– ¿Puedo ayudarle? -preguntó la mujer. Mantuvo una expresión neutra en la cara, pero habló con el mismo tono de voz que el acompañante de Meade Payne. En sus labios la palabra «ayudarle» parecía malsonante.
Le di mi nombre y le dije que el jefe de policía Martel había telefoneado para concertarme una entrevista con alguien que pudiera hablarme de la muerte de Emily Watts.
– Lo siento, pero el doctor Ryley, el director, está en una reunión en Augusta y no volverá hasta mañana. -Adoptó una actitud en apariencia amable, pero su semblante revelaba que todo aquel que preguntase por Emily Watts era allí tan bien recibido como el líder negro Louis Farrakhan en una cena del Ku Klux Klan-. Se lo dije al jefe de policía, pero usted ya había salido. -Su semblante pasó a estar en armonía con el tono de su voz, a lo que se sumó una sonrisa maliciosa por el viaje que me había obligado a hacer innecesariamente.
– Déjeme adivinar -dije-. No puede permitirme que hable con nadie sin el consentimiento del director, el director no está aquí y no tiene usted medio de ponerse en contacto con él.
– Exacto.
– Ha sido un placer ahorrarle la molestia de tener que explicarlo.
Se encrespó y apretó el bolígrafo con fuerza, como si se dispusiera a metérmelo por el ojo. Un tipo regordete con un uniforme barato que le sentaba mal salió del habitáculo. Se caló la gorra mientras se acercaba a mí, pero aun así me dio tiempo de ver las cicatrices que tenía a un lado de la cabeza.
– ¿Todo en orden, Glad? -preguntó a la mujer de recepción. Pese al significado de su nombre: feliz, no tenía nada de alegre, algunas personas son como un gran dedo alzado hacia el universo en gesto acusador.
– Ahora sí que estoy asustado -dije-. Un enorme guardia de seguridad y no hay cerca ninguna anciana para protegerme.
Se puso de mil colores y encogió un poco el vientre.
– Creo que lo mejor será que se marche. Como ha dicho la señora, aquí no hay nadie que pueda ayudarle.
Asentí y señalé su cinturón.
– Veo que tiene una pistola nueva. Quizá debería ponerle un candado y una cadena, no vaya a pasar un niño e intente robársela.
Los dejé allí y regresé al jardín. Me sentía un poco rastrero por emprenderla con Judd, pero estaba cansado e irascible, y la mención del nombre de Caleb Kyle después de tantos años me había alterado. De pie en medio del césped, alcé la vista y contemplé la fachada de la residencia, sucia y sin el menor encanto. Según Martel, la habitación de Emily Watts estaba en el ángulo oeste, en el piso superior. Las cortinas estaban corridas y había excrementos de pájaro en el alféizar de la ventana. En la habitación contigua, una silueta se acercó al cristal, una anciana con el pelo recogido en un moño, y me observó. Le dirigí una sonrisa pero no me la devolvió. Cuando me alejé con el coche, la vi por el retrovisor, todavía de pie en la ventana, observándome.
Como aún no había hablado con Rand Jennings, tenía previsto quedarme un día más en Dark Hollow. Ver a su mujer había despertado en mí sentimientos que llevaban mucho tiempo enterrados: ira, pesar, las ascuas de un viejo deseo. Recordé la humillación de estar tendido en el suelo de los lavabos mientras me llovían los golpes de Jennings y su gordo amigo mantenía la puerta cerrada con una sonrisa socarrona. Para mi sorpresa, una parte de mí aún deseaba enfrentarse con él después de tantos años.
En el camino de regreso al motel, intenté telefonear a Ángel con el móvil, pero por lo visto no había cobertura. Lo llamé desde una gasolinera y oí sonar cinco veces el teléfono recién instalado en la casa de Scarborough hasta que por fin descolgó.
– ¿Sí?
– Soy Bird. ¿Alguna novedad?
– Muchas y ninguna buena. Mientras tú hacías de Perry Mason en el norte, aquí vieron a Billy Purdue en un pequeño supermercado. Escapó antes de que llegara la policía, pero sigue en alguna parte de la ciudad.
– Ahora que lo han localizado, no permanecerá ahí mucho tiempo. ¿Y qué se sabe de Tony Celli?
