»Fíjate, en cambio, en el perfil de Judith Mundy. Era fuerte, con una complexión robusta y una personalidad dominante. No lloraba con facilidad y sabía defenderse en una pelea. Una mujer así pasaría esa clase de prueba, hasta el punto de que posiblemente él no tuvo que hacerle demasiado daño para darse cuenta de que era distinta. -Rachel se inclinó y en su rostro apareció una expresión de profundo y persistente pesar-. No la secuestró por ser débil, Bird. La secuestró por ser fuerte.
Cerré los ojos. Supe entonces lo que había sido de Judith Mundy, por qué no había aparecido, y Rachel advirtió que lo había comprendido.
– La secuestró como ganado de cría, Bird -susurró-. La secuestró para criar.
Rachel se ofreció para llevarme en coche a Logan, pero no acepté. Ya había hecho bastante por mí, incluso más de lo que yo tenía derecho a pedir. Cuando crucé Harvard Square a su lado, sentí hacia ella un amor más intenso todavía por el hecho de que la notaba cada vez más lejos de mí.
– ¿Crees que ese Caleb puede estar relacionado con la desaparición de Ellen Cole? -preguntó. Rozó mi brazo con el suyo y, por primera vez desde mi llegada a Boston, no rehuyó el contacto.
– No estoy seguro -contesté-. Quizá la policía tenga razón: quizá sucumbió a las hormonas y se escapó de casa. Si es así, no sé qué estoy haciendo. Pero un anciano la encontró y la atrajo a Dark Hollow y, como vengo diciéndole a todo el mundo, no creo en las coincidencias.
»Rachel, tengo un presentimiento con respecto a ese hombre. Ha vuelto, y creo que ha vuelto a por Billy Purdue y para vengarse de todos aquellos que han contribuido a esconderlo. Creo que mató a Rita Ferris y a su hijo. Y puede que lo hiciera por celos, o para aislar a Billy a fin de que no tuviese otros lazos, o porque ella se proponía abandonarlo y llevarse al niño. Sospecho que la muerte de éste no estaba prevista. Simplemente las cosas se descontrolaron.
Le tendí la mano cuando llegamos al otro extremo de la plaza. No la besé porque no me sentía con derecho a ello. Aceptó mi mano y me la estrechó con fuerza.
– Bird, ese hombre considera que tiene licencia para vengarse de cualquiera que lo contraríe porque se siente agraviado. Acabo de definírtelo como psicópata.
Vi en sus ojos inquietud y algo más.
– En otras palabras, ¿qué excusa tengo? -Sonreí, pero la sonrisa no fue más allá de mis labios.
– Se han ido, Bird. Susan y Jennifer están muertas, y lo que os ocurrió a ellas y a ti fue horrible, muy horrible. Pero cada vez que haces pagar a alguien por lo que tú padeciste, te haces daño y corres el riesgo de convertirte en aquello que odias. ¿Lo entiendes, Bird?
– No es por mí, Rachel -contesté en voz baja-. Al menos no del todo. Alguien debe detener a esa gente. Alguien debe asumir la responsabilidad.
Volví a oír aquel eco: «Todos son responsabilidad tuya».
Movió su mano con delicadeza sobre la mía, sus dedos sobre mis dedos, acariciándome la palma con el pulgar, y luego me tocó la cara con la otra mano.
– ¿Por qué has venido? Casi todo lo que te he dicho podrías haberlo deducido tú solo.
– No soy tan listo.
– No le vengas con tonterías a una especialista en tonterías.
– ¿Es verdad lo que se dice sobre los psicólogos, pues?
– Sólo afecta a los de la New Age. Estás eludiendo la pregunta.
– Lo sé. Tienes razón: parte de eso lo suponía ya, o lo suponía a medias, pero necesitaba oírselo expresar a otra persona, porque temía estar volviéndome loco. Pero también he venido porque aún me preocupo por ti, porque cuando te marchaste, te llevaste algo de mí. Pensé que ésta podía ser una manera de acercarme a ti. Quería verte otra vez. Quizás en el fondo era sólo eso. -Aparté la mirada.
Me apretó la mano.
