– Me apetece tomar una cerveza -dijo él.
– ¿Lo ves? Ya lo estás haciendo otra vez.
– Creo que ya no tengo hambre. Griffin se levantó de la mesa y Meredith alzó los ojos al cielo, desesperada.
– Pues yo tengo hambre y voy a comer -declaró-. Así que puedes sentarte de nuevo y hablar conmigo o puedes buscarte un lugar tranquilo y pasar solo el resto de la tarde.
– Está bien, está bien…
Él se sentó de nuevo. La camarera se acercó a la mesa, tomó nota y regresó poco después con dos cervezas y un plato con tortitas de maíz.
Cuando se quedaron a solas, Griffin tomó una de las tortitas. Pero se limitó a mirarla y a devolverla a su sitio. -
– Mi esposa murió de fiebre amarilla – dijo.
– ¿Tu esposa? -preguntó ella, absolutamente sorprendida.
– Sí, Jane. Ella y mi hijo murieron hace cuatro años. Hubo una epidemia en la zona del río James.
– ¿Tú también enfermaste? Griffin rió con amargura.
– No, yo estaba en el mar, en el Spirit, regresando de Londres. Estaba tan contento… había vendido a buen precio el cargamento de tabaco de Virginia y había comprado uno de té de la China. Cuando llegué a Williams-burg, mi padre me estaba esperando en el muelle -explicó él-. Me contó que Jane había tenido un hijo mío, y acto seguido, añadió que los dos habían fallecido tres días antes.
– Cuánto lo siento… Es algo terrible.
– Apenas nos conocíamos cuando nos casamos, pero llegué a quererla de verdad. Era una gran mujer. Siempre se despedía de mí con una sonrisa y un beso y nunca se quejaba. Por mucho que quiera, jamás podré olvidarla.
– En tu época, la vida era aún más frágil que ahora.
– No te puedes ni imaginar la cantidad de tonterías que se hacen en mi tiempo para intentar acabar con las fiebres. Lo intentan todo, pero nada funciona.
– Deberíais eliminar todas las aguas estancadas y no utilizar barriles con agua de lluvia. La fiebre se extiende por culpa de un mosquito.
– ¿Por un mosquito? Todo esto es increíble. He venido a una época donde los médicos pueden curar una enfermedad que se llevó a mi esposa y a mi hijo. Qué ironía.
– Bueno, ahora tenemos curas para muchas enfermedades, pero hay muchas otras que todavía no se pueden curar. Eso no ha cambiado mucho.
Permanecieron en silencio un buen rato. Meredith todavía estaba sorprendida por la confesión de Griffin, que parecía muy angustiado.
– Gracias por habérmelo contado, por ayudarme a comprender -dijo ella.
Griffin no dijo nada. Se limitó a contemplar el mar.
Meredith lo observó y notó un brillo familiar en sus ojos azules. Ahora sabía que su sentido del honor no era lo único que se interponía entre ellos. Había otro elemento, un enemigo aún más duro: el sentimiento de culpabilidad. "
El sol de la tarde calentaba la espalda de Griffin mientras daba otra mano de pintura al casco del viejo mariscador. Llevaba más de una semana trabajando en aquel barco y se alegraba de tener algo en lo que ocupar su tiempo y gastar energías. Además, el empleo le proporcionaba la excusa perfecta "para mantenerse alejado de Meredith, aunque la intensidad de su deseo no había disminuido.
Early Jackson se encontraba en la cubierta inferior, trabajando en los motores, así que Griffin se dejó llevar por los recuerdos. Los barcos le fascinaban desde pequeño, desde que trabajaba con su padre; incluso había llegado a pensar que preferiría construirlos en lugar de navegar en ellos, y más tarde, durante su paso por la universidad de William y Mary, estudió Matemáticas para mejorar su comprensión del diseño náutico. Por eso, trabajar en aquel viejo pesquero y contribuir a recuperarlo le producía cierta satisfacción. Hasta pensó que podía dedicarse a ello.
Se alejó un momento para contemplar lo que había hecho durante la mañana y se dijo que, si el barco hubiera sido suyo, lo habría tratado con más cariño. Para empezar, le habría quitado toda la pintura y lo habría dejado tan suave como una pieza de seda. Después, habría arreglado todas las piezas y habría puesto dos planchas de madera, una a cada lado de la proa, con el nombre del barco labrado a mano.
