– No te molestes por mi pregunta. Soy camarero y se supone que los camareros hacemos esa clase de preguntas -dijo el hombre, extendiendo una mano-. Me llamo Trevor Muldoon, aunque mis amigos me llaman Tank.
Griffin le estrechó la mano y dijo:
– Yo me llamo Griffin. Griffin Rourke, aunque mis amigos me llaman Griff.
– No pareces de aquí, Griff. Por tu acento, diría que eres británico…
– Sí, soy de Londres -mintió.
– Pues estás muy lejos de tu hogar -comentó Tank-. ¿Piensas quedarte por aquí? Griffin se encogió de hombros.
– Todavía no lo he decidido.
– ¿Y estás saliendo con Meredith?
– ¿Saliendo?
– Sí, ya sabes… que si ella y tú sois pareja.
– No estoy muy seguro de eso.
Griffin no entendía nada. Ni siquiera sabía qué entendían en aquella época por ser pareja.
– Está visto que con las mujeres nunca se sabe, ¿verdad? -comentó Tank.
Griffin hizo un esfuerzo y sonrió. No le agradaba hablar con un desconocido sobre su relación con Merrie. Sobre todo, porque tampoco sabía qué tipo de relación mantenían.
– ¿Cuánto tiempo lleváis juntos?
– No mucho -respondió Griffin-. Por cierto, antes me estaba preguntando qué hace la gente aquí para ganarse la vida…
– ¿Es que estás buscando un trabajo?
Griffin asintió. Durante los últimos días había estado considerando seriamente lo que podría depararle el futuro. Merrie no había encontrado nada que pudiera ayudarlo y su amiga todavía no había llamado. Él no podía limitarse a quedarse sentado, esperando; tenía que hacer algo útil con su tiempo o se volvería loco. Además, no quería vivir a costa de Merrie.
– Si finalmente decido quedarme en la isla, necesitaré un empleo. Tank negó con la cabeza.
– Encontrar trabajo en Ocracoke no es fácil. O se vive de los turistas o se vive del mar. No hay otra cosa… ¿a qué te dedicas?
– Al mar, precisamente. Estuve cruzando el Atlántico en un mercante.
– Bueno, puedo preguntar si hay trabajo en alguno de los pesqueros, pero no te prometo nada.
– Te lo agradecería mucho.
En ese momento, uno de los clientes llamó a Tank y el camarero se alejó. Griffin se alegró de que se marchara; así podía estar solo y pensar.
Al cabo de un rato, terminó la bebida y se dispuso a pagar. Pero Tank apareció de nuevo y le sirvió otro cóctel.
– Yo no he pedido nada -dijo Griffin.
– Lo sé. Éste corre a cuenta de aquella dama.
Tank hizo un gesto hacia una joven que estaba sentada al otro lado de la barra. La mujer sonrió a Griffin, se echó su melena rojiza hacia atrás y le indicó que se acercase.
En otros tiempos, tras la muerte de Jane, habría avanzado hacia ella, la habría besado, le habría introducido algunas monedas en el escote y la habría llevado a alguna habitación del local para hacerle apasionadamente el amor; pero esa vez se limitó a alzar su bebida a modo de brindis y echar un trago.
Sin embargo, la joven se levantó de su taburete y avanzó hacia él. Cuando llegó a su altura, se detuvo. Sus generosos senos rozaban uno de los brazos de Griffin y su denso perfume llenaba el ambiente.
– Hola. Eres nuevo aquí, ¿verdad?
Él la miró a los ojos y acto seguido admiró sus labios. No importaba en qué siglo estuviera; sabía lo que ella quería y sabía lo que él mismo, por otra parte, debía querer.
Lamentablemente, se sorprendió a sí mismo comparándola con Merrie; con la mujer que lo había salvado, con la mujer que olía a aire fresco y a jabón, con la mujer que no necesitaba mejorar sus rasgos con pinturas, con la mujer que no pedía nada y que lo daba todo.
– Gracias por la bebida y por la tentadora oferta, pero no puedo quedarme -dijo
Griffin-. Me temo que tengo que marcharme.
