– ¿Vas a Bath? -preguntó Hubey.
– Sí, va con su amigo -dijo Lyle.
– Griffin Rourke -informó Shep.
– Es cierto, nos marchamos…
– Al amanecer, lo sé -dijo Early-. Se supone que mañana hará buen tiempo. Nada de huracanes, por fortuna.
Lyle asintió.
– Todos sabemos cuánto te disgusta el mal tiempo -dijo.
– Pero parece que has sobrevivido a Horace sin ningún problema -comentó Shep.
– Bueno, sólo era un huracán de categoría baja -observó Hubey-. No se parecía al Delia.
Meredith estaba deseando escapar de aquel tribunal de la Inquisición, de modo que dijo:
– Perdonadme, tengo que comprar algunas cosas.
– Hemos oído que tu amigo está buscando trabajo -intervino Hubey.
– ¿Cómo? -preguntó, cuando ya tenía una mano en el pomo de la puerta.
– Tank Muldoon dijo que tu amigo le preguntó «por posibles trabajos el otro día, cuando estuvo en su local.
– Parece que Rourke tiene intención de quedarse una temporada -dijo Lyle. Shep negó con la cabeza.
– Encontrar trabajos en la isla es muy difícil.
– Cuando volváis de vuestro viaje, dile a tu amigo que pase por nuestro muelle – dijo Early-. Los chicos y yo hemos comprado un viejo marisquero. Vamos a arreglarlo para vendérselo a un tipo de Georgia, y si a Rourke no le asusta el trabajo duro, podría ocuparse de ello.
– Se lo diré. Gracias…
Meredith entró en el viejo establecimiento, asombrada por lo que acababa de oír.
No podía creer que Griffin se hubiera resignado a quedarse en Ocracoke. Le parecía tan extraño, que pensó que Early había malinterpretado las palabras de Tank. No en vano, pensaba que si Griffin hubiera decido permanecer en la isla," ella habría sido la primera en saberlo.
– Buenos días, Meredith -dijo Jenny al verla-. He oído que tu novio está buscando trabajo…
Merrie estuvo a punto de dejar caer la lata de atún que había tomado de un estante. La dueña del establecimiento la estaba observando desde el mostrador, por encima de sus gafas y del crucigrama que había estado haciendo hasta entonces.
– Sí, eso tengo entendido.
– Entonces, ¿os vais a quedar mucho tiempo en la isla?
– Bueno, yo voy a estar todo el mes de diciembre, pero no sé qué piensa hacer Griffin.
– ¿Es que tenéis algún problema? Tank me dijo que Griffin y tú habíais discutido – comentó.
Meredith gimió sin poder evitarlo. Definitivamente, no había forma humana de guardar un secreto en Ocracoke; y mucho menos con un grupo de personas que eran como de la familia; todos ellos habían ayudado a su padre a criarla, y en consecuencia no podía enfadarse por sus intromisiones. Sólo querían que fuera feliz.
– No, no tenemos ningún problema – aseguró con una sonrisa.
Una vez más, pensó en el beso de la noche anterior. No había dejado de revivir el momento, sobre todo porque estaba casi segura de haber percibido deseo en él. Ciertamente, Griffin había corrido a alejarse de ella, pero ya no sabía qué pensar.
– Es un joven muy atractivo -dijo Jenny-. Aunque lleva el pelo demasiado largo.
– Sí, es atractivo. ¿Pero crees que necesita un corte de pelo?
Jenny consideró la pregunta durante unos segundos. Después, sonrió y respondio:
– No, qué va. Está muy bien así.
Jenny volvió entonces al periódico y a su crucigrama, de manera que Meredith también pudo regresar a su compra y a sus fantasías.
No entendía nada. Griffin había afirmado que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de volver a su época, y sin embargo, todos decían que estaba buscando trabajo. Si eso era cierto, cabía la posibilidad de que hubiera cambiado de opinión, e incluso de que estuviera respondiendo a la innegable atracción que existía entre ellos.
Mientras hacía la compra, intentó controlar el optimismo que había renacido en su corazón. No quería hacerse ilusiones, aunque era consciente de que tenía una oportunidad si Griffin seguía a su lado.
