Выбрать главу

Stern alzó una mano y siguió leyendo. En la primera página de la citación habían grapado un largo añadido que describía los documentos pedidos por el gobierno. Dixon, en nombre de su compañía y subsidiarias, debía presentar diversos registros -billetes de pedido, tarjetas comerciales, documentos aprobatorios- relacionados con una larga lista de artículos de entrega futura. Las transacciones, identificadas por fecha, producto, cantidad de contratos, mes de entrega y cuenta del cliente, parecían enumeradas al azar. Las columnas de cifras ocupaban media página, pero las operaciones no parecían escogidas cronológicamente ni por cliente. Stern contó. Había treinta y siete transacciones.

– Empecemos desde el principio, Dixon. Háblame de estos documentos. ¿Cómo se generan?

– Tú ya conoces mis negocios, Stern.

– Dame el gusto -respondió Stern.

La verdad, desde luego, era que no los conocía del todo. Otros abogados -una enorme firma con oficinas allí y en Chicago- se encargaban habitualmente de los negocios de Dixon. Stern aprendía lo poco que necesitaba para hacer frente a los problemas y luego lo olvidaba todo -prácticas, regulaciones, términos-, como después de un examen. Oh, conocía las bases: un contrato de futuros era una obligación transferible para comprar o vender una cantidad estándar de determinado producto por un precio convenido en una fecha futura fija. Pero los mercados habían sufrido alteraciones desde que Dixon había empezado varias décadas atrás y sólo los granjeros vendían productos futuros para asegurar los precios de las cosechas. En la actualidad, se jugaba con dinero, como decía Dixon; los mercados vendían futuros sobre los mercados: sobre precios de bonos y monedas, índices bursátiles, opciones sobre futuros mismos. Cuando Stern visitaba las oficinas de Dixon, en la sala se hablaba una jerga ininteligible para éclass="underline" transacciones de base, curvas igualadas de rendimiento. A pesar de los misterios, Stern recordaba la confesión de Dixon de que las primeras personas en efectuar transacciones de futuro sobre los precios bursátiles habían sido corredores de apuestas de Las Vegas.

– Vamos a ver, por ejemplo, esta primera transacción para Chicago Ovens -apuntó Stern, señalando la citación. Ese cliente era una vasta empresa de panadería, parte de International Provisions, que producía un tercio del pan que se vendía en los supermercados. Stern había visitado a sus abogados en Chicago-. Por lo que sé, es una transacción típica. Querían estar seguros de poder comprar trigo en diciembre a un precio favorable. Así que te pidieron que les compraras diez millones de bushels [2] de trigo para la entrega de diciembre. ¿Correcto? Bien, ¿qué pasa en MD?

– Bueno -dijo Dixon-. Cada orden que recibimos, no importa de dónde venga, se redacta en el despacho central, que está aquí, en nuestras oficinas de la bolsa de Kindle. Luego transmiten la orden a nuestra cabina de la sección comercial de todas las bolsas donde se comercia ese futuro. Granos y finanzas en Chicago. Alimentos y fibras en Nueva York. Aquí hacemos lotes pequeños. Éste fue obviamente a Chicago. La orden circula y nuestro agente la pregona hasta que encuentra a alguien que quiere vender trigo de diciembre. Tal vez venda para granjeros, tal vez para especuladores. No importa. De noche la bolsa certifica las transacciones, es decir, las compara para cerciorarse de que MD compró diez millones de bushels de trigo de diciembre y otra casa los vendió. Al día siguiente enviamos la confirmación al cliente y nos aseguramos de que tenga suficiente dinero en nuestra empresa para cubrir la posición. Así funciona. Hay un millón de variantes, pero eso es lo básico. ¿Correcto? Ésa es la huella que están siguiendo.

Stern asintió: todo muy familiar. Estudió de nuevo la citación y preguntó cómo interpretaba Dixon la lista de operaciones, pero él sólo meneó la cabeza. Se trataba de cinco clientes distintos en varios meses. Stern había hablado la semana anterior en Chicago con los abogados de dos de esos clientes, un gran banco rural de Iowa y Chicago Ovens. Parecía probable, pues, que el gobierno también hubiera solicitado documentos a los otros tres clientes. Stern le dijo a Dixon que sería conveniente ponerse en contacto con ellos.

– ¿Para qué? -preguntó Dixon.

No era buena publicidad decir a los clientes que un gran jurado federal estaba estudiando los documentos de una empresa.

