Los minutos transcurrieron muy lentamente. Oía el sonido de las manecillas y al cabo de un rato perdió el sentido del tiempo. Ya no sabía qué hora era; cerró los ojos, convencida de que Griffin se había marchado para siempre, y poco después tuvo la sensación de que no estaba sola en el dormitorio. Él estaba allí, con ella.
Cuando Griffin se sentó, la cama se hundió bajo su peso. Acto seguido, se tumbó pegado a su cuerpo y paso un brazo alrededor de su cintura. Meredith sabía que sólo necesitaba estar con alguien, con cualquiera, pero se alegró de que la hubiera elegido a ella. Por primera vez, comprendió su profunda soledad, la sensación de estar lejos de su mundo. Había sentido lo mismo al verlo en la playa.
Griffin no tardó en quedarse dormido. Entonces, ella encendió la lámpara de la mesita de noche y lo observó durante un buen rato, admirando sus largas pestañas, su fuerte mandíbula, su sensual boca y su aristocrática nariz. Antes de salir de la casa se había puesto otra vez sus viejas prendas, pero al tumbarse en la cama se había quitado el chaleco y desabrochado parcialmente la camisa.
Incapaz de resistirse a la tentación, acercó a una mano a su pecho. No se atrevía a tocarlo, pero pasó los dedos a escasos milímetros de su piel; así podía sentir su calor e imaginar que lo acariciaba. Meredith había tenido varias relaciones con amigos de la universidad; sin embargo, nunca había sentido nada parecido y jamás le habían gustado tanto como para llegar hasta el final y dejar de ser virgen.
En muchos aspectos, Griffin era lo contrario de lo que pensaba que le gustaba en los hombres. Era un hombre de acción, no un intelectual, y desde luego no resultaba especialmente sensible. Pero 16 adoraba. Le gustaba tal y como era, con su arrogancia y su energía*sensual y sus ideas anticuadas.
En aquel momento, lamentó no parecerse a él. Dé haber sido un poco más atrevida, lo habría tocado. No habría esperado a que Griffin tomara la iniciativa, no se habría contentado con simples fantasías; habría actuado y le habría hecho el amor.
Poco a poco, el cansancio hizo mella en Merrie. Y antes de quedarse dormida, pensó que no importaba cuánto tiempo les quedara: nunca sería suficiente.
Sin embargo, tendría que serlo. A fin de cuentas, el año, la semana o el día que tuvieran por delante tendrían que servir por toda una vida.
La lluvia golpeaba suavemente el tejado de la casa. Griffin se encontraba junto a la ventana, contemplando el cielo gris y la oscura superficie del mar. La brisa mecía los árboles del jardín y a lo lejos se oían truenos.
Se volvió hacia Merrie, que estaba sentada en el sofá, y dijo:
– He navegado en aguas mucho peores que éstas. El viento es perfecto para navegar hasta el Pamticoe.
– Hasta el Pamlico, querrás decir. Y sí, no dudo que has navegado en sitios peores…
– Te aseguro que no estarás en peligro. Ella lo miró con desconfianza.
– No vas a conseguir convencerme de que salgamos con este tiempo, así que será mejor que te tranquilices.
– ¿Que me tranquilice? No puedo. Llevamos tres días esperando a que mejore el tiempo. Pero no pasa nada, sólo es lluvia…
Griffin estaba harto de esperar. No sabía qué hacer, y él viaje a Bath le daba esperanzas.
– Estamos en plena temporada de huracanes. No pienso salir al mar hasta que el cielo esté totalmente despejado -declaró ella-. Y por cierto, ¿no podrías dejar de caminar de un lado a otro como un tigre enjaulado? ¿Por qué no sales a pasear?
– No me apetece.
– ¿Qué hacíais en vuestra época para divertiros?
– Cazar zorros, ir a peleas de gallos…
– No me refiero a ese tipo de cosas.
– Bueno, también montamos a caballo, hacemos competiciones, asistimos a fiestas. Y por supuesto, bebemos.
Merrie frunció el ceño.
– Está bien, supongo que’ aquí no tienes mucho que hacer. En tal caso, tendremos que buscarte nuevas diversiones.