Griffin se levantó y se marchó, dejándola con dos palmos de narices. Merrie estaba esperándolo en la casa; y lo admitiera o no, encontraba más placentera la perspectiva de quedarse junto a su cama y contemplarla mientras dormía que la de perderse en el cuerpo de una desconocida.
Capitulo 4
Al cruzar el salón, se golpeó con la mesita. Había intentado recordar cómo se encendían las luces, pero lo había olvidado y no veía nada. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse en la oscuridad; entonces, vio luz bajo la puerta del dormitorio de Meredith.
Se acercó, llamó suavemente y entró. Merrie alzó la mirada. Estaba sentada en la cama, con las gafas puestas y aquella caja que llamaba ordenador portátil, entre un montón de papeles. Le pareció tan maravillosa, que tuvo que resistirse al impulso de tomarla entre sus brazos. Necesitaba estar con una mujer. Con aquella mujer.
Sin embargo, consiguió controlarse y sonrió.
Ella le devolvió la sonrisa.
– Me alegra observar que no estás enfadada conmigo.
– ¿Enfadada? ¿Por qué tendría que estarlo? Él frunció el ceño.
– En mi siglo, a las mujeres no les gustaban los hombres que llegaban tarde a casa y entraban borrachos en mitad de la noche después de haber estado de juerga con los amigos.
– ¿Eso es lo que has estado haciendo? ¿Y cuál de tus amigos lleva perfume barato?
– Te he traído esto -dijo Griffin, mientras sacaba las sombrillas de cóctel que se había guardado-. No sé para qué sirve, pero me ha parecido interesante.
Merrie las tomó y sonrió.
– Gracias… ha sido muy amable por tu parte. Pero, ¿te has bebido seis de los cócteles de Tank?
Griffin contempló los labios de Meredith sin poder evitarlo. Deseaba besarla.
– Estaban buenos y no dejó de servirme uno tras otro. Rechazarlos no habría estado bien;
Merrie suspiró y lo observó con sus grandes ojos verdes.
– Siento que seas tan infeliz aquí. Me gustaría poder ayudarte, pero no sé cómo. Estoy haciendo lo que puedo.
Una vez más, Griffin se quedó asombrado con su belleza. Y esta vez no pudo evitarlo: extendió un brazo y le acarició suavemente el labio inferior.
– Sé que tengo mal genio, pero no quería ser grosero contigo. Siento haberme enfadado contigo esta mañana. Te estoy muy agradecido por todo lo que has hecho por mí, Merrie.
– Pero quieres volver a tu tiempo…
– No tengo otro remedio. Debo hacerlo. Merrie lo tomó de la mano.
– Mi amiga, Kelsey, ha estado aquí esta tarde. Decidió venir a verme.
– ¿Y qué te ha dicho?
– El único consejo que ha podido darme es que deberíamos repetir las condiciones que se dieron la noche de tu aparición. Puede que entonces encontremos el agujero negro por el que llegaste.
Griffin estuvo a punto de maldecir en voz alta.
– ¿Repetir las condiciones? ¿Y cómo podríamos crear un huracán? A menos que hayáis encontrado la forma de controlar el clima, sospecho que eso es imposible.
– Puede que no necesitemos un huracán, que nos sirva una simple tormenta…
– ¿Y qué hacemos? ¿Esperar una?
– Por ahoja, sí. Por lo menos, hasta que encontremos otra solución.
Él intentó controlar su desilusión. Sabía que Merrie no merecía otro de sus enfados.
– ¿Le has hablado a tu amiga sobre mí? Ella negó con la cabeza.
– No, sólo le he planteado una situación hipotética. Le he dicho que estoy escribiendo una novela -respondió-. Si le hubiera contado la verdad, habría pensado que he perdido el juicio.
Griffin comenzó a caminar de un lado a otro, nervioso. Podía sentir que Merrie lo seguía con la mirada.
– ¿A qué hora me encontraste?
– A medianoche.
– ¿En qué condiciones?
– Muy extrañas, la verdad. El huracán estaba en lo peor y de repente se detuvo. Todo se quedó tan tranquilo y silencioso, que me asusté.
– ¿Y cómo me encontraste? Ella frunció el ceño.
– No estoy segura, pero recuerdo que algo me empujó a salir al exterior. Y entonces, te vi en la playa.