Mientras avanzaban, Griffin no dejó de hacerle preguntas sobre todo tipo de cosas. Fueron por el camino largo, por el paseo marítimo y luego por la estrecha calle que llevaba al pequeño cementerio donde habían enterrado a cuatro marinos británicos en la II Guerra Mundial. Su barco había sido torpedeado por un submarino alemán, y por supuesto, Griffin quiso que se extendiera en los detalles.
– ¿Por qué vamos a la biblioteca? -preguntó él, al cabo de un rato.
– Ya te lo he dicho. Para echar un vistazo a la Red y ver si encontramos algo sobre viajes en el tiempo. En mi ordenador no tengo conexión.
– ¿ La Red?
– Sí, Internet. Es una red de información a través de ordenadores, por así decirlo.
– ¿Ordenadores?
– No preguntes, ya lo verás…
– Eh, cuidado…
Merrie notó que se refería a un coche que había pasado a bastante distancia de ellos. Griffin no dejaba de mirar los automóviles con preocupación, como si no tuviera nada claras las intenciones de sus conductores ni de las propias máquinas. Así que lo tomó del brazo, para que se sintiera mal seguro, y siguieron andando.
Era consciente de que se estaba encariñando con él. A fin de cuentas era un hombre encantador, fuerte, vital y con un enorme atractivo. Nunca se había sentido tan cómoda con alguien de su sexo, tal vez porque parecía aceptarla tal y como era. O más bien, tal y como creía que era: sabía que la consideraba una especie de perdida por vivir sola en aquella casa.
Poco después, entraron en la biblioteca. Meredith sonrió a la bibliotecaria, Trina, la hermana de Tank Muldoon, y acto seguido se dirigieron al ordenador que estaba en la esquina de la sala.
– ¿De quién son todos estos libros? – preguntó Griffin al pasar frente a las estanterías.
– Son de la comunidad. Es una biblioteca pública y todo el mundo puede leerlos.
– ¿Y encontraremos respuestas en esos libros?
– No lo creo. Sospecho que aquí no hay ningún texto que pueda ayudarnos.
Griffin se sentó a su lado y miró la pantalla del ordenador.
– Pensaba que íbamos a buscar información… ¿por qué estamos mirando esta caja? -preguntó él.
Merrie suspiró.
– Esto es un ordenador. Y te aseguro que encontraremos más información en él que en mil libros.
– No lo creo. Estás perdiendo el tiempo.
Ella sabía que Griffin se estaba impacientando. La noche anterior había estado bastante nervioso, como un tigre enjaulado, sin separarse en ningún momento de la bolsa de cuero. Era evidente que estaba muy preocupado, y aunque a Meredith le habría gustado hablarle sobre la vida de Barbanegra y conocer, a su vez, lo que él sabía, no se atrevía a hacerlo. En gran parte, porque se consideraba responsable de lo que había sucedido.
– ¿Cuándo has dicho que va a llamar esa amiga tuya?
– Te lo dije antes. Kelsey está en una conferencia en Wake Forest y llamará en cuanto regrese. Supongo que mañana o pasado mañana.
– ¿Y estás segura de que esa Kelsey encontrará la forma de devolverme a mi época?
– No, no estoy segura. Pero si sigues interrumpiéndome con preguntas, no avanzare nada… tengo que concentrarme. Esto es como navegar en un barco, salvando las distancias.
Griffin se levantó y empezó a caminar de un lado a otro.
– Me siento tan inútil… No estoy acostumbrado a andar cruzado de brazos. Necesito hacer algo.
– En nuestro siglo agradecemos el tiempo libre. De hecho, casi toda la gente viene a la isla para eso, para divertirse y descansar.
– Sí, bueno, pero yo no soy de este siglo
– comentó con sarcasmo.
Meredith suspiró, se levantó y sonrió a Trina a modo de disculpa. La mujer ya los había mirado un par de veces, extrañada con el comportamiento de su acompañante.
– Griffin, voy a hacer todo lo que pueda por ayudarte, pero tienes que ser paciente
– dijo, tomándolo del brazo para que se detuviera-. Esto es muy complicado.
