Cuando llegó al orgasmo, gritó y supo que sus corazones y sus almas se habían fundido en una sola. Y en ese glorioso instante, también supo que pertenecía íntegra y totalmente a aquel hombre, a Griffin Rourke.
Siempre había sido suya.
Capitulo 8
Meredith suspiró, satisfecha, y e intentó perderse en el mundo de los sueños. Su fantasía se había hecho realidad y había sido perfecta. El pirata había entrado en su dormitorio en mitad de la noche, la había tomado con pasión desenfrenada y ella se había entregado en cuerpo y alma a él hasta convertirse, los dos, en uno solo.
Se apretó contra él y sonrió al sentirlo. Definitivamente no había sido un sueño. Griffin estaba allí, desnudo, y por primera vez se sintió completa.
Estaba tan contenta, que abrió los ojos y lo miró. Dormido, parecía casi vulnerable.
Pero a pesar de ello, se preguntó si alguna vez llegaría a conocerlo de verdad o si siempre mantendría oculto su pasado.
Desvelada, se levantó de la cama con cuidado de no despertarlo y decidió apartar las sábanas para admirar su cuerpo y conocer hasta el último de sus secretos. Después, le acarició el pecho. Pero una cosa llevó a la otra y al final terminó algo más abajo.
– Mmm… Ya me gustaría despertar así todos los días, Merrie.
Ella alzó la mirada y se sorprendió al ver que la estaba observando.
– No pretendía despertarte… Él le tomó la mano y la besó.
– Puedes seguir tocándome, no tengas miedo. Quiero sentirte.
Nunca se había sentido tan cómoda con nadie. Tenía la sensación de que no podía hacer nada que le disgustara y sabía que era la persona que había estado esperando, el hombre con el que quería pasar el resto de sus días.
Cerró la mano sobre su sexo y comenzó a moverla suavemente, arriba y abajo. Mientras lo hacía, comenzó a comprender que en aquel momento tenía un enorme poder; con una simple caricia podía controlar su deseo y avivar las brasas de la pasión hasta convertirlas, otra vez, en un ruego.
– Dios mío, Merrie, me vuelves loco…-murmuró él, con los ojos cerrados.
Lentamente, ella bajó la cabeza y lo besó. El calor de su erección marcó sus labios y él gimió y le acarició el cabello.
Meredith conocía las cosas que podían hacer un hombre y una mujer, pero nunca las había intentado hasta ese momento. Ahora todo le parecía natural y ya no tenía miedo, así que empezó a lamerlo y siguió masturbándolo hasta que notó que estaba a punto de alcanzar el clímax.
Griffin reaccionó, la tornó por la cintura y la penetró con un movimiento rápido y grácil.
– Oh, Dios… – dijo ella. -No te muevas, por favor, espera un momento…
Ella obedeció, pero no tardó en recobrar el ritmo. Cada vez se acercaban más al borde del precipicio, pero Meredith hizo un esfuerzo por esperarlo y se concentró en sus reacciones, en sus gestos de placer, en sus gemidos. Poco después, notó que Griffin alcanzaba el orgasmo y también ella se dejó llevar.
Los dos permanecieron abrazados, disfrutando del instante e intentando recobrar el aliento.
– Ninguna mujer me había hecho nada parecido -confesó él-. Ha sido asombroso, extraordinario.
– Me alegra que sea la primera vez para ti.
– Y a mí me alegra que sea tu primera vez. Ella sonrió.
– Siempre pensé que había sido una tonta por esperar tanto tiempo, pero ahora sé que te estaba esperando a ti.Sabía que llegarías en algún momento. Primero entraste en mis sueños y luego en mi vida real… Creo que estamos hechos el uno para el otro.
– Eso es difícil de discutir después de lo que hemos compartido.
– ¿Tienes hambre, por cierto?
– Bueno, me tomaría un refresco y un trozo de la pizza que ha quedado.
– ¿Para desayunar? -Preguntó entre risas-. Veo que no has tardado mucho en acostumbrarte a la comida del siglo XX. Pero creo que te prepararé algo más apetecible. Tienes que recobrar fuerzas.
Ella salió de la cama y comenzó a recoger la ropa que había dejado caer al suelo. Estaba totalmente desnuda, pero no se sentía incómoda.