Griffin sonrió al pensarlo. El nombre era evidente: lo llamaría Merrie.
– Hola, marinero. ¿Te apetece comer?
Al oír la voz de Meredith, Griffin se volvió. Llevaba un vestido de algodón con un estampado de flores, de color azul, y unas sandalias que dejaban ver los dedos de sus pies. Todavía no se había acostumbrado a verla así en público porque en su época era como ir desnudo, pero eso no evitó que apreciara lo que veía.
– ¿Es que no tienes hambre? -insistió ella.
Meredith dejó una cesta con comida en el suelo y él corrió a ver lo que contenía.
– ¿Que si no tengo hambre? Estoy hambriento.
– Dime una cosa: ¿qué vas a hacer cuando vuelvas a tu época y no puedas tomar refrescos no sé, tal vez sea mejor que me quede. La perspectiva de vivir sin refrescos se me hace insoportable.
Ella rió y él se alegró de verla contenta, aunque no se sentía precisamente feliz. A esas alturas, era consciente de que se había acostumbrado a Merrie, a su voz musical, a su rostro luminoso, a su sonrisa. No podía imaginar un mundo sin ella.
– Si tienes tiempo, podemos comer aquí.
– No, tengo una idea mejor -dijo Como ya he terminado, ¿qué te parece si salimos a dar una vuelta?
Griffin tomó la cesta y le indicó que lo siguiera al exterior. Meredith lo hizo y se sorprendió al ver que se detenía frente a una motocicleta.
– Oh, no, no sé conducir motocicletas – dijo ella.
– Pero yo sí. Early me enseñó hace unos días y ya he ido varias veces a buscar materiales a la ferretería. Es apasionante…
– No puedes conducir sin carnet, Griffin.
– ¿Qué es un carnet? -Preguntó él, frunciendo el ceño-. Early no dijo nada de eso…
– Es un documento oficial que te permite conducir por las calles y carreteras. ¿No le has dicho a Early que no tienes?
Griffin se encogió de hombros.
– ¿Cómo iba saber que necesitaba uno? Pero olvídate de eso y vamos a dar una vuelta.
– No me parece una buena idea.
– Venga, nos divertiremos. Y te prometo que no iré deprisa.
Merrie sonrió a regañadientes y montó en la moto con él, con la cesta sobre sus muslos.
Griffin cumplió su palabra y no fue deprisa al principio, pero a medida que se alejaban del pueblo, él aceleró y ella se sorprendió disfrutando del viento, de la velocidad y del paseo.
– No puedo creer que esté haciendo esto… -dijo, encantada.
Casi toda la isla era parque nacional. Cuando se lo habían dicho, Griffin no había entendido lo que quería decir; sin embargo, sabía que significaba que no había casas ni gente más allá del pueblo y que el resto de Ocracoke seguía igual que trescientos años antes.
Minutos más tarde, Griffin salió de la carretera principal y tomó un caminó de tierra. No tardaron mucho en detenerse.
– Es maravilloso. Como montar en un caballo muy veloz -dijo él.
– Nunca he montado a caballo, así que no puedo opinar. "
– Pues créeme, esto es mejor. Venga, vamos a comer a la playa… Quiero relajarme un poco. Hoy he trabajado bastante.
Se tomaron de la mano y ascendieron por una duna. Al llegar al otro lado se encontraron en una playa interminable y totalmente vacía, sin más compañía que unas cuantas gaviotas.
Griffin extendió en la arena la anta que Meredith había puesto en la cesta y los dos se sentaron, felices. Durante la última semana no habían pasado mucho tiempo junto. Él trabajaba del alba al anochecer, y por la noche, se quedaba dormido en el sofá.
De una u otra forma, los dos intentaban mantener las distancias. Pero eso no evitaba que Griffin se despertara de madrugada, que paseara por la casa pensando en ella y que incluso se asomara a veces al dormitorio para admirarla mientras dormía. Cada noche, esperaba que sucediera algo que lo devolviera a su época. Y cada noche, se sentía atrapado entre Merrie y la necesidad de volver al pasado.