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Ella suspiró y negó con la cabeza.

– Es posible que tu presencia en este siglo tenga otra explicación.

– ¿Otra explicación?

Meredith se acercó a su escritorio, abrió una carpeta y sacó un documento que dio a Griffin.

– Esta es una copia de una carta dirigida al Almirantazgo británico. En ella se relata la batalla en la que los hombres de Robert Maynard acabaron con los de Teach. Pues bien, parece que uno de los hombres de Maynard murió por los disparos de un soldado de la Royal Navy que lo confundió con un pirata.

– ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?

– ¡Que ese hombre podrías ser tú! Intenté encontrar el nombre de la víctima, pero no lo conseguí. Sólo sé que lo tomaron por un pirata, lo que quiere decir que vestía como ellos. Y la única persona que se encontraba en esas circunstancias eras tú.

Griffin se encogió de hombros.

– Podría ser, pero no es seguro.

– ¿Qué más pruebas necesitas? Ahora ya sabemos que algo te envió al futuro para salvarte la vida.

– ¿Algo? Fuiste tú.

– ¿Y eso qué tendría de malo? ¿Es que te molesta que una mujer te salve la vida?

– No, pero soy perfectamente capaz de solucionar mis propios problemas. Y por supuesto, no me gusta molestar a los demás con ellos.

– ¿A los demás? ¿Es que de verdad te importan los demás? -Preguntó con amargura-. Dime la verdad, Griffin… Si pudieras volver al pasado en este mismo instante, ¿lo harías?

Griffin cerró los ojos durante un momento. Después, la miró y dijo:

– Sí. Lo haría.

– En ese caso, comprende que no me tome muy en serio tu propuesta de matrimonio.

– Eso no tiene nada que ver con mi deseo de regresar para terminar lo que he empezado. Son dos cosas distintas.

– ¿Y qué soy yo? ¿Un obstáculo en tu camino? ¿Una contingencia más?

– ¡Maldita sea, Merrie, no pongas a prueba mi paciencia! ¿Qué quieres que te diga? Pides que te diga la verdad, y cuando soy sincero, no te gusta lo que tengo que decir.

Tú me importas. Me importas mucho más de lo que me ha importado ninguna otra mujer en toda mi vida. ¿Eso no es suficiente?

– Si eso es verdad, ¿por qué quieres volver?

Griffin se acercó a ella y le acarició los brazos.

– No sería un hombre si no cumpliera mi obligación con Teach. Barbanegra y tú sois cosas distintas.

– Olvídalo. No quiero seguir hablando de ese asunto.

Griffin se apartó y se pasó una mano por el pelo.

– En eso estamos de acuerdo, así que no volveremos a sacar el tema. Me voy a trabajar.

– Ah, no, nada de eso -dijo ella-. Seguiremos hablando cuando vuelvas a casa.

Griffin se detuvo un momento. Pero, después, negó con la cabeza, abrió la puerta y se marchó.

– ¡Maldito cabezota! -exclamó Meredith.

– ¡Maldito cabezota! -repitió Ben.

Griffin se alejó a buen paso. La brisa de la mañana era fría, pero ni siquiera lo notó.

– Es increíblemente obstinada -murmuró-. Nunca había conocido a ninguna mujer como ella.

Al parecer, Meredith siempre quería salirse con la suya y tener la última palabra. Aquello lo confundía porque las mujeres de su época no se atrevían a tanto; eran más sumisas y pensaban que los hombres tenían más experiencia y autoridad. Jane jamás se habría comportado de ese modo. Pero, por otra parte, sabía que comparar a su difunta esposa con Merrie era injusto para ambas. Eran personas de mundos absolutamente distintos.

Griffin quería a Meredith y sabía que en el fondo también la quería por ser tan obstinada. No la habría amado de ser una mujer tímida y recatada que se limitara a dejarse llevar. Amaba su fuego y su pasión, su inteligencia y su arrojo.

En ese momento, sus pensamientos adquirieron un rumbo muy distinto. Estaba pensando en ella en términos que no se había planteado hasta entonces. Por extraño e incluso inconveniente que fuera, se había enamorado de ella; y aunque intentara negarlo, no tenía fuerzas para luchar.