Griffin la miró con enfado, cerró los ojos y se relajó un poco.
– Discúlpame. Estoy algo nervioso.
– Lo comprendo. Estoy pensando que tal vez podríamos divertirnos un poco y hacer un viaje a Bath, o Bath Town, como seguramente la conoces. Podría alquilar un coche y tomar un transbordador mañana por la mañana… Así podrás contarme cómo era la ciudad y decirme dónde estaba la casa de Barbanegra.
– ¿Para qué?
– Bueno, sólo he pensado que podría ser una buena idea…
– ¿Para que ocupe mi mente en algo? No necesito pensar en cosas triviales. Tengo problemas muy graves, Merrie. Debía entregar la bolsa al hombre de Spotswood y no lo he hecho…
– Hay una teoría sobre los viajes en el tiempo. Si la historia se ha alterado de algún modo, los libros sobre Barbanegra también habrán cambiado. Supongo que podríamos echar un vistazo y ver si hay alguna variación…
– ¿De quién es esa teoría?
– No lo sé, pero lo oí en una película lla¬mara Regreso al futuro.
– ¿Una película?
– Sí, es como una especie de obra de teatro que se ve en… bueno, digamos simplemente que es una especie de obra de teatro.
– Ah… ¿y esa obra fue escrita por algún científico conocido y respetado como tu amiga Kelsey?
– No exactamente. Las películas se hacen sobre todo para divertir. Pero nadie podría decir mucho más Sobre ese asunto. A fin de cuentas, nadie había viajado en el tiempo… hasta ahora.
Griffin la miró con intensidad.
– ¿Nadie?
– Pensaba que ya lo habías imaginado, Griffin. No, que yo sepa, tú eres la primera persona que lo hace.
– Dios mío… -dijo con suavidad-. Bueno, si he sido el primero en viajar al futuro, también lo seré en volver al pasado.
Meredith decidió ser valiente y hacer una pregunta necesaria.
– ¿Y si no puedes volver?
– No he considerado esa posibilidad. Tengo que volver. Debo hacerlo.
– ¿Es que te está esperando alguien? – preguntó ella, ruborizada-. Quiero decir… ¿Estás casado? ¿Tienes novia o prometida?
Griffin la miró con un gesto de intenso dolor. Merrie tuvo deseos de abrazarlo con fuerza, pero no se atrevió.
– ¿Entonces? -insistió ella-. ¿Te está esperando alguien?
– No, nadie -respondió al fin-. No tengo esposa, ni prometida, ni familia ni… nada.
Ella estuvo a punto de suspirar, aliviada, pero no lo hizo y se maldijo a sí misma por ser tan egoísta. Griffin Rourke no era un personaje de novela, sino un hombre de carne y hueso perseguido por sus propios demonios que ni siquiera pertenecía a aquella época.
– ¿Qué te parece si vamos a comer algo? -Preguntó ella, para aliviar la tensión- Puedo seguir investigando esta tarde, si te parece bien.
– No tengo hambre, pero me gustaría dar un paseo. Solo.
Ella asintió y lo tocó en un brazo. Comprendía que quisiera estar solo durante unos minutos.
– Está bien. En ese caso, nos veremos en mi casa…
Él asintió y se marchó sin mirar atrás.
– Deja que se vaya -se dijo ella para sus adentros-. De todas formas, se marchará para siempre más tarde o más temprano.
Meredith se llevó una mano al pecho y se preguntó si su corazón habría escuchado las palabras que acababa de pronunciar.
Los dos días siguientes transcurrieron de frustración en frustración. Griffin apenas podía controlar su impaciencia y Merrie no hacía otra cosa que seguir pegada al ordenador, intentando localizar alguna información que fuera de utilidad.
Casi siempre, Griffin la acompañaba, preguntaba sobre sus descubrimientos y le pedía toda clase de explicaciones, pero aquella mañana habían discutido durante el desayuno y ella se había marchado sola a la biblioteca. Además, Meredith empezaba a pensar que él tenía razón y que aquella línea de investigación no los llevaría a ninguna parte.