Griffin dudó antes de responder. Seguía sin saber cuánto tiempo permanecería en aquella época y si realmente quería quedarse.
– Me parece justo, pero dame unos cuantos días para pensarlo -dijo al final.
– Claro, claro, ya imagino que tendrás que hablar de ello con Meredith. Griffin asintió.
– Sí. Y ya que lo dices, creo que voy a contárselo ahora mismo. Volveré dentro de unas horas…
– Tómate todo el tiempo que quieras -afirmó, sonriendo-. En lo relativo a las damas, no hay que ir con prisas…
– Gracias, Early, aprecio mucho tu comprensión.
Griffin volvió tan deprisa a la casa, que tardó menos de la mitad de lo normal. Subió los escalones del porche, abrió la puerta principal y gritó:
– ¡Merrie! ¡Merrie! ¿Dónde estás?
– ¡Merrie! ¡Merrie! -repitió el loro.
Meredith apareció en la puerta del cuarto de baño, con el pelo mojado y una toalla en la mano.
– ¿Se puede saber por qué gritas? ¿Y por qué no estás trabajando?
– He venido para disculparme -respondió mientras caminaba hacia ella. Ella sonrió.
– No hace falta que te disculpes.
– Claro que hace falta. Y lo siento mucho,
– Nunca quise arrancarte de tu tiempo, Griffin. Si pudiera cambiar lo sucedido, lo haría.
– Lo sé.
– Pero tampoco puedo decir que me sienta decepcionada -puntualizó-. Soy muy feliz de tenerte aquí. Sobre todo si, de paso, te he salvado la vida.
– Y yo también soy muy feliz.
– ¿En serio? -preguntó sorprendida.
– Sí, y creo que ha llegado el momento de asumir la situación. Dudo que vaya a regresar.
– Lo sé -dijo, asintiendo.
– Por eso, he decidido seguir viviendo aquí y hacer planes para los dos. Early Jackson me ha ofrecido un trabajo con el que podría mantenerte. Incluso podríamos quedarnos a vivir en la isla.
– ¿Cómo?
– Por supuesto, me gustaría conocer tu opinión.
– Comprendo…
– Y si quieres, podríamos casarnos. A mí me parece que es el paso más lógico. No podemos seguir viviendo así, no sería apropiado.
Ella se quedó mirándolo, boquiabierta, sin poder creer lo que acababa de oír. Pero no tardó en reaccionar. Y cuando lo hizo, le arrojó la toalla a la cara.
– Vuelve al trabajo, Griffin, porque si te quedas en mi casa un segundo más, ¡te juro que te devolveré a patadas a 1718!
Tras su súbita declaración, Meredith giró en redondo y se marchó a su dormitorio, cerrando la puerta con tanta fuerza, que la casa tembló.
Griffin bajó la cabeza y se frotó los ojos.
Por lo visto, para comprender a las mujeres de aquel siglo iba a necesitar más de una conversación con Early Jackson.
Al principio no podía dormir. Todo lo que había pasado a lo largo del día parecía conspirar contra su sueño, así que Meredith no hizo otra cosa que dar vueltas y más vueltas en la cama, aferrada a la almohada y maldiciendo a Griffin por su comportamiento.
Pero al final se durmió y tuvo un sueño, uno que había tenido muchas veces en el pasado. Sin embargo, esta vez fue diferente. Ya no era una imagen vaga que se evaporaba enseguida, sino un hombre de carne y hueso, su fantasía hecha realidad.
En ese momento, sintió que la cama se hundía a su lado y notó la respiración y el calor de Griffin. Sus ojos se encontraron con los ojos azules del hombre que deseaba mientras la luz de la luna, que entraba por la ventana, iluminaba su rostro.
– No digas nada, Merrie. No sé si debería estar aquí, y si dices algo, es posible que me arrepienta y me marche.
Al notar su indecisión, Meredith le acarició. El eco de sus discusiones y de sus diferencias desapareció de inmediato y ella supo, sin duda alguna, que se había enamorado de aquel pirata orgulloso y arrogante, de aquel hombre de honor.