Pero, a pesar de todo, quería volver a su tiempo. Se preguntó por qué y sólo encontró una respuesta: que en el siglo XX se sentía incompleto. Había dejado algo importante en el pasado, un círculo que debía cerrar y que en realidad no era Teach. Barbanegra sólo era un instrumento de su verdadero objetivo, una forma de despedirse definitivamente de su padre.

En el caso de Jane y de su hijo, había habido una razón para sus muertes, una razón contra la que él no podía luchar. Pero en lo relativo a su padre, había contemplado su lenta caída hasta la muerte y no había podido hacer nada. Acabar con Teach era una forma de dar sentido a su muerte.

Sin embargo, no sabía cómo explicárselo a Meredith, cómo hacerle comprender que tenía un profundo sentido del deber y del honor y que todos sus actos estaban regidos por él. Pensaba que no lo entendería.

Cuando llegó al muelle de Early Jackson, el puerto ya estaba lleno de gente. El mariscador se encontraba donde siempre, fuera del agua, pero prácticamente habían terminado con las labores de raspado del casco.

Se aproximó a la embarcación, la admiró durante unos segundos y la golpeó con el puño como para comprobar su solidez.

– Buenos días, Griff…

Era Early.

– Buenos días, Early. No te había visto.

– Esta mañana has llegado tarde…

– Oh, lo siento. Me quedaré hasta la noche.

– No, no te preocupes por eso. Has trabajado muy duro durante los últimos días y no me gustaría robarte más tiempo del necesario. Seguro que a Meredith le gustaría verte más a menudo.

Griffin asintió con cierta tristeza y se inclinó para recoger una espátula y seguir raspando. Early lo miró con expresión divertida.

– ¿Tienes algún problema con ella?

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque te has puesto a raspar como si te fuera la vida en ello. Si sigues haciéndolo con tanta fuerza, harás un agujero en el casco… Seguro que te sientes mejor si hablas de ello.

Griffin dejó lo que estaba haciendo y lo miró.

– ¿Estás casado, Early?

– Sí. Llevo cuarenta años de matrimonio -respondió, frotándose la barbilla.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Claro, adelante…

– ¿Quién tiene la última palabra en tu casa? ¿Tu esposa, o tú?

– Ella, desde luego.

– Creo que no me has entendido. Me refiero a quién da las órdenes.

– Ella -insistió.

– Sigues sin entenderme… Veamos: ¿tomas en consideración sus opiniones en todas las cosas que haces?

Early rió.

– ¿Estás loco? Por supuesto que sí.

– Ah, entonces es lo normal…

– Mira, Millie y yo creemos en una relación de iguales. Yo cedo un poco y ella cede otro poco. Hace que las cosas sean más interesantes y más justas.

– ¿Una relación de iguales?

– Cuando nos casamos, mucha gente pensaba de otro modo; pero Millie dejó bien claro que no se casaría conmigo si no respetaba su independencia. Yo lo hice, evidentemente. Y luego llegó el movimiento de liberación de las mujeres y todo el mundo empezó a comportarse como nosotros. Millie y yo nos adelantamos a nuestro tiempo.

– ¿Y no te molesta ceder el control? ¿No es como gobernar un barco con dos capitanes?

– No, en absoluto. Además, nunca quise tener el control -dijo él-. Pero no te preocupés… me consta que Meredith es tan obstinada como una muía: lo heredó de su padre. Pero tiene un corazón grande, como su madre.

– Sí, es verdad -dijo con una sonrisa.

– Como estoy seguro de que arreglaréis vuestros problemas, supongo que te quedarás más tiempo en la isla. Pues bien, me estaba preguntando si necesitas más trabajo -dijo Early, cambiando de tema-. Los chicos y yo hemos encontrado dos mariscadores más y no tenemos tiempo para trabajaren los dos a la vez. Podrías encargarte de uno y luego repartiríamos los beneficios de la venta. ¿Te parece bien?