Todavía me hago esta pregunta de vez en cuando, pero no tengo respuesta, supongo que me resulta difícil imaginar una existencia sin lucha.
El domingo ya estaba resignado a cerrar la firma. Entre otras posibilidades contemplé la de partir a algún país latinoamericano, tengo lazos muy fuertes con esa parte del mundo y me gusta hablar español; pensé irme a un pueblo pequeño donde la existencia fuera más simple, donde pudiera hacer algo por la gente y formar parte de la comunidad, como hice en la aldea del Vietnam, pero después me pareció una especie de huida.
Carmen y Ming tienen razón, por mucho que uno corra siempre está en su misma piel. También se me ocurrió instalarme en el campo. La semana de vacaciones que pasamos acampando con David, dedicados a cazar patos y pescar, sin más compañía que el perro, fue muy importante para mí y me reveló un aspecto desconocido de mi carácter. En la soledad del paisaje recuperé el silencio de la niñez, ese silencio del alma en la paz de la naturaleza, que perdí cuando se enfermó mi padre y tuvimos que instalarnos en la ciudad. El resto de mí vida estuvo marcado por el ruido, demasiado ruido, y tanto me había acostumbrado a un repique incesante en el cerebro que llegué a olvidar el bienestar del silencio verdadero.
La experiencia de dormir sobre la tierra, sin más luz que las estrellas, me devolvió a la única época realmente dichosa, los viajes con mi familia en el camión. Regresó esa primera imagen de felicidad, yo mismo a los cuatro años orinando sobre una colina bajo la bóveda anaranjada de un cielo soberbio al atardecer. Para medir la vastedad sin fin del espacio reconquistado grité mi nombre junto al lago y el eco de las montañas me lo devolvió purificado. Esos días al aire libre también hicieron un bien enorme a David, su organismo acelerado pareció entrar en una marcha más normal, no tuvimos una sola dis cusión, regresó a la escuela de buen talante y después pasó más de dos meses sin pataletas.
Estaríamos mucho mejor si abandonáramos este medio, donde las presiones suelen ser insoportables, pero la verdad es que no me veo todavía convertido en agricultor o guardia forestal; para qué me engaño… tal vez más adelante… o nunca.
Me gusta la gente, necesito sentirme útil a los demás, no creo que duraría mucho recluido como un ermitaño.
¿Sabes que en ese lugar salvaje supe de ti? Carmen me había regalado tu segunda novela y la leí durante esas vacaciones, sin imaginar que llegaría a conocerte y que te haría esta larga confesión. ¿Cómo podía sospechar entonces que iríamos juntos al barrio latino donde me crié? En más de cuatro décadas no se me había pasado por la mente regresar, si tú no insistes, nunca hubiera visto de nuevo la cabaña, en ruinas pero aún en pie; o el sauce, todavía vigoroso, a pesar del abandono y del basural que ha crecido a su alrededor. Si no me llevas, no habría recuperado el destartalado letrero del Plan Infinito, que me esperaba con la pintura descascarada y la madera medio podrida, pero con su elocuencia intacta. Mira cuánto he andado para llegar hasta aquí y comprobar que no hay un plan infinito, sólo la pelotera de la vida, te dije.
Tal vez cada uno lleva su plan dentro, pero es un mapa borroso y cuesta descifrarlo, por eso damos tantas vueltas y a veces nos perdemos, replicaste.
Di por perdidos el automóvil y la casa, únicos bienes terrenales a mi haber, el resto eran deudas, que ya vería cómo afrontar. En última instancia eso sería problema de los auditores y abogados, que el lunes se lanzarían como pirañas sobre mis despojos. La idea me daba rabia, pero no me asustaba. Me he ganado el pan desde los siete años en toda suerte de oficios, estoy convencido de que nunca me faltará cómo hacerlo. Me preocupaban mis empleados, eso sí. Ellos son mi verdadera familia, pero supuse que Mike y Tina encontrarían otro trabajo sin dificultad y seguramente Carmen se llevaría a Daisy, porque doña Inmaculada ya no está en edad de correr sola con la casa.
