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– Quiero que seas mi esposa -insistió.

– ¿Quieres que me case contigo? Él asintió.

– Sí. Después de lo que ha pasado esta tarde, me parece lo más razonable. Mi comportamiento ha sido muy inapropiado. Y aunque a ti no te importe tu virtud, a mí sí me importa.

– ¿Y crees que casándote conmigo protegerás mi virtud? ¿Te has vuelto loco? – preguntó.

– No, estoy en plena posesión de mis facultades mentales. Meredith rió.

– ¿Quieres casarte conmigo porque nos hemos besado en una playa? ¡Pero si no hemos hecho nada!

– Hemos hecho bastante. ¿Y bien? ¿Quieres casarte conmigo?

– No, claro que no.

– No lo entiendo… ¿por qué?

– Griffin, piensa lo que estás diciendo. ¿Qué pasará cuando vuelvas a tu época? Es una idea absurda. Y no podemos casarnos únicamente para que no te sientas culpable cuando hagamos el amor.

– Sinceramente, no creo que vuelva a mi época -dijo él, tomándola de la mano-. Cada día me parece más evidente.

– No puedes estar seguro de eso.

– Cásate conmigo -insistió.

– No puedo casarme contigo.

Entonces, Meredith se apartó de él y entró en la casa con intención de dar un portazo. No podía creer que Griffin le hubiera hecho una propuesta tan ridícula por culpa de un insostenible concepto del honor.

– Maldita sea, Merrie, espera…

– ¡Déjame en paz, Griff!

Meredith entró en su dormitorio y se tumbó en la cama. A pesar de que su idea le pareciera absurda, había estado a punto de aceptar. En el fondo sólo quería estar a su lado; pero, por otra parte, quería que su relación se basara en el amor y estaba convencida de que Griffin no la amaba.

Suspiró, triste, y pensó que no debía seguir engañándose. Fuera como fuera y pasara lo que pasara, él seguía siendo Griffin Rourke, un hombre cuyo corazón y cuya alma pertenecían al pasado.

Capitulo 7

Meredith pensó que Griffin iría a su cama aquella noche, pero no lo hizo. A lo largo de la madrugada, se despertó un par de veces y creyó oír que paseaba por el salón y que se detenía junto a su puerta, a punto de llamar. Sin embargo, eso fue todo.

Al final consiguió conciliar el sueño y no volvió a abrir los ojos hasta un buen rato después del amanecer. Oyó que el loro estaba hablando solo en su percha y se levantó; supuso que Griffin se habría marchado a trabajar y se alegró: al menos no tendría que enfrentarse a él y a sus ridículas propuestas de matrimonio. Pero estaba a punto de llevarse una sorpresa.

Se puso unos vaqueros y una camiseta, salió del dormitorio y se dirigió a la cocina con intención de prepararse un café.

– ¡Buenos días! -dijo Ben.

– Buenos días…

En ese momento, vio que no estaban solos. Griffin se encontraba frente a la chimenea del salón. Se había puesto unos vaqueros, como ella, y una camiseta.

– Es muy tarde. ¿Por qué no has ido a trabajar?

Griffin se limitó a observarla.

– ¿Cuándo pensabas decírmelo, Merrie?

– ¿Decirte qué?

Él tomó los folios que Meredith había dejado en su escritorio y se los enseñó.

– Esto. Tu trabajo. El tema central del libro que estás escribiendo.

– ¿Has estado rebuscando entre mis cosas?-preguntó, incrédula.

– Por supuesto que sí. Olvidas que soy espía. Cuando necesito información, la busco.

– No tenías derecho a…

– ¿Que no tenía derecho? -la interrumpió-. Tenía todo el derecho del mundo. ¿Cuándo pensabas decírmelo?

Meredith dio un paso atrás, asustada.

– Dímelo, Merrie. Dime -que estás escribiendo un libro sobre ese canalla, que serías capaz de hacer cualquier cosa con tal de saber más sobre el hombre que más odio en el mundo. Dime qué tu eres la razón de mi presencia en tu época. Tú me trajiste, Merrie… Y ahora, ¡dime cómo lo hiciste! -exigió.

– No lo sé, te juro que no lo sé. He dado vueltas y más vueltas a ese asueto y no sé por qué estás aquí. Pero desde luego, no es por mi trabajo.

