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Dos años después trabajaban en la firma seis abogados, una recepcionista y tres secretarias, Reeves atendía casos por toda California, se movilizaba más en aviones que por tierra firme, ganando dinero a montones y gastando mucho más de lo que entraba. Para entonces Mike Tong pasaba la mayor parte de su existencia metido en el des orden de su cuchitril, entre archivos, papeles, libros de contabilidad, documentos bancarios y la máquina fotocopiadora, además de la cafetera, escobas, provisión de papel de baño y vasos desechables, que fiscalizaba con diligencia de urraca. Los demás se burlaban de la mezquindad del chino, aseguraban que por las noches regresaba sigiloso para rescatar de la basura los vasos de cartón, lavarlos y colocarlos de vuelta en la caja para ser usados al día siguiente, pero Mike Tong no hacía el menor caso de esas bromas, estaba muy ocupado cuadrando las cuentas en su ábaco.

Las rutinas de la vida y deberes de la monogamia agobiaron a Sha–non desde un comienzo, tenía la sofocante sensación de arrastrarse por un, desierto de dunas interminables dejando jirones de su juventud en cada paso. La risa de cascabeles que constituía su principal atractivo bajó de tono y se hizo más notorio su carácter indolente. Se aburría sin consuelo, anclada a un marido por ilusión de seguridad, idea sugerida por su madre, quien también le insinuó que la mejor forma de atrapar a Gregory Reeves era un embarazo oportuno. Deseaba casarse, por supuesto, pero no por razones mezquinas sino porque sentía cariño por ese hombre. A su lado se sentía protegida por primera, vez.

— Me alegro, hija, porque muy pronto Reeves será rico, a menos que ya lo sea, como he oído decir por ahí–replicó la señora. Shanon no hizo cálculos, no aparentaba un interés específico en el dinero, a pesar de los consejos familiares de que atrapara un pez gordo que le diera la categoría de reina digna de su belleza. Por otra parte, la idea de ganarse la vida, cumplir un horario y ajustarse a un presupuesto le resultaba insoportable, había intentado hacerlo, pero estaba probado que no lo resistía. Un marido próspero resolvería sus problemas, pero no pensó el precio que eso tendría. Ahora estaba prisionera dentro de la casa y atada a la criatura que crecía en su vientre. Las primeras semanas se distrajo tomando sol en el muelle junto al bote fantasma, pero pronto convenció a Gregory de cambiarse de casa y en el afán de buscar la mansión de sus sueños se le fueron los meses. No encontró lo que buscaba, ni tuvo ánimo para decorar la suya con algún esmero, compró apresuradamente muebles y adornos de un catálogo y cuando llegaron los apiñó de cualquier modo. Deambulaba por los cuartos atiborrados y se entretenía hablando por teléfono con sus amistades, por broma llamaba a sus antiguos amantes a horas intempestivas y les susurraba obscenidades, excitándolos y excitándose hasta la demencia. Necesitaba ejercitar su natural coquetería, sí no se le agriaba el ánimo, igual como cuando le faltaba licor. De puro fastidio, fue aumentando las copas y acabó bebiendo como su padre. En los primeros meses, antes de que se le inflara la barriga, iba a la oficina de su marido y fumaba pierna arriba sobre el escritorio de alguno de los jóvenes abogados, sólo por el placer de verlos inquietos. Posiblemente no habría notado la existencia de Mike Tong a no ser porque él era impermeable a su encanto, la trataba con la cortés distancia reservada a una abuela ajena, situación que, le provocaba un rencor sordo, agravado porque el contador chino le restringía el uso de las tarjetas de crédito y ponía freno a su jefe cuando se lanzaba en gastos desproporcionados para complacerla. Tampoco le gustaba Timothy Duane, lo invitó en cierta ocasión a almorzar con el pretexto de discutir una fiesta de cumpleaños para su marido, pero se presentó acompañado por una turista austriaca con quien salía esa semana y no dio señales de percibir cuánto más bella y disponible era Shanon. Cuida a tu mujer, le advirtió Duane al día siguiente a Gregory, quien llegó a su casa a exigir explicaciones, pero no pudo confrontarla porque la encontró aturdida en el suelo de la cocina y cuando quiso moverla, le vomitó encima. Es el embarazo, dijo, pero olía a alcohol. La ayudó a acostarse y más tarde, cuando la vio dormida entre sus sábanas rosadas, pensó que era muy joven, algo ingenua y tal vez Duane, guiado por su cinismo, había interpretado mal una invitación inocente. Sin embargo no pudo seguir engañándose por mucho tiempo, en los meses siguientes vio los síntomas del deterioro, tal como antes le sucediera con Samantha, pero calculó que tenía mucho más en común con Shanon que con su primera mujer y se aferró a esa idea para no deprimirse. Al menos compartían el gusto por la buena comida y los retozos desmedidos en la cama. Como él, Shanon era inquieta y aventurera, gozaba con los viajes, las compras y las fiestas. Ustedes acabarán mal, tu mujer sintoniza con las debilidades de tu carácter, le advirtió Carmen, pero él no lo veía de ese modo. Tal vez con esas similitudes podrían haber tejido los fundamentos de una verdadera relación de esposos, pero se les enfrió pronto la pasión de los primeros encuentros y al escarbar en el rescoldo de la antigua hoguera no encontraron amor. Gregory seguía deslumbrado por la juventud, la alegría y la belleza de Sha–non, pero estaba muy ocupado en su trabajo y no le dedicaba tiempo a su familia. Entretanto ella se consumía de impaciencia con la actitud de una adolescente consentida. Ninguno puso mucho interés por mantener a flote el barco en el cual navegaban, por lo mismo resultó extraño que cuando finalmente se hundió, se guardaran tanto rencor.

