Sorak no estaba de acuerdo, pues creía que jamás encontraría un significado o un propósito a su vida hasta descubrir quién era y de dónde venía. Incluso aunque decidiera dejar atrás su pasado, primero tendría que saber qué era lo que dejaba.
Cuando Sorak le contó a Ryana esta discusión, ella comprendió que, en cierto modo, él había estado discutiendo consigo mismo. Había sido un debate entre dos personalidades totalmente distintas, pero al mismo tiempo había sido una discusión entre aspectos diferentes de la misma personalidad, aunque en el caso de Sorak esos aspectos diferentes habían alcanzado un desarrollo completo como individuos independientes. La Guardiana era un ejemplo excelente ya que encarnaba los aspectos empáticos y protectores del muchacho, convertidos en una personalidad maternal cuyo papel no sólo era proteger la tribu, sino mantener también el equilibrio entre sus miembros.
Gracias a la lectura de los diarios de las dos sacerdotisas villichis que también habían sido tribus de uno, Ryana había averiguado que la cooperación entre las diferentes personalidades no era de ningún modo la regla… sino más bien lo contrario. Las dos mujeres habían escrito que de niñas no comprendían realmente su situación, y que a menudo habían experimentado «lapsos», como ellas los llamaban, durante los cuales eran incapaces de recordar períodos de tiempo que iban desde varias horas a varios días. Durante ese tiempo, una de sus otras personalidades salía al exterior y, tras tomar el control, actuaba de un modo que solía ser totalmente contradictorio con el comportamiento de la personalidad principal. Al principio, ninguna de ellas era consciente de poseer otras personalidades, y, aunque estas personalidades conocían la existencia de la principal, no siempre sabían de la existencia de las otras. Era, a juicio de las víctimas, una existencia confusa y aterradora.
Como había sucedido con Sorak, la instrucción recibida en el convento villichi permitió a estas mujeres tener conciencia de la existencia de sus otras personalidades y llegar a adaptarse a ellas. El estudio del Sendero no sólo evitó que perdieran la razón, sino que también les abrió nuevas posibilidades de llevar unas vidas normales y productivas.
En el caso de Sorak, la Guardiana había sido la primera en responder y la que había servido de conducto entre el joven y los otros miembros de su tribu interior. Esta entidad poseía los poderes de la telepatía y la telequinesia, en tanto que Sorak, contrariamente a lo que se había pensado en un principio, no parecía poseer ningún poder paranormal.
Esta carencia había frustrado al muchacho enormemente durante sus sesiones de adiestramiento, y, cuando esa frustración llegaba a su punto máximo, la Guardiana asumía siempre el control. Fue la gran señora Varanna quien primero se dio cuenta de ello y persuadió a la entidad para que se mostrara abiertamente, convenciéndola de que no beneficiaría en nada a Sorak intentando protegerlo de la verdad sobre sí mismo. Para Sorak, aquello había sido un momento crucial.
Debido a que la Guardiana hablaba siempre con la voz del joven, Ryana no se había dado cuenta nunca de que era una mujer, y no averiguó la verdad sobre el sexo de la entidad hasta el día en que confesó a Sorak que lo deseaba. No menos espantoso fue el descubrimiento de que Sorak poseía al menos otras dos personalidades femeninas en su interior: la Centinela, que jamás dormía y hablaba en contadas ocasiones, y Kivara, una jovencita traviesa y maliciosa con un temperamento sumamente curioso y abiertamente sensual. Ryana no había hablado nunca con la Centinela, quien jamás se manifestaba al exterior, ni tampoco había conocido a Kivara. Cuando la Guardiana aparecía, por lo general se manifestaba de tal manera que no se producía ninguna alteración visible en la personalidad o el comportamiento de Sorak; en cambio, por la forma en que el joven hablaba de Kivara, quedaba claro que ésta nunca podría ser tan sutil. Ryana no era capaz de imaginar cómo podría ser Kivara, aunque tampoco estaba muy segura de querer saberlo.
Conocía a otras tres de las personalidades que Sorak poseía. O quizás eran ellas quienes lo poseían a él. Estaba Chillido, la entidad animal que sólo podía comunicarse con otras criaturas salvajes, y la Sombra, una presencia enigmática, lúgubre y aterradora que habitaba las profundidades del subconsciente de Sorak y sólo emergía cuando la tribu se enfrentaba a algo que amenazara su supervivencia; y finalmente existía Kether, el gran misterio en la complicada multiplicidad del elfling.
Ryana únicamente se había encontrado con Kether una vez, aunque había hablado con Sorak de la extraña entidad en numerosas ocasiones. La vez que lo había visto, Kether había exhibido poderes que parecían casi mágicos, aunque debían de ser paranormales, pues Sorak no había recibido nunca enseñanzas en el terreno de la magia. De todos modos, eso era simplemente una suposición lógica y, cuando se trataba de Kether, Ryana no estaba muy segura de que pudiera aplicarse la lógica. Ni siquiera Sorak sabía qué pensar de aquella entidad.
– Al contrario que los otros, Kether no forma realmente parte de la tribu interior -le dijo Sorak al contarle ella lo que pensaba. Se mostraba nervioso mientras intentaba explicar lo poco que comprendía sobre aquella rara y etérea entidad llamada Kether-. Al menos, no parece serlo. Los otros conocen su existencia, pero no se comunican con él, y no saben de dónde procede.
– Hablas como si él viniera de algún lugar fuera de ti -observó Ryana.
– Sí, lo sé. Es que eso es exactamente lo que parece.
– Pero… no comprendo. ¿Cómo puede ser? ¿Cómo es posible?
– Lo cierto es que no lo sé -respondió Sorak encogiéndose de hombros-. Ojalá pudiera explicarlo mejor, pero no puedo. Fue Kether quien se manifestó cuando agonizaba en el desierto y lanzó una llamada paranormal tan potente que alcanzó a la venerable Al´Kali, que se encontraba en la cima del Diente del Dragón. Ni yo ni ninguno de los otros hemos conseguido reproducir esa hazaña. No poseemos ese poder. La gran señora Varanna siempre creyó que el poder estaba en mi interior, pero sospecho que el poder se encuentra en realidad en Kether y que yo soy un simple conducto por el que de vez en cuando fluye. Kether es con mucho el más fuerte de nosotros, más poderoso incluso que la Sombra, pero sin embargo no parece formar parte de nosotros. No lo siento dentro de mí, como me sucede con el resto.
– A lo mejor no lo sientes porque habita muy por debajo de tu nivel de conciencia, como el núcleo infantil del que hablabas -sugirió Ryana.
– Es posible -concedió él-, aunque soy consciente de la presencia del núcleo infantil, si bien de forma muy vaga. También noto la presencia de otros que están profundamente enterrados y no se manifiestan… o al menos se han abstenido de salir hasta ahora. Percibo su presencia; los noto a través de la Guardiana. Pero con Kether la sensación es muy diferente; es algo que resulta muy difícil de describir.
– Inténtalo.
– Es… -Sacudió la cabeza-. No sé si puedo expresarlo correctamente. Existe una profunda calidez que parece extenderse por todo mi cuerpo y una sensación de… vértigo, aunque quizás ésa no es la palabra correcta. Es una especie de levedad, una sensación de rotación, casi como si cayera desde una gran altura… y luego simplemente me desvanezco. Cuando regreso, todavía existe esa sensación de gran calidez, que permanece ahí durante un rato para luego desaparecer muy despacio. Y, por mucho tiempo que Kether me haya poseído, por lo general no consigo recordar nada.