– Me estás mintiendo, Meredith. Dime la verdad: ¿esto guarda relación con un hombre?
– Kelsey, por favor, dime cómo encontrar un agujero negro.
– No sé, tal vez podrías contratar a un pájaro carpintero gigante y pedirle que te haga uno -se burló.
– Muy gracioso. Venga, contéstame.
– Mira, soy una profesional brillante, pero hay cosas que están más allá de mis conocimientos.
– Entonces, formula una hipótesis. Eso es lo que hacéis los físicos, ¿verdad?
Kelsey se sentó en el sofá y echó la cabeza hacia atrás.
– Bueno, supongo que habría que emular las condiciones que provocaron el primer incidente. El viajero del tiempo tendría que estar en el mismo sitio, a la misma hora, y tal vez llevar la misma ropa y hacer el mismo tipo de cosas. No lo sé, Meredith.
Es pura elucubración.
– Eso es mejor que nada -murmuró Meredith.
– ¿A qué viene esto? ¿Es que tienes intención de hacerte un viajecito al pasado? Te lo preguntó porque, en tal caso, será mejor que tengas mucho cuidado -dijo.
– ¿Cuidado?
– Sí. Podrías cambiar el curso de la historia y provocar un sinfín de problemas. Pero si vas a darte una vuelta por siglos pretéritos, tráeme de regalo a uno de esos tipoí caballerescos, románticos y…
Kelsey se detuvo y la miró con renovado interés, como si acabara de caer en la cuenta de algo. Meredith, sin embargo, se ruborizó otra vez.
– Oh, Dios mío, Meredith… Estás empezando a asustarme. Dime qué ha pasado.
Merrie tomó a Kelsey del brazo y tiró de ella para que se levantara del sofá.
– Te lo diré cuando tenga algo que decir. Pero ahora será mejor que te marches o perderás el último transbordador a Halteras.
– Pensaba quedarme a pasar la noche… Meredith llevó a su amiga hacia la puerta.
– No puede ser. Tengo cosas importantes que hacer.
– No pienso marcharme de la isla. Si es necesario, reservaré una habitación en un hotel. Tenemos que hablar, Merrie. Quiero saber lo que pasa.
Meredith la soltó y gimió.
– Está bien. ¿Quieres saber la verdad? Hay un hombre conmigo, y si regresa mientras estás aquí, me estropearás el fin de semana. Quiero que subas a tu coche y que tomes el primer transbordador. Te prometo que te llamaré y te lo contaré todo en cuanto sepa algo más. ¿De acuerdo?
Kelsey sonrió.
– Lo sabía. No puedes ocultarme nada… sabía que estabas con un hombre. Y me parece maravilloso, por cierto. ¿Es bueno en la cama?
– Todavía no lo sé -dijo mientras la empujaba para que se marchara de una vez.
– Bueno, de acuerdo, como quieras… pero llámame y cuéntame cómo te ha ido. ¿Lo harás?
– Lo haré, te lo prometo. Meredith se detuvo un momento, abrazó a su amiga y añadió:
– Gracias por venir, Kels.
– De nada.
Kelsey sonrió, subió a su coche y se marchó.
Meredith cerró la puerta de la casa y se apoyó en ella. Si su amiga tenía razón, tal vez existiera una remota posibilidad de conseguir que Griffin regresara a su época. A fin de cuentas tenía una idea aproximada de lo que había provocado su viaje al siglo XX.
Estaba convencida de ser un elemento crucial en aquella historia. No podía ser una simple casualidad ni un error cósmico; ella estaba escribiendo un estudio sobre Barba-negra y Griffin conocía personalmente al pirata. Debía de existir algún tipo de lógica en todo aquello.
Lamentablemente, ahora también estaba preocupada por el comentario de Kelsey sobre los problemas que podía provocar un viaje en el tiempo. Podían cambiar la historia. Incluso podían hacerlo por el simple procedimiento de enviar de vuelta a Griffin.
Gimió, cansada, y se frotó los ojos. Una de las muchas razones por las que era historiadora, y no física, era que detestaba trabajar con hipótesis; no le divertía nada enfrentarse a paradojas y teorías como las que implicaba su problema actual. De hecho, estaba empezando a sentir un intenso y profundo dolor de cabeza.
