– Se alojaban en el Regency -informé-. Llegué a visitar la habitación de Tony.
– ¿Era bonita? -preguntó Ángel, y pasó una mano con toda intención por debajo de la mesa y examinó el polvo acumulado en las yemas de los dedos.
– Sí, preciosa, si dejamos de lado las patadas en la cabeza y las descargas eléctricas.
– El muy cabrón. Deberíamos obligarlo a alojarse en esta casa. Un poco de miseria le serviría para recordar sus raíces.
– Si vuelves a criticar mi casa, dormirás en el jardín.
– Seguro que está más limpio -masculló- y que no hace tanto frío.
Louis tamborileó suavemente en la mesa con un dedo largo y delgado.
– He oído que una gran cantidad de dinero llegó por equivocación a esta zona. Una gran cantidad de dinero.
– Sí, eso parece.
– ¿Tienes idea de dónde está?
– Es posible. Creo que se lo apropió un tal Billy Purdue.
– Eso mismo ha llegado a mis oídos.
– ¿A través de alguien cercano a Tony Celli?
– Empleados desafectos. Opinan que ese Billy Purdue está tan muerto que alguien debería ponerle su nombre a un cementerio.
Les hablé de la muerte de Rita y Donald. Advertí que Ángel y Louis cruzaban una mirada y adiviné que aún tenían más noticias.
– ¿Billy Purdue liquidó a los hombres de Tony? -preguntó Ángel.
– A dos como mínimo, en el supuesto de que el dinero se lo llevara él, y eso es lo que suponen Tony Celli y la policía.
Louis se levantó y lavó con esmero su taza.
– Tony está metido en un lío -dijo por fin-. Intervino en cierta operación en Wall Street y el asunto acabó mal.
Yo había oído rumores de que los italianos habían entrado en Wall Street, creando empresas ficticias y contratando a agentes corruptos que las introducían en bolsa y estafaban a los inversores. Se podía ganar mucho dinero si las cosas se hacían bien.
– Tony la cagó -continuó Louis-, y ahora tenemos a un tipo cuyos días pueden contarse con los dedos de la mano.. -¿Tan grave es?
Louis dejó la taza a secar boca abajo y se apoyó contra el fregadero.
– ¿Sabes qué son los BATCP?
– Ni idea.
– Se nota que nunca has tenido dinero para invertir.
– Llevo una existencia ascética, como el padre Damián pero sin la lepra.
– BATCP -explicó Louis- es la sigla de Bonos Asociados al Tipo de Cambio Principal. Es un pagaré estructurado, una especie de bono emitido por los bancos de inversión. Lo presentan como algo seguro, pero es tan arriesgado como mantener relaciones sexuales con un tiburón. En esencia, el comprador aporta cierta suma de dinero y el beneficio se basa en los cambios en los índices de determinadas divisas. Es una fórmula, y si todo va bien, puedes forrarte.
Siempre me había fascinado que Louis fuera capaz de abandonar su jerga monosilábica de asesino a sueldo negro cuando el tema lo requería, pero me abstuve de comentarlo.
– Así que Tony Celli se cree un mago de las finanzas, y cierta gente en Boston le da crédito -prosiguió-. Se ocupa del blanqueo, hace circular mucho dinero por mediación de compañías ficticias y bancos con sede en paraísos fiscales, hasta que el dinero vuelve a las cuentas adecuadas. Trata con los contables, pero además es el primer punto de contacto para todo el efectivo. Es como la parte más fina de un reloj de arena: todo tiene que pasar a través de él para llegar a otro sitio. Y a veces Tony hace alguna que otra inversión bajo mano con dinero ajeno, o lo invierte en divisas y se queda la ganancia. A nadie le importa, siempre y cuando no se deje arrastrar por la codicia.
– A ver si lo adivino -lo interrumpí-: Tony se dejó arrastrar por la codicia.
Louis asintió con la cabeza.
