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Griffin se acercó a la ventana del dormitorio, corrió la cortina y miró hacia el mar.

– ¿Dónde exactamente?

– A unos metros del cedro grande, en línea recta. La marea estaba alta y las olas casi llegaban al jardín. ¿Pero sabes una cosa? Sospecho que el proceso no empezó en la playa. Creo que allí, en realidad, sólo terminó.

– No te entiendo…

– Da igual, eso no importa ahora -dije ella-. He alquilado un yate durante unos días, así que podríamos marcharnos mañana si hace buen tiempo. He pensado que podíamos navegar hasta el lugar donde dices que te caíste por la borda. Tal vez en centremos alguna pista… pero el viaje es largo, así que tal vez deberíamos anclar en Bath, pasar la noche allí y regresar al día siguiente.

– Es un buen plan. Pero, ¿sabes navegar?

– Mi padre me enseñó cuando era pequeña. Y lo que no pueda recordar, me lo recordarás tú. No creo que la navegación haya cambiado mucho en los últimos siglos.

Por primera vez, Griffin sintió que tenía alguna esperanza. Si conseguía regresar a su época antes de una semana, todavía pondrían acabar con Barbanegra.

Sin embargo, sabía que echaría de menos a Merrie. Cada día le sorprendía más su fuerza de espíritu y su carácter. No retrocedía nunca, ni siquiera cuando él se sentía dominado por la desesperación y se enfadaba. No lloraba, no pedía ayuda, no se escondía. En lugar de eso, lo retaba constantemente y lo animaba a ver lo bueno de aquella situación.

Era una mujer muy fuerte. Y en cuanto a él, ya no podía negar lo que sentía. Merrie le importaba. Quería que fuera feliz y desde luego no le agradaba la necesidad de abandonarla.

Volvió a cerrar la cortina de la ventana y se sentó en la cama, junto a ella. Después, se frotó los ojos y se pasó una mano por el pelo.

– ¿Qué pasará si no puedo volver? -murmuró él.

Meredith le puso una mano en el hombro. Griffin se sintió tan bien, que cerró los ojos para disfrutar de su contacto.

– Si se presenta ese problema, ya pensaremos en ello.

Emocionado por su actitud, se volvió hacia ella. Una vez más, su mirada se clavó en los labios de Meredith.

– ¿Por qué estás sola? -preguntó.

Merrie parpadeó, confundida.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Cómo es posible que ningún hombre te proteja? Cuando yo me marche, te quedarás sola. ¿No tienes miedo?

Ella sonrió.

– No necesito que nadie me proteja, Griffin. Soy perfectamente capaz de cuidar de mí.

– Pero ya has pasado la edad del matrimonio y…

– ¿De dónde te has sacado que soy una especie de vieja solterona? -se burló.

– ¿Es que te gusta vivir así? ¿Sola? Merrie se ruborizó levemente y se encogió de hombros.

– No lo sé, no he pensado mucho en ello. Pero, de todas formas, el mundo ha cambiado gracias a la revolución sexual y las mujeres tenemos ahora la oportunidad de ser independientes como los hombres, de poder elegir.

Griffin estuvo a punto de preguntarle sobre la revolución sexual, pero decidió concentrarse en lo que realmente importaba.

– Sea como sea, deberías buscar un marido. No esperes más tiempo.

– No es tan sencillo. Hay muchos asuntos que considerar…

– ¿Qué me dices de ese Muldoon? Parece un buen hombre, tiene salud y es dueño de un local con muchos clientes. Seguro que sería un marido decente… si quieres, puedo ir y hacerle una propuesta en tu nombre.

– ¿Tank Muldoon? -dijo Merrie, entre risas-. Sí, es un buen hombre, pero no me gusta.

Griffin tomó las manos de Merrie y las apretó con suavidad.

– Es un hombre fuerte y rico y su aspecto no es malo. Sé que para una mujer es importante que los hombres se bañen con frecuencia y que su dentadura se encuentre en buenas condiciones.

– Está bien, te lo diré de otro modo: yo no soy de la clase de mujeres que le gustan a Tank.

– Qué tontería. Si te tuviese, sería un hombre muy afortunado. Merrie apartó las manos.

