Y pensé también en Caleb Kyle, me lo imaginé contemplando los restos de las chicas que había desgarrado y colgado de los árboles. Algo vino a mi memoria, una leyenda que me contó alguien sobre el emperador Nerón. Se decía que Nerón, después de matar a su propia madre, Agripina la Joven, ordenó que abrieran su cuerpo para ver el lugar de donde él había salido. No se conoce con claridad el motivo de semejante acto: obsesión morbosa, tal vez, o los sentimientos incestuosos que le atribuían los antiguos cronistas. Incluso es posible que esperase comprender algo acerca de sí mismo, de su propia naturaleza, mediante la revelación de su propio origen. En otro tiempo debió de amarla, pensé, antes de que todo se convirtiera en furia, rabia y odio, antes de decidir quitarle la vida y despedazar sus restos. Durante un instante experimenté cierta compasión por Caleb: lástima por el niño que fue en otro tiempo, y aborrecimiento por el hombre en que se convirtió.
Vi sombras que caían de los árboles y una figura que se trasladaba al norte, siempre al norte, como la aguja de una brújula. Lógicamente se había dirigido al norte. El norte era la zona más alejada de Texas adonde podía llegar después de vengarse de la comunidad que había considerado oportuno mandarlo a la cárcel por lo que le había hecho a su madre.
Pero por lo visto no se reducía sólo a eso. Mi abuelo me contó que, cuando era niño, el sacerdote leía los Evangelios en el lado norte de la iglesia, porque el norte siempre se había visto como una zona a la que aún no había llegado la luz de Dios. Por esa misma razón enterraban a los no bautizados, a los suicidas y a los asesinos en el norte, fuera de las tapias del camposanto.
Porque el norte era un territorio negro. El norte era el lugar de las tinieblas.
A la mañana siguiente, la librería estaba abarrotada de estudiantes y de turistas. Pedí café y me entretuve leyendo un ejemplar de Rolling Stones que alguien había dejado en una silla, hasta que llegó Rachel, tarde como de costumbre. Vestía de nuevo el abrigo negro, esta vez encima de unos vaqueros y un jersey azul cielo con el cuello en pico. Debajo llevaba una camisa Oxford de rayas azules y blancas abrochada hasta el cuello. El cabello le caía suelto sobre los hombros.
– ¿Llegas pronto alguna vez? -pregunté después de pedir un café y una magdalena para ella.
– Me quedé hasta las cinco trabajando en tu maldito expediente -contestó-. Si te cobrara por horas, no podrías permitírtelo.
– Lo siento -dije-. Apenas puedo permitirme el café y el bollo.
– Me partes el alma -contestó, pero me dio la impresión de que su actitud se había ablandado desde el día anterior; no obstante, quizás esa percepción obedeciese más a un deseo por mi parte que a la realidad-. ¿Estás preparado para esto?
Asentí, pero antes de que prosiguiese le conté lo que había averiguado a través de la sheriff de Medina, y que, para escapar de su pasado, Caleb había adoptado el apellido de su madre.
Rachel asintió para sí.
– Concuerda -afirmó-. Todo concuerda.
Llegó el café y echó azúcar; a continuación desenvolvió la magdalena, la partió en trozos del tamaño de un bocado y empezó a hablar.
– La mayor parte de todo esto son conjeturas y suposiciones. Cualquier agente decente de las fuerzas del orden se reiría en mi cara y me echaría de aquí, pero como tú no eres ni decente ni agente de las fuerzas del orden, recibirás lo que te mereces. Además, toda la información que me has dado se basa también en conjeturas y suposiciones, unidas a cierto grado de superstición y paranoia. -Movió la cabeza con un gesto de perplejidad y su expresión se volvió más seria en cuanto abrió el cuaderno de espiral. Ante ella se extendía un texto de apretada caligrafía, salpicado aquí y allá por notas adhesivas amarillas-. Creo que ya sabes casi todo lo que voy a decirte. Lo único que puedo hacer es esclarecerlo, quizás aportar cierto orden.