– Tony se ha cansado de ser indio y ahora quiere ser jefe. Considera que para eso necesita dinero, más del que tiene. Así que habla con un representante de derivados financieros que no sabe nada de él, salvo que es un italiano con camisa a rayas y dinero que gastar, porque Tony intenta mantener sus negocios al nivel más discreto posible. El representante convence a Tony de que compre una variante de esos BATCP, vinculados a la diferencia entre el valor de ciertas divisas del sudeste asiático y un paquete de divisas varias (dólares, francos suizos, marcos alemanes, según he oído), y se embolsa la comisión. El asunto es tan peligroso que hace tictac, pero Tony compra por valor de un millón y medio de dólares, la mayor parte de los cuales no son suyos, porque también participan en el trato compañías de seguros y gestores de fondos de pensiones de la zona central del país, y Tony, erróneamente, supone que son demasiado conservadores para apostar a una mano arriesgada. Es una inversión a corto plazo, y Tony cree que tendrá su dinero sin que nadie se dé cuenta de que ha retenido el efectivo más tiempo que el de costumbre.
– ¿Y qué pasó?
– Lee los diarios. El yen cae en picado, los bancos no responden, toda la economía del sudeste asiático empieza a hacer aguas. El valor de los bonos de Tony cae un noventa y cinco por cien en cuarenta y ocho horas, y su esperanza de vida cae poco más o menos en la misma proporción. Tony manda a cierta gente para que busque al representante, y lo encuentran en la cervecería Zip City de la calle Dieciocho, riéndose de cómo le ha «arrancado la cara» a un tipo, porque en la jerga de los representantes usan esa expresión cuando le colocan a alguien un bono explosivo.
Y con estas palabras, según Louis, el representante había firmado su sentencia de muerte. Lo abordaron cuando iba al baño, lo llevaron a un sótano de Queens y lo ataron a una silla. Entonces apareció Tony, le hundió los dedos en la carne blanda bajo la barbilla y empezó a tirar. No tardó ni dos minutos en arrancarle la cara. A continuación lo metieron en un coche y, en un bosque de la parte norte del estado, lo mataron a palos.
Louis tomó de nuevo el cuchillo, lo lanzó un par de veces más de propina y volvió a dejarlo en el bloque de madera. Pese a la presión de la punta del cuchillo, no tenía sangre en la yema del dedo.
– Así que Tony está entrampado por esa cantidad, y cierta gente más poderosa que él empieza a preocuparse por el tiempo que ese dinero tarda en llegar a sus manos. De pronto, Tony tiene un golpe de suerte: un tipejo de Toronto, que está en deuda con él, le habla de cierto viejo camboyano que lleva una vida tranquila en Hamilton, al sur de la ciudad. Por lo visto, el viejo era un jemer rojo, antes subdirector del campamento Tuol Seng en Phnom Penh.
Yo había oído hablar de Tuol Seng. En otro tiempo había sido una escuela de la capital camboyana, pero los jemeres rojos la convirtieron en centro de tortura y ejecución cuando se hicieron con el poder en el país. Tuol Seng había estado bajo la dirección de un individuo de orejas grandes conocido como Camarada Deuch, que utilizó látigos, cadenas, reptiles venenosos y agua para torturar y matar quizás a unas dieciséis mil personas, incluidos muchos occidentales que se acercaron demasiado a la costa camboyana.
– Según parece, el viejo tenía amigos en Tailandia y ganaba mucho dinero bajo mano actuando como mediador en el tráfico de heroína -explicó Louis-. Tras la invasión vietnamita, desapareció, cambió de identidad y abrió un restaurante en Toronto. Su hija acababa de empezar la carrera en Boston, y fue ella el objetivo de Tony, que la secuestró y pidió al viejo un rescate para cubrir sus deudas, y un poco más. El viejo no podía acudir a la policía por su pasado, y Tony le dio setenta y dos horas para pagar, aunque por entonces su hija ya estaba muerta. El viejo reúne el dinero, manda a sus hombres a Maine para la entrega y todo se sale de madre. -Eso explicaba la presencia del agente de Toronto, Eldritch. Se lo mencioné a Louis, que levantó uno de sus delgados dedos-. Una cosa más: al mismo tiempo que tenían lugar los asesinatos, la casa del viejo en Hamilton quedó reducida a cenizas, con él, el resto de su familia y sus guardaespaldas todavía dentro. Siete personas en total. Tony quería un trabajo limpio porque es una persona limpia.