Diez minutos más tarde, pagó la cuenta y salió de ultramarinos con dos bolsas cargadas de comida. Griffin estaba sentado en el puente del velero, echando un vistazo a una carta de navegación.
Ella se detuvo, dejó las bolsas en el muelle y lo miró. Era devastadoramente atractivo, y por lo visto, no había sido la única mujer de la isla que lo había notado; todas ellas, desde las adolescentes a las abuelas, le lanzaban miradas de apreciación.
Al pensar en ello, la alegría de Merrie desapareció. Incluso si llegaba a quedarse en la isla, nunca le faltaría la compañía femenina. Y pensaba que ella, una aburrida profesora de Historia de la universidad que además no era precisamente una especialista en el arte de la seducción, no conseguiría retenerlo durante mucho tiempo.
– Hola, Merrie -dijo él al verla.
Meredith tuvo que hacer un esfuerzo para dejar sus pensamientos a un lado y volver a la realidad.
– Hola…
– Es un velero magnífico. Con este barco, podría cruzar el Atlántico yo solo.
– Bueno, sólo vamos a Bath.
– Ah, pero si pudiéramos hacerlo, te llevaría por todo el mundo. Sólo tendrías que subir a bordo y nos marcharíamos en este preciso momento.
Meredith se estremeció. Eran demasiadas posibilidades, demasiados sueños sin base real.
– Venga, sube, vamos a dar una vuelta por el puerto. Tengo que practicar.
Ella asintió, recogió las bolsas y subió al barco.
– Está bien, como quieras. Tú eres el capitán.
– Y tú serás un excelente segundo oficial, Merrie. Y ahora, pásame ese cabo, por favor -ordenó.
Merrie arqueó una ceja, pero lo hizo. Iban a navegar un rato para divertirse, pero al día siguiente, cuando salieran hacia Bath, lo harían para encontrar la forma de devolverlo a su época.
Y si lo conseguían, Griffin desaparecería de su vida. Para siempre.
La brisa levantaba pequeñas olas en la superficie del río Pamlico. El cielo estaba casi despejado y tenía un intenso color azuclass="underline" el reflejo del mar que acababan de dejar atrás.
Meredith estaba sentada en el puente mientras Griffin se hacía cargo del timón y de las velas. Habían salido al amanecer, cruzado el Sound y virado para ascender por el río. El día anterior, Merrie lo había puesto al tanto de los avances tecnológicos necesarios y él se había acostumbrado de inmediato; era evidente que se había pasado toda la vida en el mar.
Hablaron mucho. Meredith le contó historias de los días cuando salía en el barco con su padre y ella se dedicaba a aprender navegación o a estudiar, envuelta en una manta, mientras él trabajaba. Él amaba el mar; ella, las cosas relacionadas con el mar.
Pero a diferencia de su padre, su amor tenía un límite porque no había conseguido superar su fobia al mal tiempo.
Ahora llevaban un buen rato en silencio. Meredith alzó la vista al cielo y miró a una gaviota que parecía flotar en el viento. La brisa se había hecho más suave y el sol había empezado a calentarlos en cuanto viraron para ascender por el Pamlico, de modo que decidieron detenerse a comer cerca de Pamlico Point, el lugar donde el río desembocaba en el Sound.
Llegaron a Bath Creek a última hora de la tarde. Bath Creek era un afluente del Pamlico que también daba nombre a la ciudad, una antigua localidad colonial que en el siglo XVIII había sido el prirícipal puerto de la zona y la sede del gobierno colonial inglés en Carolina del Norte.
Griffin se quedó muy quieto de repente. De no haber sido porque la brisa removía su cabello, habría parecido la estatua de mármol de un antiguo dios.
– ¿Reconoces algo? -preguntó ella.
– Algunas cosas. La orilla ha cambiado un poco.
– Ten en cuenta que en trescientos años han sufrido muchas tormentas terribles.
– Hay más casas en unas zonas y menos en otras, pero definitivamente ha cambiado. Y ese puente no estaba allí.