– Me temo que ninguna de las estructuras de tu época han sobrevivido, aunque tal vez podamos encontrar pistas… Barbanegra vivía allí, en Plum Point, ¿verdad? -preguntó, señalando el sitio.
Él asintió.
– Sí, se construyó una mansión muy elegante para ser un pirata. A Teach le gusta comportarse como si fuera un caballero. Da fiestas en su casa y afirma que no hay ningún lugar en la colonia donde no sea bienvenido -declaró con amargura.
A Meredith le resultó muy extraño que alguien hablara de Barbanegra como si estuviera vivo. Pero por otra parte, sentía una intensa satisfacción por las explicaciones de su acompañante; de repente quería saberlo todo sobre el pirata.
Además, se le ocurrió que podía utilizar la excusa de Barbanegra para conseguir que Griffin permaneciera más tiempo a su lado. Estaba escribiendo un libro sobre él, de modo que tal vez sería mejor que olvidara sus escrúpulos e interrogara a Griffin. Él podría contarle historias y ella las apuntaría/Así, su extraño viaje al futuro habría tenido un sentido.
– Un poco más adelante hay ruinas de aquella época -explicó ella-. Y en un campo llano entre este punto y Bath encontramos un ladrillo que creemos que perteneció a un horno usado por Barbanegra para calentar el alquitrán para calafatear los barcos.
– Sí, conozco ese horno. Cuando está encendido, el alquitrán se huele a muchas millas de distancia.
– Ya no queda casi nada del horno. Iban tantos turistas a verlo, que estropearon los sembrados del dueño del campo y lo destruyó. Pero al otro lado todavía se pueden ver las ruinas de la mansión del gobernador Edén.
– Sí, todo esto me resulta familiar. Pero ha cambiado tanto…
– ¿Crees que podrás encontrar el lugar donde caíste por la borda?
– Claro que sí. Fue aquí.
– ¿Aquí?
Griffin maniobró para arriar las velas; después, ella echó el ancla. El barco se detuvo suavemente y Griffin sonrió.
– ¿Por qué no me habías dicho nada? – preguntó Merrie.
El la miró con tanta intensidad, que ella añadió:
– ¿Qué ocurre?
– No sé. ¿Qué ocurre?
– Te estás riendo de mí -protestó, ruborizada.
– No, en absoluto. Es que eres una excelente marinera, Merrie.
– ¿Y te parece extraño?
– En mi época, las mujeres no navegaban. Y tus habilidades me parecen bastante útiles, muy… prácticas.
– Gracias por el extraño cumplido, capitán Rourke. Siempre he querido ser útil a los hombres -dijo con ironía.
Él gimió y negó con la cabeza.
– Me has vuelto a malinterpretar. Aunque eso también me parece admirable… eres una mujer de muchos talentos.
– Sí, capitán, lo soy.
Griffin aseguró la barra del timón y se sentó frente a ella, mirando hacia la localidad.
– En mi época, Bath Town es un sitio mucho más animado. Ahora casi parece desierto.
– Los grandes barcos ya no anclan aquí, así que no hay demasiado comercio… sólo quedan unas cuantas casas antiguas, una iglesia encantadora y doscientos habitantes permanentes. Pero es uno de los lugares más bonitos y tranquilos de Carolina del Norte. Yo he venido muchas veces para investigar sobre mi:
Merrie prefirió no dar más detalles.
– Bueno, sea como sea, será mejor que vayamos a lo nuestro antes de que se haga de noche.
Griffin se puso de pie, se quitó las zapatillas y acto seguido hizo lo mismo con la camisa. La luz de la tarde iluminó su duro pecho y sus músculos, y ella deseó acariciarlo, asegurarse de que era un hombre de carne y hueso.
Pero cuando vio que también pensaba quitarse los pantalones, preguntó:
– ¿Qué vas a hacer?
– Tirarme al agua, Merrie. Date la vuelta… No me gustaría incomodarte.
Griffin dejó los pantalones en el suelo y ella cerró los ojos.
– ¡No puedes desnudarte y saltar así como así!
– ¿Por qué no? Si puedo disfrazarme de mujer y pasear por Ocracoke como si tal cosa, dudo que bañarme desnudo en Bath Creek pueda provocar algún problema.
