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– Debió de ser difícil para él…

– Sí, pero no te detengas.

– ¿Que no me detenga?

– Me refiero a lo que estás haciendo con tus dedos. No pares, por favor…

Merrie siguió masajeándole la espalda. Griffin se sentía como un gato tumbado al sol y absolutamente feliz con su vida.

– Sigue, hablándome de tu padre -dijo ella.

– Cuando dejó la plantación, había aprendido dos cosas: la primera, plantar tabaco y sacar beneficios de ello; la segunda, odiar la esclavitud. Se negó a tener esclavos y sólo trabajaba con presos a los que daba la libertad al cabo de cuatro años además de ropa nueva, una pistola y suficiente dinero para que pudieran establecerse por su cuenta.

Griffin se detuvo un momento antes de continuar con la historia.

– Mi madre era huérfana, de Bristol. Cuando llegó a su mayoría de edad, se embarcó en Inglaterra y también vino a las colonias. Mi padre la vio aquel día en los muelles y se enamoró de ella, así que la contrató como criada para servir en su casa. Pero, cinco meses después, ya la había convencido para que se casaran.

– Es una historia preciosa, muy romántica…

Griffin le acarició los brazos y se dejó llevar por el placer de su abrazo. Merrie se las arreglaba para hacerlo feliz a pesar de las circunstancias, y él disfrutaba plenamente de aquella amistad que compartían.

Nunca había sido amigo de ninguna mujer, y por supuesto no lo había sido de ninguna mujer a la que deseara. En su época, las mujeres estaban en una situación muy distinta y él siempre las había considerado más débiles y más incapaces de afrontar las preocupaciones diarias que los hombres. Pero sin duda alguna, Merrie era tan capaz como cualquier hombre. Era decidida, fuerte, independiente, obstinada, y él sabía que podía confiarle sus dudas, sus esperanzas y sus sueños.

– Cuando mi padre ganó el dinero suficiente, vendió la plantación y ordenó que construyeran su primer barco. Lo llamó Betty en honor a mi madre, Elizabeth, y comenzó a comerciar entre las colonias e Inglaterra. Cuando cumplí los veintiún años, me dio mi propio barco y me encargó la ruta entre Norfolk y Londres.

– Era una gran responsabilidad. A esa edad, la mayoría de los chicos que conozco están más preocupados por sus estudios y por las mujeres que por ninguna otra cosa.

Apenas eras un nombre y ya capitaneabas tu propio barco…

– Sí, era su capitán. Pero para entonces ya había cruzado el Atlántico más veces que muchos de los miembros de mi tripulación. Ten en cuenta que me embarqué por primera vez a los trece años, como grumete – explicó Griffin-. A los diecisiete años me aparté un año entero del mar para estudiar. Y a los dieciocho, serví como lugarteniente en un bergantín que hacía el trayecto entre el río James y el Támesis.

– Eres muy valiente.

Merrie comenzó a frotarle el cuello con las manos, pero esa vez, el contado le pareció mucho más íntimo.

– No soy tan valiente. Pero en determinados momentos, me habría gustado serlo más.

– Supongo que debes de arder en deseos de vengarte de Teach para poder seguir con tu vida… -dijo, intentando ocultar su emoción.

Griffin tardó en hablar. En realidad, su futuro le parecía un terreno yermo, vacío, sin nadie a quien amar. Su madre había fallecido cuando él tenía catorce años. Después, había perdido a Jane y a su hijo recién nacido. Y finalmente, a la única persona que le quedaba: su padre.

Se volvió hacia ella lentamente y miró sus ojos verdes.

– No puedo quedarme, Merrie. Si pudiera, lo haría. Pero no puedo.

– No te estaba pidiendo que te quedaras.

– Has hecho tanto por mí, que siento que he contraído una deuda impagable.

– No me debes nada -dijo a la defensiva, como si se sintiera ofendida. Griffin la acarició en la mejilla.

– Me has salvado la vida y siempre te estaré agradecido-susurró-. Pero al margen de eso, te debo mucho más de lo que jamás podrás imaginar.