Griffin se quedó mirando el cartel en el que aparecía la familiar imagen de un pirata con un parche en un ojo y una espada entre los dientes: el mismo dibujo de sus calzoncillos. Al empujar la puerta del local, oyó las voces mezcladas de los clientes y la música. Necesitaba relajarse un poco, tomar algo, desaparecer entre la multitud. Y aquel lugar, el Pirate's Cove, parecía perfecto para tal fin.
Se sintió aliviado al observar que nadie se fijaba en él. Distinguió un taburete vacío al final de la barra, en la oscuridad, y se sentó. Después, echó un vistazo a las botellas que se alineaban en los estantes y se maldijo por haber supuesto que aquello iba a resultar fácil; bien al contrario, supo enseguida que el simple hecho de pedir algo de beber podía terminar en una situación complicada. Él era de otra época y no conocía las costumbres de aquel siglo
Por otra parte, no quería hacer nada extraño, nada que provocara preguntas que no sabría responder. Sabía que a Merrie no le habría gustado; ya le había recomendado que no le dijera la verdad a nadie porque los viajes en el tiempo no eran normales y todo el mundo pensaría que estaban locos.
Al pensar en ella, sonrió. Durante los últimos días había aprendido a confiar plenamente en Meredith y le habría gustado hacer algo o darle algo que sirviera para pagar, de algún modo, lo que estaba haciendo por él. Sin embargo, sabía que sus emociones iban más allá del simple agradecimiento. Era su guía, su estrella del norte, pero también una mujer bella y de carácter por quien se sentía profundamente atraído, una mujer que había empezado a derribar sus defensas con su amabilidad, sus contactos ocasionales y el deseo que provocaba en él.
Segundos más tarde, el camarero interrumpió sus pensamientos. Se acercó a él y preguntó:
– ¿Qué quieres tomar? Griffin lo miró.
– ¿Qué tienes? é-
El hombre le dio una carta con las bebidas del local y Griffin se sintió muy aliviado. Era justo lo que necesitaba.
Echó un vistazo a la lista, y al reconocer un par de palabras, dijo:
– Tomaré esto.
El camarero arqueó una ceja.
– ¿Seguro que quieres tomar un Anne Bonny?
Griffin asintió, sacó el dinero que tenía y lo dejó sobre la barra. Sin embargo, el camarero hizo caso omiso.
Unos minutos más tarde, llegó su bebida. Le pareció un brebaje bastante extraño: de color rosa, servido en una copa de cristal bastante rara y con una especie de sombrilla. Griffin echó un trago y sonrió. Por lo visto, el ron se había convertido con el paso de los siglos en una bebida dulce y sutil apenas perceptible bajo el sabor de un zumo de frutas.
Se lo tomó todo de un trago y dejó la copa vacía.
– ¿Quieres otro? -preguntó el camarero.
– Sí, gracias.
El camarero le dio una segunda bebida. Y esa vez, Griffin se lo tomó con más calma.
– Eres amigo de Meredith, ¿verdad? Griffin lo miró. Sabía que su presencia en su casa habría generado especulaciones entre los vecinos y la pregunta no le sorprendió. Pero a pesar de ello, dijo:
– ¿Cómo lo sabes?
El hombre, un tipo de buen tamaño, rió.
– Estás en una isla, amigo. Aquí no se puede ocultar nada… además, Meredith nació aquí. Su padre fue pescador durante años y su madre era prima de nuestro actual jefe de policía. En Ocracoke nos cuidamos los unos a los otros, si sábeselo que quiero decir.
– Sí, soy su amigo. O eso creo.
– ¿Qué pasa? ¿Os habéis peleado?
– ¿Cómo?
A Griffin no le gustó nada que el camarero insistiera en preguntar. No era normal en su época y le costó controlar su mal genio.
– Que si os habéis peleado.
– No, pero discutimos durante el desayuno -respondió-. Aunque, a decir verdad, no fue exactamente una discusión. Yo dije unas cuantas cosas y ella se limitó a escuchar.
– ¿Y qué haces? ¿Dormir en el sofá? Griffin frunció el ceño y lo miró con cara de pocos amigos.