– Allí en Lousiana vi lo que hiciste. No fuiste para encontrar al Viajante, fuiste para matarlo, y todo aquel que se puso en tu camino salió malparado, muy malparado. Tu capacidad para la violencia me asustó. Tú me asustaste.
– Entonces no sabía qué otra cosa podía hacer.
– ¿Y ahora?
Me disponía a contestarle cuando me acarició con el dedo la cicatriz de la mejilla, la marca dejada por la navaja de Billy Purdue.
– ¿Cómo te lo hiciste? -preguntó.
– Un hombre me cortó con una navaja.
– ¿Y tú cómo reaccionaste?
Guardé silencio por un instante antes de contestar.
– Me marché.
– ¿Quién era ese hombre?
– Billy Purdue.
Abrió mucho los ojos y me dio la impresión de que algo que había permanecido enrollado en su interior para protegerse empezaba a desplegarse gradualmente. Lo vi en ella, lo percibí en el roce de su mano.
– No ha tenido una sola oportunidad en la vida, Rachel. Lo ha tenido todo en contra desde el principio.
– Si te hago una pregunta, ¿me contestarás con sinceridad? -dijo.
– Siempre he intentado ser sincero contigo.
Rachel asintió.
– Lo sé, pero esto es importante. Necesito asegurarme.
– Pregunta.
– ¿Necesitas la violencia, Bird?
Pensé la respuesta. En el pasado me había impulsado la venganza personal. Había hecho daño a algunas personas, había matado a otras por lo que nos había ocurrido a Susan, a Jennifer y a mí. Ahora ese deseo de venganza había disminuido, se reducía un poco cada día, y el hueco que dejaba al retroceder se llenaba con las posibilidades de la reparación. Yo era responsable en parte de lo que les había pasado a Susan y a Jennifer. No me creía capaz de reconciliarme con esa idea jamás, pero podía intentar compensarlo de alguna manera, reconocer mis errores del pasado y utilizarlos para mejorar el presente.
– Durante un tiempo sí que la necesité -admití.
– ¿Y ahora?
– No la necesito, pero la utilizaré si me veo obligado. No me quedaré de brazos cruzados viendo cómo sufren personas inocentes.
Rachel se inclinó y me besó la mejilla con delicadeza. Cuando se apartó, advertí ternura en su mirada.
– Así que eres el ángel vengador -dijo.
– Algo así -contesté.
– Adiós, pues, ángel vengador -musitó Rachel.
Dio media vuelta y se alejó, de regreso a la biblioteca y a su trabajo. No volvió la vista atrás, pero tenía la cabeza gacha y sentí el peso de sus pensamientos cuando se entregó al abrazo de la muchedumbre.
El avión despegó de Logan, y ascendió en dirección norte a través del aire frío, en medio de oscuros nubarrones que lo rodeaban como el aliento de Dios. Pensé en la sheriff Tannen, que me había prometido buscar las fotografías más recientes de Caleb Kyle. Serían de treinta años atrás, pero de algo servirían. Saqué del expediente de mi abuelo la imagen borrosa de Caleb y la examiné una y otra vez. Era como un esqueleto que se recubría lentamente de carne, como si el proceso de descomposición se hubiese invertido de manera gradual e irrevocable. Una figura que había sido poco más que un nombre, un contorno vislumbrado en la penumbra, adquiría realidad objetiva.
Te conozco, pensé. Te conozco.
23
Llegué a Bangor a mediodía, recogí mi coche en el aparcamiento del aeropuerto y emprendí el viaje hacia Dark Hollow. Sentía como si estirasen de mí en diez direcciones distintas y, sin embargo, por alguna razón, todas parecían llevarme de regreso al mismo lugar, a la misma conclusión por caminos diferentes: Caleb Kyle había vuelto. Había matado a una chica en Texas poco después de salir de la cárcel, probablemente para vengarse de toda una comunidad. Después había adoptado el apellido de su madre y se había marchado al norte, muy al norte, hasta perderse por fin en el bosque.
Si Emily Watts le había dicho la verdad a la señora Schneider, y no existía motivo alguno para dudarlo, había dado a luz a un niño y lo había ocultado porque creía que su padre era el asesino de varias muchachas y presentía que quería al niño para sus propios fines. El salto requerido era aceptar que ese niño podía ser Billy Purdue, y que su padre podía ser Caleb Kyle.