Al anochecer caí de visita donde Timothy y Ming a contarles lo que había pasado. Seis meses antes había terminado mi terapia y ahora Ming y yo éramos excelentes amigos, no sólo por la larga relación cultivada en su consultorio, sino porque vivía con Tim, quien se había convertido en otra persona desde que ella entró en su destino a poner orden con recursos de sabiduría. Ming resultó un bálsamo admi rable para mi atormentado amigo. En esos cinco años de penosa exploración, di la vuelta completa al perímetro de lo vivido hasta entonces y cuando llegué al final y toqué de nuevo el punto de partida, ella dio por concluida su ayuda. Dijo que desde ese momento comenzaba la parte más importante de mi curación y debía hacerla solo, que yo era como un inválido a quien le han enseñado a caminar y que sólo la práctica laboriosa de cada paso puede dar equilibrio y firmeza. Con mucha paciencia de su parte y esfuerzo de parte mía, logramos despejar la confusión volcánica en que transcurrió la primera mitad de mi destino. De su mano entré al cuarto de las máquinas desquiciadas y los artefactos inacabados, del cual tanto hablaba mi padre, y ordené poco a poco, eliminé basura, pegué trozos, compuse desperfectos y terminé lo inconcluso.
Aún quedaba mucho por limpiar, pero podía hacerlo solo. Sabía que mí viaje por este mundo sería siempre un tapiz surrealista lleno de hilos sueltos, pero al menos logré ver el dibujo.
— Esta vez me jodieron en serio. Se me acabó el crédito en los bancos y no puedo pagar mis deudas. No me queda más remedio que declararme en quiebra–comenté a mis amigos.
— Los aspectos esenciales están a salvo de esta crisis, Greg, sólo hay pérdidas materiales, lo demás está intacto–replicó Ming y tenía razón, como siempre.
— Supongo que deberé empezar de nuevo–mascullé con una extraña sensación de euforia.
La vida es una suma de ironías. Cuando vi desintegrarse a mi familia y eliminé una buena parte de mis relaciones, dejó de molestarme la soledad. Después, al desmoronarse el castillo de naipes de mi oficina y quedar arruinado, experimenté por primera vez verdadera seguridad. Y justo ahora, cuando dejé de buscar una compañera, apareciste tú y me obligaste a plantar los rosales en tierra firme. Me di cuenta de que en el fondo el dinero nunca me interesó tanto como quise creer; los codiciosos propósitos hechos en el hospital de Hawai estaban equivocados y muy dentro de mí siempre lo sospeché. Los triunfos aparentes no me engañaron, la verdad es que siempre me perseguía una vaga sensación de fracaso.
Sin embargo, tardé una eternidad en aceptar que mientras más acumulaba más vulnerable era, porque vivo en un medio donde se machaca el mensaje contrario. Se requiere una tremenda lucidez, como la de Carmen, para no caer en esa trampa. Yo no la tenía, fue necesario hundirme hasta tocar fondo para adquirirla. En el momento del derrumbe, cuando no me quedaba nada, descubrí que no me sentía abatido, sino libre. Comprendí que lo más importante no había sido sobrevivir o tener éxito, como imaginaba antes, sino la búsqueda de mi alma rezagada en los arenales de la infancia. Al encontrarla supe que ese poder, por el cual tan desesperados esfuerzos malgasté, siempre estuvo en mí. Me reconcilié conmigo mismo, me acepté con un poco de benevolencia y entonces tuve mi primer atisbo de paz. Creo que ése fue el instante preciso en que tomé conciencia de quién soy en realidad Y me sentí por fin en control de mi destino.
El lunes llegué a la oficina dispuesto a ocuparme de los últimos detalles y encontré un ramo de rosas rojas sobre mi escritorio y las sonrisas cómplices de Tina Faibich y Mike Tong, que me aguardaban desde temprano.
— No tenemos el tesoro de Francis Drake, pero conseguí crédito — anunció mí contador, estrujándose la corbata, como siempre hace cuando está nervioso. — ¿Qué dices, hombre?
— Me tomé la libertad de llamar a su amiga Carmen Morales a Roma. Nos dará una buena suma. También tengo un tío banquero que está dispuesto a otorgarnos un préstamo. Con eso podemos negociar. Si nos declaramos en quiebra los otros no cobrarán nada, les conviene darnos facilidades y ser pacientes. — No puedo ofrecer ninguna garantía.
— Entre chinos basta la palabra de honor. Carmen dijo que usted la ha financiado desde que tenían seis años, que no hace más que devolverle la mano. — ¿Más deudas, Mike?
— Ya estamos acostumbrados; ¿qué le hace otra raya al tigre? — ¡Quiere decir que seguimos en la pelea! — sonreí con la certeza de que esta vez sería en mis propios términos.
Lo demás ya lo conoces, porque lo hemos vivido juntos. La noche que nos conocimos me pediste que te contara mí vida. Es larga, te advertí. No importa, tengo mucho tiempo, dijiste, sin saber el lío en que te metías con este plan infinito.
FIN