– ¿Para qué? ¿Eso mejorará mi vida?
– No lo sé, pero al menos me dará el tiempo necesario para hacer mi trabajo. Griffin suspiró. Sabía que tenía razón.
– Está bien, supongo que debería ocupar mi tiempo en algo.
– Veamos… ¿Qué sueles hacer en tu casa cuando llueve?
Él sonrió de forma lasciva.
– Sólo se me ocurre una cosa. Y supongo que eso es igual en tu siglo.
– Sí, bueno… ¿Y al margen de eso?
Griffin permaneció en silencio durante unos segundos, al cabo de los cuales movió la cabeza en gesto negativo. Además de acostarse con una mujer, no se le ocurría nada salvo subir a su barco y sentir la cubierta bajo sus pies. Había nacido para ser capitán y había heredado el sueño de su padre de construir un pequeño imperio con la venta del tabaco de Virginia.
Como hijo único, siempre había estado muy apegado a él. A los diez años ya lo sabía todo sobre el cultivo del tabaco y era plenamente consciente de la necesidad de invertir hasta el último penique en la plantación de los Rourke. Y a los doce, ya navegaba en el primer navío de la familia, el Betty, llamado así en honor a su madre.
Todavía recordaba la expresión de alegría de su padre cuando botaron aquel barco. El Betty se transformó en el centro de su vida, en lo único que lo empujaba a seguir adelante tras el fallecimiento de su esposa.
Pero, entonces, Teach se lo robó. El pirata lo atacó y lo capturó en la costa de Virginia cuando el padre de Griffin se encontraba a bordo. Y después de saquearlo, lo hundió.
– ¿Qué día es hoy? -preguntó Griffin, mirando al extrañamente silencioso loro.
– Veintiséis de septiembre.
– Ya ha pasado casi un año -murmuró, mientras acariciaba a Ben-. Este enredo comenzó por entonces.
– ¿A qué te refieres?
– A todo este asunto de Teach y de mi padre.
– ¿Puedes contarme lo que pasó? Griffin se apartó del loro y volvió a la ventana.
– Teach lo mató. No hay mucho más que contar.
– Es extraño…
– ¿Por qué?
– Porque a pesar de su fama, no ha pasado a la historia como un pirata especialmente sanguinario. Los marinos de la época pensaban que era una especie de demonio, pero ahora sabemos, por las distintas fuentes encontradas, que casi siempre capturaba sus cargamentos sin lucha de ninguna clase.
Griffin intentó contener su enfado. No podía comprender que Merrie defendiera a aquel canalla. Por lo visto, había pasado a la historia como una especie de héroe romántico.
– Mató a mi padre, Merrie -insistió.
– Lo siento, Griffin… ¿no quieres contarme lo que pasó?
– No hay más que decir.
– Pero, si hablaras de ello, tal vez…
– No, hablar no servirá para devolverle la vida.
– Está bien. Entonces, no hablaremos. Pero siéntate e intenta relajarte…
Griffin gruñó, pero lo hizo. Y Merrie le dio una revista de barcos para que leyera un rato.
– Me estás poniendo tensa…
– Es que relajarme no forma parte de mi naturaleza.
Meredith decidió tomar cartas en el asunto y le puso las manos en los hombros. Sus duros músculos estaban tensos, así que empezó a darle un masaje. Él cerró los ojos y la dejó hacer. Nunca le habían dado un masaje de ese tipo, y lo encontró maravillosamente agradable.
– Eres el hombre más impaciente que he conocido en mi vida. Griffin sonrió.
– Heredé esa característica de mi padre. Nunca estaba satisfecho con nada y todo lo quería para ayer. Mi madre solía enfadarse por eso y no le dirigía la palabra hasta que la sacaba de paseo en el carruaje.
– Parece que era una mujer muy sensata.
– Sí, lo era. Fue criada de mi padre, pero demostró ser tan sensata, que se casó con ella.
– ¿Fue su criada?
– Mi padre llegó a las colonias en 1670, cuando tenía veinte años. Había sido condenado por un pequeño robo y estaba preso, así que tuvo que trabajar durante quince años en una plantación, hasta que se ganó la libertad.