– Para determinar qué información brindaron. -Uno de los problemas de una investigación por el gran jurado consistía en llegar a una estimación, al menos aproximada, de lo que sabía el gobierno. La mayoría de las compañías e individuos carecían de valor suficiente para desobedecer la habitual solicitud del FBI de mantener en secreto las preguntas de sus agentes.

Dixon siguió aventurando vagas objeciones, pero al final cedió. Su defensa del negocio era instintiva. Había comenzado a trabajar en futuros en las pequeñas comunidades rurales y durante más de tres décadas Maison Dixon se había transformado en un coloso con clientes poderosos, reservas de productos y cuentas de gran magnitud. MD era miembro de la mayoría de las agencias bursátiles de Chicago y Nueva York, y tenía oficinas con activas líneas telefónicas en ambas ciudades y también en Kindle.

A finales de los sesenta Dixon había persuadido a un grupo de operadores de Kindle para que formaran una pequeña bolsa local de futuros. La idea de Dixon consistía en negociar con volúmenes más acordes con las necesidades de los comerciantes minoristas. La bolsa de Chicago no podía negociar un contrato para la entrega futura de trigo o soja inferior a 5.000 bushels. En Kindle se podían negociar 500 a precios que seguían los de Chicago. La bolsa del condado de Kindle había establecido su minimercado en los contratos más populares y Dixon seguía presionando a sus colegas para imponer más innovaciones. En los dos últimos años había procurado implacablemente las aprobaciones necesarias para comerciar en futuros en el índice de Precios al Consumidor. Dixon no había actuado sagazmente una única vez, sino varias. La comunidad financiera lo contemplaba con la habitual mezcla de admiración y disgusto. Un fullero. Un tiburón. Artero. Escurridizo. Pero inteligente. Tenía feroces enemigos y muchos admiradores.

– ¿Quiénes son estos clientes, Dixon? ¿Qué tienen en común?

– Nada. Diferentes productos. Diferentes estrategias. Lo único qué sobresale es que deben de ser los cinco mayores clientes que tengo.

Lo dijo con resentimiento. El gobierno estaba atacando un punto vulnerable.

– ¿Qué tienes que ver tú con estas cuentas, Dixon?

– No mucho. Se trata de grandes transacciones -respondió Dixon-. La norma de la casa es que me notifiquen toda operación de ese volumen. Pero eso es todo.

– ¿Grandes transacciones? -preguntó Stern.

– Míralas. Allí hay mil quinientos, dos mil contratos. El foso salta con esas órdenes.

– Explícate, por favor.

– Ya sabes cómo funciona, Stern. Cotizaciones. Un contrato vale 20.000 kilos. Un cliente quiere 1.500, eso es una buena tajada. El precio sube como un cohete. Es la oferta y la demanda. Intentamos todos los trucos para aminorar la marcha. Pasamos operaciones a corredores amigos. Compramos el producto en efectivo y vendemos el futuro. Pero no puedes detenerlo del todo. Es como la naturaleza cambiante.

– Ajá -dijo Stern. De manera que sí sabían algo. El gobierno estaba investigando operaciones grandes, operaciones que MD manejaba, operaciones que Dixon conocía, operaciones que ejercían un impacto significativo en los precios-. ¿No se te ocurre nada más?

Dixon meneó la cabeza con gravedad. No, nada, no sabía nada en absoluto. Stern se apoyó el grueso dedo en los labios. Aun con esta novedad, resultaba difícil evaluar las sospechas del gobierno. Los documentos solicitados se podían relacionar con diversos planes, particularmente en las operaciones de futuros, donde se practicaba todo tipo de canalladas. Stern supuso que Klonsky y sus colegas sospechaban de alguna clase de manipulación de los mercados. Había toda suerte de maniobras complicadas. Un par de meses atrás los periódicos habían publicado la información de que un gobierno extranjero con problemas en la cosecha del azúcar había intentado bajar el precio de los futuros de este producto para que el gobierno pudiera comprar y satisfacer a menor precio los compromisos de entrega. Habían circulado autorizados rumores de que se había perfeccionado una sustancia llamada «azúcar zurda», un tipo de azúcar natural sin calorías. Durante tres días los precios cayeron, pero luego los operadores de todo el país comprendieron lo que ocurría y los precios subieron como la espuma. Dixon tal vez había hallado un modo menos evidente -aunque igualmente ilegal- de manipular la reacción de los mercados ante estas enormes transacciones que efectuaba para sus clientes. Dixon, sin embargo, insistía en que él no corría peligro.

вернуться

[2] Busheclass="underline" medida de capacidad para cereales, equivalente en Estados Unidos a 35,238 litros. (N. del T.)