El entusiasmo de Gregory por Shanon se esfumó con rapidez, pero no se notó porque durante los meses del embarazo sintió por ella una ternura protectora, mezcla de compasión y arrobamiento. Estuvo a su lado cuando dio a luz, sosteniéndola, secándole la transpiración, hablándole para calmarla. mientras los médicos se afanaban bajo las lámparas implacables de la sala de parto. El olor de la sangre le trajo el recuerdo de la guerra y volvió a ver al muchacho de Kansas, como tantas veces lo viera en sueños, suplicándole que no lo dejara solo. Shanon se aferró a él mientras empujaba por desprender a la criatura de sus entrañas y en esos momentos Gregory creyó que la amaba. Le gustaban los niños y estaba entusiasmado con la idea de ser padre de nuevo, esta vez seria diferente, se prometió, el bebé no le sería extraño, como Margaret. Quiso ser el primero en iniciarlo en el mundo y estiró las manos para recibirlo apenas asomó la cabeza. Lo levantó para mostrárselo a la madre y nada pudo decir, porque la emoción le secó la voz. Después recordaría ese instante como el único de felicidad completa junto a esa mujer, pero aquel chispazo de dicha desapareció en cuestión de días, ella no servía para los afanes de la maternidad, así como tampoco para el papel de esposa o de ama de casa, y apenas pudo ponerse sus bluyines ajustados de soltera trató de escapar de la trampa del matrimonio. Su primer amante fue el médico que la atendió en el parto y muy pronto hubo varios más, mientras su marido, absorto en el trabajo, no tuvo ojos para ver las evidencias. Shanon se transformaba con cada nuevo amor según los requerimientos del hombre de turno, un día aparecía con una permanente y nueva ropa interior de encaje negro, pero dos semanas más tarde los portaligas franceses quedaban, olvidados al fondo de un cajón porque había puesto los ojos en un vecino escritor, entonces Gregory la encontraba arropada en uno de sus chalecos, sin maquillaje y con nuevos anteojos de carey, leyendo a Jung. Entretanto David, el bebé, crecía en un corral, tan inquieto, llorón y mañoso que ni su madre deseaba hacerle compañía. Un día Tina contó abochornada a su jefe que había visto a uno de los abogados de la firma besándose con Shanon en el estacionamiento, disculpe que me meta en esto, Sr. Reeves, pero es mi obligación decírselo, concluyó con voz temblorosa. A Gregory el mundo se le tiñó de rojo, cogió al acusado por la solapa y se trenzó a puñetazos, el hombre logró tomar el ascensor para escapar, pero él corrió por la escalera de servicio y lo atrapó en la calle con tal escándalo que intervino la policía y acabaron todos declarando en el retén, incluso Mike Tong, quien volvía del correo y alcanzó a ser testigo del final de la pelotera, cuando el galán yacía en la acera con la nariz ensangrentada. Esa noche Shanon culpó de lo sucedido a unas copas de más y trató de convencer a su marido que esas travesuras carecían por completo de importancia, sólo lo amaba a él. Gregory quiso saber qué diablos hacía en el estacionamiento y ella juró que se trataba de un encuentro casual y un beso amistoso.