– Hace frío -dijo.
– Entonces vuelve conmigo. Encontraré la forma de calentarte -dijo él.
– No, yo también tengo hambre. Cierra los ojos y duerme un rato. Prepararé el desayuno y comeremos en la cama.
– Está bien, Merrie. Pero sólo lo haré para descansar un poco y asegurarme de que esa sonrisa siga en tu cara…
Merrie cruzó la habitación y abrió la puerta del armario. Mientras buscaba su bata, tropezó con una caja que se encontraba en el fondo y notó que algo caía a sus pies. Se inclinó, lo recogió e inmediatamente se quedó helada. Había reconocido el olor a moho.
Nerviosa, se aferró a la puerta para no perder el equilibrio. De repente recordó todos los acontecimientos de aquella noche, desde la lluvia hasta el viento, desde el miedo que había sentido hasta el viejo libro que había encontrado y que ahora tenía en las manos: Bribones a través del tiempo.
A través del tiempo.
Se volvió hacia la cama, aterrada, y sintió un intenso alivio al ver que Griffin seguía allí.
– ¿Quieres un café? -preguntó con ansiedad.
– Sí… Un café y un zumo de naranja. Ah, y una de esas tostadas con mermelada.
Ella hizo un esfuerzo por sonreír y salió a toda prisa del dormitorio. Cuando llegó a la cocina, intentó tranquilizarse y se dijo:
– No, no puede ser, ahora no. Por favor… Se sentó en una silla, subió los pies al asiento y se abrazó a sus piernas.
– No puedo decírselo. No debe saberlo. Ha viajado a través de los siglos para estar conmigo y ahora es feliz. No quiero renunciar a él…
Tiró el libro a la basura, pero enseguida se sintió culpable. No podía hacer eso. Aunque Griffin había dicho que quería quedarse con ella, tenía derecho a saberlo y a tomar una decisión.
Empezó a llorar, se puso en pie y avanzó hacia el dormitorio muy despacio, como si estuviera en trance. Cuando abrió la puerta, vio que Griffin se había dormido y estuvo observándolo durante un par de minutos. Pero al final se acercó y lo despertó.
– ¿Ya está listo el desayuno? Griffin abrió los ojos y la miró.
– ¿Que ocurre? ¿Por qué estás llorando?
– Por esto -respondió, enseñándole el libro.
– ¿De qué estás hablando?
Meredith abrió el viejo volumen y le enseñó la ilustración del pirata.
– Mira. Esto explica por qué viniste a mi época.
– No lo entiendo. Sólo es un dibujo…
– Pero estaba mirándolo la noche del huracán. Me concentré en él para intentar superar el miedo y el libro se calentó de repente y pareció tener vida propia. Entonces, el viento dejó de soplar y yo salí del armario tan rápidamente como pude… Poco después, te encontré en la playa.
Griffin volvió a mirar la ilustración, sorprendido.
– ¿Por eso estoy aquí? ¿Por este libro?,
– Lo siento, lo siento de verdad. Había olvidado lo sucedido y no lo he recordado hasta hace un momento, cuando he tropezado con él.
– Dime qué significa todo esto.
– Tú lo sabes tan bien como yo.
– No, no, quiero oírtelo decir.
– Creo que significa que puedes regresar si quieres hacerlo.
– ¿Y tú? ¿Qué quieres tú?
– No me preguntes eso. No me pidas que tome decisiones en tu nombre, porque no puedo.
– Está bien, Merrie… pero por favor, no llores. Todo saldrá bien, te lo prometo – dijo, intentando animarla."
Sin embargo, las palabras de Griffin no consiguieron animarla. Sabía que, a pesar de todo, se marcharía. Y que, cuando lo hiciera, su vida no volvería a ser la misma.
Pasaron el resto del día en la cama, haciendo el amor, durmiendo y volviendo a hacer el amor. Pero, a pesar de todo, Meredith no consiguió liberarse de su profunda sensación de tristeza.
Ninguno de los dos mencionó el libro. Sin embargo, estaba presente entre ellos como una tormenta en el horizonte y ambos sabían que debía marcharse y regresar a su época. Además, no hacía falta que lo mencionaran. A medida que pasaban las horas y se acercaba la medianoche, las nubes se iban cerrando a su alrededor.