Griffin volvió a besarla en los labios. Fue un roce tan suave como el contacto del pétalo de una rosa. Sin embargo, esa vez no se contentó con una simple caricia; siguió besándola con abierto deseo y ella gimió y pasó los brazos alrededor de su cuello. Griffin saboreó el néctar de su boca, un sabor tan embriagador como el mejor vino de Madeira y tan adictivo como el opio de la China. Quiso detenerse, pero no podía.

Nunca se había sentido tan atraído por ninguna mujer. En poco tiempo se había convertido en su puerto, en un lugar tranquilo a donde huir de las terribles tormentas que acechaban su corazón. Quería quedarse allí, a salvo, pero debía vengarse del pirata que había matado a su padre y por otra parte no quería hacerle daño. Así que, finalmente, se apartó.

– Lo siento -murmuró-. Me he vuelto a aprovechar de tu amabilidad.

– No me importa en absoluto… no te has aprovechado de mí -confesó con timidez-. Me gusta. Me encanta que me beses. Quiero que me beses. Te deseo, Griffin.

Griffin se levantó y se alejó a una distancia prudencial del sofá.

– Mi comportamiento es inadmisible. Creo que será mejor que salga a dar un paseo.

Meredith se levantó también y se plantó ante él, bloqueándole la salida.

– No soy ninguna niña, Griffin. Estamos en el siglo XX y las mujeres ya no somos elementos pasivos. Esto es cosa de dos, de ti y de mí, y puedes estar seguro de que no beso a nadie si no quiero hacerlo.

Acto seguido, se marchó del salón y lo dejó plantado ante la puerta.

Griffin frunció el ceño, confundido con el súbito arrebato de Meredith y por el deseo que sentía. No sabía qué hacer.

Cansado, miró a Ben Gunn, que lo miraba con desconfianza desde su percha, y dijo:

– Parece que he vuelto a meter la pata.

– Ten cuidado -dijo el loro.

– No es mal consejo -observó Griffin-. Tal vez sea mejor que salga a dar ese paseo.

Capitulo 5

Meredith se sintió aliviada cuando vio que amanecía despejado y que las previsiones eran buenas durante los cinco días siguientes. Tras el beso de la noche anterior, había hecho todo lo posible por mantenerse alejada de Griffin. Estaba tan ansiosa como él de salir de viaje, aunque sólo fuera para evitarse la vergüenza de sus propios e inútiles intentos de seducción.

Se sentía muy mortificada. No sabía cómo se había atrevido a tanto si él ya había dejado claro que no tenía intención de llevar su relación a ese extremo. Habían dormido juntos dos veces, pero Griffin no había hecho nada por seducirla; Merrie estaba convencida de que sus besos eran simplemente amistosos, una simple expresión de gratitud.

No quería pensar en ello, así que se concentró en los preparativos para salir de viaje al día siguiente. Griffin la acompañó al puerto y echó un vistazo al pequeño velero que había alquilado, encantado con la perspectiva de marcharse de la isla. Por supuesto, ninguno mencionó lo sucedido la noche anterior.

Mientras él examinaba la embarcación, ella fue a la tienda de Jenny, un ultramarinos que se encontraba en un destartalado edificio blanco, para comprar provisiones.

El edificio tenía un gran porche en la entrada, y las dos mecedoras y el banco estaban ocupados por el grupo habitual de las mañanas. El marido de Jenny, Hubey Hogue, descansaba en la mecedora más grande. Early Jackson, el enjuto propietario de la tienda de pesca Happy Jack, estaba en la otra. Junto a ellos se encontraban Lyle Burleswell, con sus sempiternas gafas, y el pelirrojo Shep Cummings; Lyle era dueño del hotel Sandpiper y Shep era el manitas de la isla. Todos estaban tomando café y bollos.

– Buenos días, Meredith -dijo Early, llevándose una mano a la gorra de capitán-. He oído que has alquilado un velero para salir mañana

Meredith sonrió. La única forma de mantener un secreto en Ocracoke era marcharse al continente. Y aun así, siempre se especulaba sobre los motivos de un viaje.