Un par de segundos después, Meredith oyó que se había tirado al agua. Griffin reapareció enseguida en la superficie.
– Está muy fría… -dijo.
Ella se asomó por la borda y lo miró. Era impresionante, sobre todo sin ropa. Deseó haber tenido la valentía de mirarlo cuando estaba desnudo en cubierta, pero dado que no lo había hecho, intentó ver a través del agua. Lamentablemente, él se alejó nadando.
– ¿Y bien? -preguntó Griffin en la distancia.
– ¿Y bien? ¿Qué?
– Me caí en este lugar y más o menos a esta hora. ¿No ves nada extraño?
– No veo ni la mitad de lo que me gustaría.
– ¿Cómo? -preguntó, frunciendo el ceño.
– ¿Qué se supone que debo ver? ¿Qué viste aquella noche?
– No lo sé. Recuerdo que estaba en la cubierta del Adventure y que creí oír algo a mi espalda. Me volví, y cuando volví a abrir los ojos, estaba en el sofá de tu casa.
– Bueno, tal vez sea mejor que nades un rato… lentamente.
Griffin hizo lo que Merrie había sugerido y nadó alrededor del velero, muy despacio. Ella lo observó con detenimiento mientras el sol se acercaba al horizonte y comenzaba a desaparecer tras las ruinas de la plantación Thistleworth, la mansión del gobernador Edén, el amigo de Barbanegra.
– Parece que no pasa nada -dijo él.
– ¿Qué sientes?
– Nada en especial. Estoy mojado y tengo frío, pero sólo eso -respondió con evidente frustración.
– Tal vez sea mejor que vuelvas al barco. Lo siento, Griffin. Al menos lo hemos intentado…
Griffin miró a su alrededor y de repente se sumergió.
– ¡Griffin! ¿Dónde estás? ¡Griffin!
Meredith contó los segundos con creciente nerviosismo. No lo veía por ninguna parte. Pero cuando ya estaba a punto de rendirse a la desesperación, Griffin apareció en cubierta, por detrás, y la abrazó.
– ¿Pensabas que me había ahogado?
Se apretó tanto contra ella que Meredith pudo sentir todo su cuerpo en la espalda y más abajo. Giró el cuello para mirarlo, pero la sonrisa de Griffin desapareció inmediatamente.
Entonces, la besó.
Ella no lo dudó ni un instante. Se dejó llevar y empezó a acariciarlo. Estaba dominada por el deseo y por la maravillosa constatación del deseo de Griffin. Aunque no lo admitiera, sus sentimientos eran recíprocos.
Sin embargo, él retrocedió enseguida.
– Maldita sea, no puedo resistirme a la tentación… tienes que impedir que vuelva a suceder.
– ¿Que lo impida? ¿Por qué? No lo entiendo…
– No me preguntes por qué. No sabría explicarlo -dijo él-. Tal vez sea una cuestión de honor… no me gustaría estropear más tu reputación.
– ¿Mi reputación?
– Eres una mujer apasionada, Merrie, y una mujer con experiencia. Sé que para ti es difícil, pero no podemos permitirnos ciertos placeres.
– ¿Por qué no?
– Uno de estos días me marcharé. No sé cuándo, pero no quiero que más tarde te arrepientas.
Meredith se inclinó y recogió sus pantalones.
– Será mejor que te pongas esto.
Griffin se los puso y ella se dirigió al puente, decepcionada y confundida. Cerró los ojos, se abrazó a sí misma e intentó recordarse que tenía razón. En efecto, Griffin debía regresar a su época.
Pensó que tal y como estaban las cosas era mejor que aprovechara su presencia para interrogarle sobre Barbanegra y avanzar con la investigación. Y entonces, se le ocurrió la idea de que tal vez el destino le había enviado a Griffin para atormentarla.
– ¿Qué te ocurre, Merrie? ¿Estás bien? – preguntó él, al notar su gesto de tristeza. Ella se estremeció pero no lo miró.
– ¿Ya te has vestido?
– Nunca habría imaginado que fueras tan puritana, Merrie -comentó en tono de broma, para animarla-. Te preocupas por eso cuando tú misma te pasas la vida enseñando las rodillas y hasta los muslos en público.