– Griffin, no te preocupes por mí. Estaré bien cuanto te marches, en serio… ya estaba bien cuando apareciste.

Él asintió.

– Si yo fuera de tu época, querría estar contigo.

– Eres muy amable, pero no me gustaría que estuvieras conmigo a menos que me amaras de verdad.

– Muchas personas se casan sin estar enamoradas…

Griffin pensó que se había casado con Jane sin estar enamorado y sin que apenas se conocieran, lo cual no había evitado que su mundo se hundiera por completo cuando falleció. Tal vez porque, con el tiempo, había aprendido a amarla.

Jane había muerto sola en su pequeña casa de Williamsburg, tres días después de que las fiebres se llevaran a su hijo. Por entonces, él se encontraba en mitad del Atlántico, regresando desde Inglaterra, ocupado con sus responsabilidades como capitán del Spirit y contento por el precio que había conseguido por su cargamento de tabaco de Virginia.

– ¿Griffin?

– ¿Sí?

– ¿Te encuentras bien?

Lentamente, y sin decir nada, Griffin se inclinó y la besó en los labios. Ella entreabrió la boca, invitándolo a seguir; y al ver que no lo hacía, se decidió a adoptar una actitud más activa y lo lamió.

Lo que había comenzado como un gesto apenas perceptible, se transformó de repente en un acto cargado de sensualidad. Griffin deseaba besarla apasionadamente, hundirse en su cabello y en sus ojos. Pero, a pesar de ello, se apartó. No creía tener derecho a aceptar lo que le ofrecía; no podía hacerlo entonces ni podría hacerlo nunca.

– Lo siento -dijo ella.

– Soy yo quien debe disculparse. He actuado de forma impulsiva, sin pensar en tus sentimientos ni en tu honor.

Griffin se levantó de repente y se dirigió hacia la puerta.

– No tienes que marcharte…

– Debo hacerlo. Es casi medianoche y tu amiga dijo que debíamos repetir las condiciones de aquel día… tal vez no fuera el huracán, sino el momento o el lugar. Voy a ver qué pasa.

– ¿Crees que puede funcionar?

– No lo sé, pero no lo sabré si no lo intento. Duerme, Merrie… Y si cuando despiertas me he marchado, piensa que todo esto ha sido un sueño.

– Nunca creería que ha sido un sueño. Nunca te olvidaré -declaró, con voz temblorosa.

– Ni yo a ti.

Griffin se volvió y salió del dormitorio, dejándola sola. Merrie le había, dicho que estaría bien sin él, que ya vivía sola antes de que apareciera. Pero en el fondo de su corazón, sabía que dejaría algo precioso y mágico atrás cuando regresara a su época. Y también sabía que siempre se preguntaría por lo que podría haber sucedido si se hubiera quedado en el siglo XX.

Al decir que no la olvidaría, había dicho la verdad. Nunca dejaría de pensar en sus ojos, en su sonrisa, en el contacto de su piel y en su aroma.

No, nunca olvidaría a Merrie.

Meredith se tumbó y se tapó los ojos con las manos. Tenía ganas de llorar y no sabía por qué. Aquel hombre había aparecido en su vida con la fuerza de un huracán y estaba a punto de desaparecer del mismo modo.

Sabía que debía dejarlo marchar; aquella no era su época y, por otra parte, tenía que vengar la muerte de su padre. Sin embargo, no quería que se marchara; y por encima de todo tenía la sensación de que su relación no estaba ni mucho menos terminada, de que había algo inconcluso y de que Griffin no podía marcharse. Por lo menos, todavía.

Quería levantarse, salir corriendo y pedirle que no se marchara, pero 'se limitó a acercarse a la ventana del dormitorio y mirar al exterior. Griffin estaba mirando el mar, observando y esperando, apenas iluminado por la luz de la luna.

Nerviosa, Merrie miró el despertador. Eran las once y cincuenta y siete minutos. No podía soportar la tensión de la espera, de modo que se volvió a echar en la cama y se hizo un ovillo. Tenía miedo. Temía perderlo y temía no volver a sentir una atracción similar por ningún otro hombre. Y aunque intentó tranquilizarse y pensar que no podía hacer nada salvo ponerse en manos del destino, no conseguía conciliar el sueño.