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– ¿Lo ves? -preguntó él.

– ¿Qué tengo que ver?

– Mira allí, al horizonte…

– No veo nada.

– Inglaterra está allí, en alguna parte.

– ¿En alguna parte? Si ni siquiera sabes dónde está con exactitud, creo que no me fío de tus habilidades como navegante – bromeó.

Griffin sacó un emparedado de la cesta y dio un bocado.

– Creo que me gustaría ver Londres en tu época. Debe de haber crecido mucho…

– Sí, por supuesto.

– ¿Has estado alguna vez?

– Varias veces, pero te aseguro que yo preferiría verla en tu siglo, sin tantos coches y sin tantos edificios modernos.

– Entonces, tal vez sería mejor que yo me quede aquí y que te envíe a ti a vértelas con Barbanegra. Seguro que conseguirías que se rindiera con una simple sonrisa.

– Se dice que era todo un mujeriego…

– Sí, se dice que se ha casado con muchas mujeres. Hay quien habla de diez o doce, aunque no se sabe… Hace unos días, Early me contó una historia sobre una fiesta muy animada que supuestamente dio Teach aquí, en la isla, a principios de septiembre de 1718. Según él, sólo es una leyenda. Pero cuando me caí por la borda, Barbanegra pensaba dirigirse a Ocracoke.

¿Tú también has oído hablar de esa leyenda?

Merrie asintió.

– Entonces cuéntame lo que sepas. Quiero saberlo todo.

– Sé que anclaron los barcos en Teach Hole y que desembarcaron en el sur de la isla. Charles Vene estuvo allí, y también Calicó Jack Rackham, Robert Deal e Israel Hands. Asaron unos cuantos cerdos y vacas, bebieron mucho ron, bailaron, cantaron, se divirtieron… Pero cuando la historia llegó al gobernador Spotswood, se había transformado hasta el punto de hacerle creer que los piratas planeaban construir una fortaleza en la isla. Fue entonces cuando se decidió a capturar a Barbanegra.

– Sabes muchas cosas…

– No soy la única que lo sabe. Es una leyenda popular que conoce todo el mundo -dijo a la defensiva.

Él frunció el ceño.

– He estado pensando que tal vez no sea necesario que regrese a mi época. Es posible que todo se arregle sin mí.

– Nadie puede estar seguro de eso.

– No, pero empiezo a pensar que de todas formas no hay camino de vuelta. Lo hemos intentado todo y no ha funcionado.

– ¿Sentirías mucho quedarte aquí? -preguntó con inseguridad.

– Bueno, he invertido tanto tiempo y esfuerzo en capturar a Barbanegra… me gustaría terminar lo que he empezado y vengar la muerte de mi padre. Pero, ahora, no sé qué decir. Ni siquiera sé por qué estoy en tu tiempo.

– Griffin, creo que debo decirte algo.

– ¿De qué se trata?

Ella se mordió el labio inferior.

– Te vas a enfadar conmigo. Griffin se acercó y la acarició en la mejilla.

– ¿Por qué dices eso?

– Bueno, yo…

Suavemente, él le pasó una mano por detrás de la nuca y la atrajo hacia sí. Sin previo aviso, descendió sobre ella y la besó; pero en esta ocasión no fue un beso corto y dulce, sino largo y apasionado. La deseaba con toda su alma. La deseaba tanto, que comenzó a desabrocharle los botones del vestido, uno a uno, incapaz de controlarse.

Entonces, se quedó helado. Las mujeres de su época siempre llevaban varias prendas debajo de los vestidos y naturalmente esperaba encontrar algo más; por lo menos, una camisa y un corsé. Pero al abrirle el vestido e introducir una mano por debajo de la tela, su mano se había posado directamente en tino de sus senos desnudos.

Asombrado, suspiró. Una y otra vez se había repetido que no hacer el amor con ella era la mejor forma de honrarla. Ahora, en cambio, estaba seguro de haberse equivocado: entregarse a ella, hacerlo totalmente y sin reservas, era el mayor honor que podía imaginar.

