseco de hierba del desierto. Otro semigigante se desplomó, chillando, sobre el suelo; y en ese instante Ryana vio cómo un repentino cambio de actitud se apoderaba de los otros.
Algunos retrocedieron y arrojaron los garrotes, encogiéndose impotentes ante su adversario, en tanto que otros se limitaron a salir corriendo. Ryana comprendió de improviso por qué había sentido aquel escalofrío en la espalda; cada una de las personalidades interiores de Sorak poseía un talento paranormal propio, y el de la Sombra era un aura de terror implacable. Ella había percibido cómo se alzaba cuando él había pasado por su lado, y ahora lo notaba con mayor fuerza mientras irradiaba del joven en forma de oleadas de pura malevolencia animal. Era un terror absoluto y primitivo, el miedo hipnótico y dominador que se apodera de los pequeños mamíferos cuando se encuentran frente a frente con los ojos de una serpiente, la parálisis involuntaria del roedor cuando el depredador alado se abalanza desde lo alto para matar.
Pero, aun cuando se daba cuenta de lo que sucedía, ella misma se sintió poseída por aquella sensación. La Sombra no tan sólo la proyectaba hacia los semigigantes que caían ante su espada centelleante: emanaba de él en todas direcciones.
Korahna gritó al sentirla y le entró pánico. Se marchó chillando calle abajo, corriendo como si de ello dependiera su vida. Ryana fue tras ella, aunque en cierta forma también corría con ella, por más que una parte de su cerebro intentaba decirle que no existía ninguna amenaza para su persona. Tenía que correr o quedaría paralizada víctima de un terror impotente y se vería consumida por él. Una manzana más allá, notó cómo el miedo menguaba y regresaba la cordura, aunque Korahna seguía corriendo delante de ella, presa del propio impulso de su huida.
– ¡Korahna! -llamó Ryana corriendo para alcanzarla-. ¡Korahna, espera!
Y entonces vio a otro pelotón de semigigantes, una docena más o menos, mandados por una templaria, que penetraba en la calle. Korahna, en su loca carrera, iba directa hacia ellos.
– ¡Korahna! -chilló-. ¡Deténte!
Corrió tan deprisa como pudo, reduciendo la distancia entre ambas, y luego saltó, y agarró a la princesa por detrás. Las dos cayeron, rodando, al suelo. Ryana se colocó encima de la muchacha y la inmovilizó con sus brazos. Korahna se debatió, y la otra se vio obligada a propinarle un fuerte bofetón.
– ¡Vuelve en ti! -gritó-. ¡Korahna, por lo que más quieras!
Volvió a abofetearla, y la cabeza de la princesa dio una sacudida por efectos del golpe, y entonces su mirada pareció aclararse. Contempló a Ryana, confusa y aturdida.
– ¡Korahna, estamos en peligro! ¡Ponte en pie!
Se incorporaron tan deprisa como les fue posible, pero los semigigantes ya estaban encima de ellas. Los monstruosos guardas rompieron filas a toda velocidad y las rodearon; dirigiéndoles miradas maliciosas, empezaron a darse palmadas sobre las grandes y encallecidas manos con los enormes garrotes de combate.
– Vaya, ¿qué es lo que tenemos aquí? -dijo la templaria, adelantándose-. Pero si se trata de la hija de la traidora, que ha regresado para recibir su justo castigo.
– ¡Narimi! -exclamó Korahna.
– Debieras haber permanecido lejos de aquí, Korahna -repuso la mujer, contemplándola con desprecio-. Eres una deshonra para la casa real.
– ¡La casa real sí que resulta una deshonra en sí misma! -replicó ella-. ¡Me avergüenza haber nacido en ella!
– Una situación que se remedia fácilmente -contestó la templaria-. No tendrás que vivir con tu vergüenza por mucho tiempo. Te ejecutarán como se hizo con tu madre, pero primero dirás los nombres de tus cómplices en la Alianza.
– ¡Moriré antes de hacerlo! -respondió Korahna, dirigiendo la mano hacia la espada.
Pero, en cuanto intentó desenvainarla, la templaria hizo un ademán con la mano, y el arma quedó inmovilizada dentro de su vaina. La princesa tiró con todas sus fuerzas pero no pudo sacarla.
Ryana se concentró, dirigiendo toda su energía paranormal hacia el garrote del semigigante situado justo detrás de la templaria. Éste lanzó un gruñido cuando el arma se soltó de su mano y voló por los aires, describiendo un arco en dirección a la cabeza de la templaria. La mujer se giró con rapidez y volvió una vez más a alzar la mano, y la madera de agafari quedó incinerada en el aire en medio de un fogonazo antes de poder caer sobre ella.
Acto seguido, la templaria giró sobre sí misma y estiró un brazo en dirección a Ryana. Una fuerza invisible la golpeó con fuerza en el pecho y la lanzó hacia atrás, hasta aterrizar a los pies de los semigigantes colocados tras ella. Aturdida y sin aliento, no consiguió concentrar su fuerza de voluntad.
– Una buena intentona, sacerdotisa -dijo la templaria-, pero los poderes paranormales no pueden competir con la magia. Tú también morirás, pero primero me dirás dónde está el elfling.
– ¡No te diré nada, zorra!
– Creo que sí lo harás -repuso ella, volviendo a levantar la mano-. Sujetadla.
Dos de los semigigantes se inclinaron para levantarla; pero, nada más hacerlo, algo pasó silbando por el aire por encima de sus cabezas, y la templaria emitió un ahogado gruñido al tiempo que el cuchillo se clavaba en su pecho. Bajó los ojos hacia él con expresión sorprendida y se desplomó al suelo. Al instante, toda la calle se vio inundada por una lluvia de flechas.
– ¡Al suelo! -gritó Ryana, derribando a Korahna de un manotazo a las piernas para luego colocarse encima de ella.
A su alrededor, los semigigantes caían entre rugidos de dolor y rabia en tanto que las flechas parecían brotar de sus cuerpos de modo espontáneo. En segundos, la calle quedó cubierta de cadáveres.