– Cuando hablas de cómo se manifiestan los otros -indicó Ryana-, dices sencillamente que ellos «salen al exterior». Pero, cuando te refieres a Kether, hablas de haber estado poseído.
– Sí, es así como lo siento. No es como si Kether surgiera de dentro de mí, sino como si… descendiera sobre mí.
– Pero ¿desde dónde?
– Ojalá lo supiera. Del mundo de los espíritus tal vez.
– ¿Crees que Kether es un demonio?
– No, los demonios son criaturas que aparecen en las leyendas. Sabemos que no existen, aunque sí existen los espíritus que son la esencia que anima todo ser vivo. El Sendero nos enseña que el espíritu nunca muere realmente, que sobrevive a la muerte corporal y se une a la aún más poderosa energía vital del universo. Se nos enseña que las apariciones son una forma menor de espíritu, entidades de la naturaleza ligadas al plano físico. Pero los espíritus superiores existen en un plano más elevado, uno que no percibimos porque nuestros propios espíritus aún no han subido a él.
– ¿Y tú crees que Kether es un espíritu que ha encontrado la forma de tender un puente entre esos planos a través de ti?
– Quizá. No puedo decirlo. Sólo sé que hay una sensación de bondad en Kether, un aura de tranquilidad y fuerza. Y él no da la impresión de formar parte de mí; es más parecido a un visitante benévolo, una fuerza externa. No lo conozco, pero tampoco lo temo. Cuando desciende sobre mí, es como si me durmiera; luego despierto impregnado de una sensación de calma, tranquilidad y energía. No sé explicarlo de un modo mejor. Realmente desearía poder hacerlo.
«Lo he conocido casi toda mi vida -se dijo Ryana-, y no obstante hay facetas en las que no lo conozco en absoluto. Aunque, bien mirado, hay facetas en las que ni él mismo se conoce.»
– Un céntimo por tus pensamientos -dijo Sorak de repente sacándola de su ensoñación y devolviéndola al presente.
– ¿No puedes leerlos? -respondió ella con una sonrisa.
– La Guardiana es la telépata de entre nosotros -repuso él con suavidad-, pero no se permitiría leer tus pensamientos sin tu consentimiento. Al menos no creo que lo hiciera.
– ¿O sea que no estás seguro?
– Si ella creyera que era importante para el bienestar de la tribu, puede ser que lo hiciera y no me lo dijera.
– No me asusta que la Guardiana pueda leer mis pensamientos. No tengo nada que ocultar -dijo Ryana-. A ninguno de vosotros. En estos momentos pensaba simplemente en lo poco que te conozco, incluso después de diez años.
– Tal vez es porque, en muchas cosas, yo no me conozco a mí mismo -contestó Sorak, melancólico.
– Eso es exactamente lo que yo pensaba -repuso ella-. Debes de haber estado leyendo mi mente.
– Ya te he dicho que conscientemente jamás consentiría en que…
– Sólo bromeaba, Sorak.
– Ah, ya comprendo.
– La verdad es que deberías pedir a Poesía que te prestara su sentido del humor. Siempre has sido demasiado serio.
Ella lo había dicho a modo de broma, pero Sorak asintió, tomándolo como un comentario totalmente serio.
– Poesía y Kivara parecen poseer todo nuestro sentido del humor. Y también Eyron, supongo, aunque su humor es de un tipo más mordaz. Yo nunca he sabido detectar cuando alguien me hacía una broma. Ni siquiera tú. Me hace sentir… inepto.
«Partes de lo que debiera formar una personalidad completa han quedado distribuidas entre los otros», se dijo Ryana con cierta tristeza. Cuando eran pequeños, a menudo le había gastado bromas porque resultaba siempre una víctima muy fácil. Se preguntó si no debería guardar sus bromas para Poesía -aunque ello pudiera resultar agotador, ya que éste no parecía poseer en absoluto un lado serio-, o intentar ayudar a Sorak a desarrollar la parte más alegre de su naturaleza.