Inclinó la cabeza, la beso en el cuello y acarició con dulzura uno de sus pezones.

Ella gimió y susurró su nombre, apretándose contra él, mientras Griffin intentaba mantener la situación bajo control; estaba tan excitado, que no confiaba en lo que pudiera pasar si entraba en ella en aquel preciso instante, así que decidió tomárselo con calma, tratarla con inmenso cuidado, aumentar su deseo y esperar a que estuviera, al menos, tan deseosa como él.»

Le acarició un muslo y ascendió poco a poco hacia su sexo.

– Te necesito, Merrie. Tal vez sea un loco, pero creo que he venido a esta época únicamente para hacerte el amor. No se me ocurre ninguna otra explicación, por más que lo pienso.

Meredith lo miró a los ojos con intensidad. Era evidente que también lo deseaba, pero retrocedió.

– No puedo hacer esto, no puedo. Lo siento, yo… Ha sido culpa mía, pero no puedo.

– Merrie, por favor, no pretendía…

– Será mejor que nos marchemos -dijo de repente mientras se ponía en pie-. Te esperaré en el camino.

Merrie empezó a abrocharse el vestido y se alejó a toda prisa. Griffin no sabía lo que -había pasado. El mundo había cambiado mucho en trescientos años y cabía la posibilidad de que hubiera hecho algo que en su época se considerara ofensivo, o tal vez había sido un inepto y no había estado a la altura de sus anteriores amantes. Pero en cualquiera de los casos, no había imaginado su deseo.

Griffin gimió. Se sentía impotente y confuso como un niño.

Sin embargo, su dilema tenía una solución. Sabía que las probabilidades de regresar a su época eran escasas, y por mucho que deseara lo contrario, tendría que labrarse un porvenir allí, en el siglo XX. Por tanto, se sentía obligado a hacer lo que consideraba correcto, lo único que en su opinión podría, solucionar todos sus problemas: casarse con ella.

Meredith estaba sentada en la mecedora del porche, disfrutando del canto de los grillos y del sonido de las olas al romper en la playa. Pero sus ojos no se apartaban de la figura que se encontraba más adelante, junto a la orilla, iluminado por la luz de una media luna.

Griffin había estado paseando desde que llegaron a la casa y ahora se había detenido a contemplar el horizonte. Llevaba unos vaqueros desgastados y la camisa que usaba para trabajar. Había guardado la ropa de su época en el armario y Meredith sabía que había empezado a considerar la posibilidad de quedarse allí, con ella. Pero en lugar de sentirse feliz, estaba confusa y dominada por el remordimiento.

Suspiró y cerró los ojos durante unos segundos. Deseaba acercarse a él y explicarle por qué había huido horas antes. Sin embargo, eso implicaba una confesión completa y no estaba segura de que él estuviera preparado para escucharla. Además, ni siquiera sabía si sería capaz de decirle que creía ser la causa de su viaje en el tiempo.

Era la única explicación que tenía sentido. Durante los últimos días lo había interrogado varias veces sobre Barbanegra y en todas las ocasiones le había sorprendido lo poco que sabía de él. Al fin y al cabo, no era tan extraño… En el siglo XVIII las noticias viajaban muy despacio; no había periódicos ni televisión y la mayoría de los delitos del pirata se conocían únicamente por rumores.

Definitivamente, se sentía perdida.

– No sé qué hacer -murmuró.

– Podrías empezar por explicar lo que ha pasado entre nosotros, Merrie.

Meredith alzó la vista y se sorprendió al ver que Griffin se había acercado, en silencio.

– Tampoco sé qué decir.

– ¿Es que he hecho algo malo?

– No, es culpa mía. Supongo que no estaba preparada. Hay cosas de las que deberíamos hablar antes de…

– Digas lo que digas, la culpa es mía. Te he presionado.

– No es verdad. Verás, Griffin, yo… Griffin le tapó la boca con un dedo.

– Merrie, creo que sé lo que vas a decir.

– Griffin…

– En mi opinión sólo hay una solución para nuestro problema: casarnos.

– ¿Qué? -preguntó, más asombrada que nunca.