– Entonces, ¿por qué?

– Si te lo digo, no me creerás.

– Maldita sea… tengo derecho a saberlo. Meredith dudó, pero debía decirle la verdad.

– Está bien, Griffin. Creo que estás aquí porque eres el hombre de mis sueños.

– ¿Cómo?

– Verás… hace años que tengo sueños eróticos con un hombre, con una especie de pirata. Sólo eran fantasías y naturalmente no les di ninguna importancia -explicó, avergonzada-. Pero yo no quería hacer daño a nadie. Y, desde luego, no pretendí traerte a mi tiempo.

– Esto es increíble. Es una de las cosas más absurdas que he oído en toda mi vida. ¿Insinúas que he viajado en el tiempo sólo para acostarme con una mujer?

– Si no es así, ¿qué otra explicación se te ocurre? Por mi trabajo no puede ser, porque sé más de Teach que tú. Al principio pensé que podía ser por eso y preferí no darte más detalles porque Kelsey me advirtió sobre el peligro de cambiar la historia. Pero después…

– Ya has cambiado la historia. Me has traído a tu época y me has apartado de mi objetivo.

– No sé qué es lo que ha pasado, Griffin, pero lo siento. Si pudiera hacer algo para arreglar las cosas, lo haría.

– Si realmente no ha sido por tu trabajo, tiene que existir otra explicación. Has debido de pasar algo por alto… -dijo en tono acusador.

– ¿Crees que no te devolvería al pasado si pudiera?

– No lo sé. ¿Lo harías?

– ¿Cómo puedes preguntarme eso? Griffin maldijo en voz baja.

– Tengo que regresar. No puedo estar condenado a esta vida…

– ¿Tanto te molesta? ¿Tan repugnante te parece mi época? -preguntó, frustrada.

– No es eso. Pero yo tenía una vida propia en mi época y no puedo olvidarlo así como así.

– ¿Una vida? Tú único objetivo era vengarte de Barbanegra. ¿Y llamas a eso vida? -espetó-. Además, si la venganza era tan importante para ti, ¿por qué no lo mataste en el barco mientras dormía?

– Yo no soy un asesino como él. Quiero que lo juzguen y que pague por sus delitos.

– En tal caso, tendrás que convencerme de ello. Según los datos que tengo, Barba-negra no era un asesino sanguinario…

– No, claro que no. Él no mataba directamente, no fue su mano la que acabó con la vida de mi padre. Daba órdenes a otros para que lo hicieran. O provocaba sus muertes de otro modo.

– ¿De otro modo? ¿Qué quieres decir?

– Cuando atacó el barco de mi padre, llevó a toda la tripulación a tierra firme. Mi padre contempló la escena desde la playa y vio cómo hundían el Betty. Por entonces ya estaba bastante mal; no se había recuperado de la muerte de mi madre y aquello empeoró su estado. Los médicos intentaron salvarlo y le dieron calomelanos, pero murió meses después.

– ¿Calomelanos? ¿Ese brebaje se utilizaba para purgar? ¿Estás seguro?

– Sí, ¿por qué?

– Griffin, no puedes culpar a Teach de la muerte de tu padre. Por una parte, murió meses después de que abordara su barco; y por otra, es muy probable que lo mataran los médicos al darle eso. Por lo que me has contado, tu padre sólo estaba deprimido.

– No, no puede ser. Me aseguré de que lo trataran los mejores médicos de Wílliamsburg.

– El calomelanos se hacía con cloruro de mercurio, una sustancia venenosa. El propio George Washington, el primer presidente de Estados Unidos, murió por un tratamiento parecido.

– ¿Insinúas que fue culpa mía?

– No, en modo alguno. Fue culpa de la medicina de la época. Pero tal vez debas reconsiderar tu intención de vengarte de Barbanegra.

– ¿Reconsiderarla? ¿Qué significa eso? Ese hombre es el diablo en persona, Merrie, y alguien debe detenerlo.

– Sí, yo también creo que alguien debe detenerlo. Pero no estoy segura de que debas ser tú.

– ¿Por qué? ¿Porque tus libros de historia dicen algo diferente? ¿O porque prefieres pensar que Barbanegra es un personaje romántico?