Tocó su cara lentamente, explorando su fuerte mandíbula, sus labios, como si fuera la primera vez. Después, lo atrajo hacia sí y lo besó. Sabía que ya no podía volver atrás; llevaba toda la vida esperando a Griffin y no podía ni quería pensar en las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Sus lenguas se encontraron y el sabor de Griffin le pareció adictivo, una droga que despertaba todos sus instintos. Aquel beso ' no se parecía nada a los anteriores; contenía la promesa de la pasión que iban a compartir y no desató ninguna de sus inseguridades. Bien al contrario, se sentía feliz entre sus brazos. Se sentía bella, completa, capaz de cualquier cosa.
Griffin se tumbó a su lado y se apretó contra ella, frente a frente.
– Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve con una mujer -le advirtió él.;^
– Sí, casi trescientos años. Eso es mucho tiempo, no hay duda -observó mientras pasaba una mano por debajo de su camiseta.
Al sentir el contacto de su piel y de sus duros músculos, Meredith deseó desnudarlo.
– No estoy seguro de cómo son las cosas en este siglo, así que tal vez será mejor que procedamos lentamente…
– Lentamente -repitió Meredith, cada vez más segura.
– Lentamente, sí.
Griffin se levantó entonces de la cama y se quitó la camiseta, dejándola caer al suelo. Bajo la luz de la luna, parecía una estatua de mármol. Pero la visión de su cuerpo no era suficiente, así que ella decidió ir más lejos. Quería sentir la piel de Griffin contra su piel.
Empujada por un impulso irrefrenable, se quitó el camisón sin timidez alguna. Él se adelantó y empezó a lamerle los senos.
– Eres tan bella… Meredith se estremeció.
– ¿De verdad? Cuando nos conocimos, dijiste que parecía un chico.
– Acababan de darme un golpe en la cabeza. Pero ahora pienso con absoluta claridad.
– En ese caso, hazme el amor, Griffin. Quiero demostrarte que soy una mujer… tu mujer.
Los dos empezaron a acariciarse y a murmurar palabras de afecto mientras se exploraban poco a poco. No pasó mucho tiempo antes de que se desnudaran completamente, y para entonces, Meredith se sentía dominada por una necesidad que no había sentido en toda su vida. Cada caricia era perfecta. Aquélla era la pasión que se suponía que debía existir entre un hombre y una mujer. No se parecía nada a las experiencias nerviosas que había tenido en el pasado.
Sin embargo, sentirlo contra su cuerpo ya no le parecía suficiente. Ahora quería sentirlo dentro, así que se arqueó y lo tocó como nunca había tocado a ningún hombre. Cerró la mano alrededor de su sexo y él gimió, susurró su nombre y le devolvió el placer de forma tan íntima que se asustó un poco y se apartó.
– No tengas miedo de mí, Merrie. Deja que te lleve a un lugar perfecto.
Meredith se relajó y cerró los ojos, rindiéndose a su delicadeza. Empezaba a sentir un delicioso calor por todo su cuerpo. Su pulso y su respiración se habían acelerado y ya no había nada en el mundo salvo la sensación de su contacto.
– Sigue, por favor. Sigue -le rogó-. Te deseo, Griffin.
Griffin apartó los dedos, se situó sobre ella y la penetró lentamente. Sólo entonces, comprendió lo que sucedía.
– No puede ser -murmuró él.
– Sí, Griffin, tú eres el primero. Llevo esperándote toda mi vida.
La confusión de Griffin se transformó enseguida en comprensión y comenzó a moverse sobre ella.
– Puede que te duela, Merrie, pero te aseguro que será la primera y la última vez que te duele.
Ella asintió.
– Te necesito, Griffin.
– Y yo te necesito a ti, mi amor…
Él se detuvo un momento para que pudiera acostumbrarse a su presencia, pero acto seguido retomó el ritmo. Primero, lentamente. Después, con más intensidad.
Meredith susurró su nombre y se dejó llevar por las sensaciones que recorrían su cuerpo, ascendiendo cada vez más, subiendo y subiendo hasta que pensó que estaba a punto de perder el sentido de la realidad.