»Bird, si este hombre existe, o al menos si el mismo hombre, Caleb Kyle, es el autor de todos estos asesinatos, te enfrentas a un sádico psicópata de manual. En realidad te enfrentas a algo peor que eso, porque nunca me he encontrado con algo semejante en la literatura especializada, ni tampoco en mi experiencia clínica; o como mínimo no todo junto en un mismo caso. Por cierto, este expediente no recoge ningún asesinato después de 1965. Aun teniendo en cuenta la fotografía del periódico, ¿has contemplado la posibilidad de que esté muerto o fuese encarcelado por otros delitos? Tanto lo uno como lo otro explicarían la repentina interrupción de los asesinatos.
– Podría estar muerto -admití-, y en tal caso todo esto sería una pérdida de tiempo y nos encontraríamos ante algo muy distinto. Pero supongamos que no fue encarcelado: si la sheriff tenía razón y Caleb era tan listo como ella decía, no iba a volver a la cárcel. Además, mi abuelo lo comprobó en su día (consta en el expediente), y sé que fue consultando de manera aleatoria a lo largo de los años, aunque quizá buscaba a Caleb Kyle, no a Caleb Brewster.
Rachel se encogió de hombros.
– Siendo así, tienes otras dos posibilidades: o bien continuó matando pero todas sus víctimas constan como personas desaparecidas (si es que alguien ha advertido su ausencia), o bien…
– ¿O bien?
Rachel golpeteó en el cuaderno con la punta del bolígrafo junto a una palabra marcada con un círculo rojo.
– O bien ha permanecido en estado latente. La posibilidad de que algunos asesinos en serie entren en periodos de latencia está siendo estudiada por la Unidad de Apoyo a la Investigación del FBI, por los colaboradores en la elaboración de perfiles criminales y por el programa de consulta. Ya lo sabes porque te lo he dicho otras veces. Es una teoría, pero podría explicar por qué algunos asesinatos en serie se interrumpen sin que se detenga a nadie. Por alguna razón, el asesino llega a un punto en el que la necesidad de encontrar a una víctima no es tan acuciante y deja de matar.
– Si ha estado latente hasta ahora, algo lo ha despertado -comenté.
Pensé en el topógrafo de la compañía maderera, que se adentró en la espesura a fin de preparar el terreno para la destrucción del bosque, y en lo que quizás encontró ahí. Recordé asimismo la historia de la señora Schneider con la nota en el periódico, y la investigación a la antigua usanza de Willeford, donde uno llamaba a las puertas, ponía anuncios y hacía correr la voz hasta que ésta llegaba a la persona que uno buscaba; y recordé el artículo sobre la detención de Billy Purdue en Santa Marta. Si uno pone miel, no debería sorprenderse de que acudan las avispas.
– Es poco fundado, pero ésas son las posibilidades que deberías considerar -prosiguió Rachel-. Fijémonos ahora en los asesinatos iniciales. En primer lugar, aunque quizá sea algo secundario, el lugar donde se encontraron los cadáveres tiene su importancia.
Caleb Kyle determinó el momento en que serían encontrados, dónde y por quién. Fue su manera de controlar y participar en la búsqueda. Tal vez no organizó los primeros asesinatos, eso nunca lo sabremos con seguridad, ya que desconocemos dónde se cometieron, pero la exhibición de los cadáveres fue un acto muy calculado. Deseaba formar parte en cierto modo del descubrimiento. Yo diría que cuando tu abuelo encontró a las mujeres, él lo estaba observando.
»En cuanto a los propios asesinatos, si lo que contó esa anciana, Schneider, es verdad, lo cual depende a su vez de si era verdad lo que Emily Watts le contó a ella, Kyle ya había empezado a matar durante su relación. El grado de descomposición de los cinco cuerpos era distinto: Judy Giffen y Ruth Dickinson fueron las primeras víctimas, y entre una y otra había mediado casi un mes. En cambio, Laurel Trulock, Louise Moore y Sarah Raines fueron asesinadas en rápida sucesión: el informe del forense reveló que Trulock y Moore probablemente murieron con menos de veinticuatro horas de diferencia, y Raines no más de veinticuatro horas después.