– Nada, pero la policía encontró el Coupe de Ville en un viejo establo cerca de Westbrook. Louis sintonizó la frecuencia de la policía. Según parece, el fenómeno de feria ha optado por un medio de transporte menos llamativo.
Me disponía a contarle lo poco que había averiguado cuando me interrumpió.
– Otra cosa: tienes visita. Ha llegado esta mañana.
– ¿Quién?
– Lee Cole.
Dado el deterioro de mi amistad con su marido, aquello me sorprendió. Quizás albergara la esperanza de restablecer los lazos entre Walter y yo.
– ¿Ha dicho qué quería?
Advertí un titubeo en la voz de Ángel y al instante se me revolvió el estómago.
– Más o menos. Bird, su hija Ellen ha desaparecido.
Regresé de inmediato manteniendo una velocidad uniforme de 130 kilómetros por hora en cuanto llegué a la I-95. Me encontraba prácticamente en las afueras de Portland cuando sonó el móvil. Contesté, medio esperando que fuese otra vez Ángel. No era él.
– ¿Parker?
Reconocí la voz casi en el acto.
– ¿Billy? ¿Dónde estás?
– Estoy en un aprieto, tío -dijo Billy Purdue con pánico en la voz-. Mi mujer confiaba en ti y ahora yo también voy a confiar en ti. No los maté, Parker. Yo jamás haría una cosa así. Sería incapaz de matarla. Sería incapaz de matar a mi hijo.
– Lo sé, Billy, lo sé. -Mientras hablábamos, repetí su nombre una y otra vez en un esfuerzo por tranquilizarlo y aumentar la vacilante confianza que empezaba a mostrarme. Intenté alejar de mi mente a Ellen Cole, al menos por el momento. Me ocuparía de eso en cuanto me fuera posible.
– Me persigue la policía. Creen que los maté yo. Yo los quería. Nunca les habría hecho daño. No quería perderlos. -Estaba al borde de la histeria, balbuceaba.
– Cálmate, Billy. Dime dónde estás e iré a buscarte. Te llevaré a un lugar seguro y hablaremos.
– Había un viejo delante de su casa, Parker. Lo vi vigilarla la noche que me detuvo la policía. Quería cuidar de ellos, pero no fui capaz.
No estaba seguro de que hubiese oído siquiera que le ofrecía ayuda, pero lo dejé hablar mientras pasaba de largo la salida de Falmouth, a unos cinco kilómetros de la ciudad.
– ¿Lo reconociste, Billy?
– No, nunca lo había visto, pero lo reconocería si volviese a verlo.
– Bien, Billy. Ahora dime dónde estás e iré a buscarte.
– Estoy en una cabina de Commercial, pero me tengo que ir. Hay gente, coches. He estado escondido en el complejo de la Portland Company de Fore Street, junto al del museo de la locomotora. Hay un edificio vacío justo en la entrada principal. ¿Lo conoces?
– Sí. Vuelve a entrar. Estaré ahí lo antes posible.
Telefoneé a Ángel y le dije que se reuniera conmigo, acompañado de Louis, en la esquina de India y Commercial. Lee Cole tendría que alojarse en el Java Joe's. No la quería en la casa por si Tony Celli, o algún otro, decidía hacerme una visita.
No había nadie en las inmediaciones cuando llegué a la esquina de India y Commercial. Entré en el aparcamiento de la antigua estación de India Street y estacioné a la sombra del viejo edificio de tres plantas. Cuando salía del coche, empezaron a caer las primeras gotas de lluvia, unas gotas colmadas y gruesas que estallaban espectacularmente en el capó y dejaban en el parabrisas salpicones del tamaño de una moneda. Rodeé la estación pasando ante una mesa con bancos adosados y un edificio de oficinas de un solo piso pintado de rojo y llegué al lado del puerto, donde me detuve a contemplar las oscuras aguas. Retumbó un trueno y el destello de un relámpago iluminó un barco en Casco Bay. Frente a mí, en un tramo restaurado de línea férrea utilizado para que los turistas pudieran experimentar lo que era un viaje en un ferrocarril de vía estrecha, un vagón cisterna señalaba el comienzo de la línea. Tras el vagón había alineados varios contenedores de carga. A mi derecha se encontraba la terminal de transbordadores de Casco Bay, y sobre ella se alzaba una mastodóntica grúa azul de dieciocho toneladas que se apoyaba en cuatro finas patas como un insecto mutilado.