– Nunca me ha parecido que fueras un inepto en nada -le contestó-. Simplemente distinto. -Suspiró-. Es extraño. Cuando éramos más jóvenes, me limitaba a aceptarte como eras, pero ahora me esfuerzo por comprenderte, por comprenderos a todos, en realidad. Si hubiera hecho el esfuerzo antes, tal vez no te habría empujado a marcharte.
– ¿Crees que me empujaste a abandonar el convento? -Sorak frunció el entrecejo y meneó la cabeza negativamente. Tenía mis propias razones para marcharme.
– ¿Puedes afirmar con franqueza que yo no fui una de esas razones? -le preguntó directamente.
Él vaciló un instante y luego respondió:
– No, no puedo.
– He aquí la hipocresía de los elfos.
– Sólo soy elfo en parte -protestó Sorak. Entonces comprendió que ella le estaba tomando el pelo y sonrió-. Tenía mis motivos para marcharme, es cierto, pero tampoco quería convertirme en un motivo de aflicción para ti.
– Y así pues creaste una aflicción aun mayor marchándote -replicó ella burlona-. Lo comprendo. Debe de ser lógica elfa.
– ¿Voy a tener que soportar tus dardos durante todo este viaje?
– Sólo durante una parte de él. -Alzó la mano, el pulgar y el índice separados apenas un centímetro-. Una pequeña parte.
– Eres casi tan mala como Poesía.
– Vaya, pues si te vas a mostrar insultante, sería mejor que te replegaras al interior y dejaras salir a Eyron o a la Guardiana. Cualquiera de ellos podría proporcionar una conversación más interesante.
– Estoy totalmente de acuerdo -contestó Sorak, hablando de improviso en un tono de voz del todo diferente, uno que era más cortante, despreocupado y una pizca irónico. Ryana se dio cuenta de que ya no era Sorak sino Eyron. El joven la había tomado al pie de la letra. Por lo visto había decidido que estaba enojada con él, de modo que se había replegado y permitido que Eyron se manifestara.
También su porte había sufrido un leve cambio. Su postura había pasado de erguida y con las espaldas cuadradas a una ligeramente encorvada y de hombros hundidos. Incluso había variado el paso, con zancadas más cortas que descansaban con fuerza en los talones. Un observador corriente no hubiera notado la diferencia, pero Ryana era villichi y hacía tiempo que había aprendido a detectar el menor cambio que pudiera producirse en el aspecto y comportamiento del joven. Habría reconocido a Eyron aunque no hubiera hablado.
– Me limitaba a bromear un poco con Sorak -explicó-. En realidad no me sentía insultada.
– Ya lo sé -contestó Eyron.
– Ya sé que tú lo sabes. Lo he dicho para que se lo hagas saber a Sorak. No era mi intención hacer que se fuera. Me gustaría que no se mostrara tan sombrío y serio todo el tiempo.
– Siempre será sombrío y serio -repuso el ente-. Es sombrío y serio hasta extremos indecibles, y tú no vas a cambiarlo, Ryana. Déjalo en paz.
– ¿Te gustaría que lo hiciera, verdad? -le dijo ella, airada-. Haría que el resto de vosotros os sintierais más seguros.
– ¿Seguros? -repitió Eyron-. ¿Crees que representas alguna amenaza para nosotros?
– No lo digo exactamente en ese sentido.
– ¿Ah, no? ¿Y en qué sentido ha sido, pues?
– ¿Por qué has de ser siempre tan polemista? -replicó ella.
– Porque me gusta una buena discusión alguna que otra vez, igual que a ti te gusta tomarle el pelo a Sorak de vez en cuando. No obstante, la diferencia entre nosotros es que yo disfruto con el estímulo de un debate animado, en tanto que tú fastidias a Sorak porque sabes que es totalmente incapaz de defenderse.
– ¡Eso no es cierto! -protestó ella.
– ¿No? He observado que jamás lo intentas conmigo. Me gustaría saber por qué.
– Porque gastar bromas es un pasatiempo divertido, y tu humor es todo mordaz y amargo.