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– ¿Bird? ¿La has encontrado?

– No. Estamos en Dark Hollow buscándola, pero todavía no tenemos nada. -Preferí no hacer ningún comentario sobre las botas de Ricky. Si estaba equivocado en cuanto a lo que podía haberle ocurrido, o si las botas no eran suyas, no conseguiría más que preocuparla innecesariamente. Si mis sospechas eran ciertas, pronto conoceríamos el resto.

– ¿Has visto a Walter?

Le dije que no. Suponía que ya debía de estar en Greenville, pero no deseaba verlo. Walter sólo complicaría más las cosas, y ya me resultaba bastante difícil mantener mis emociones bajo control.

– Bird, se enfadó mucho al enterarse de lo que yo había hecho. -Lee empezó a llorar y se le quebró la voz-. Me dijo que cuando tú intervienes, los demás salen malparados. Acaban muertos. Por favor, Bird, por favor, no permitas que le pase nada. Por favor.

– No lo permitiré, Lee. Seguiremos en contacto. Adiós.

Colgué. Me pasé las manos por la cara y el pelo y luego me las llevé a los hombros, que estaban agarrotados. Walter tenía razón. En el pasado, algunas personas habían salido malparadas al implicarme yo en una situación, pero básicamente habían salido malparadas porque esas personas habían decidido implicarse también. A veces uno puede empujar a alguien en una dirección u otra, – pero la gente da los pasos más importantes por iniciativa propia.

Walter tenía principios, pero nunca se había visto obligado a pasar por alto esos principios para proteger a sus seres queridos o para vengarlos porque alguien se los había arrebatado. Y ahora se hallaba cerca de Dark Hollow, y una situación de por sí delicada tenía muchas probabilidades de agravarse. Permanecí durante un rato con la cara entre las manos. Luego me desnudé y me duché, con la cabeza gacha y los hombros bajo el chorro para que el agua masajease mis tensos y cansados músculos.

Mientras me secaba sonó el teléfono. Era Ángel. Me estaban esperando para ir a cenar. Yo no tenía apetito y la preocupación por Ellen me bloqueaba mentalmente, pero accedí a acompañarlos. Cuando llegamos al restaurante, encontramos un letrero en la puerta que anunciaba que había cerrado antes de hora. Esa noche se celebraba en el Roadside Bar un acto benéfico con el objetivo de recaudar fondos para la banda del instituto, y asistiría todo el mundo. Ángel y Louis cruzaron una mirada de profunda desdicha.

– ¿Tenemos que aportar dinero para la banda si queremos comer? -preguntó Louis-. ¿Qué mamarrachada de pueblo es éste? ¿A quién hay que pagarle para tomar una cerveza? ¿Al APA? -Examinó el letrero con mayor detenimiento-. Eh, pero si es una banda de country: Larry Fulcher y los Tahúres. Quizá, después de todo, este pueblo tenga más encanto del que parece.

– No, por Dios -protestó Ángel-, más música para paletos no. ¿Por qué no puedes escuchar música soul como todos los de tu particular orientación étnica? Ya sabes, Curtis Mayfield, quizás un poco de Wilson Pickett. Ésa es tu gente, tío, y no los Louvin Brothers y Kathy Mattea. Además, no hace tanto que algunas personas usaban esa mierda country como música de fondo cuando ahorcaban a los tuyos.

– Ángel -contestó Louis con paciencia-, nadie ha ahorcado a uno solo de mis hermanos escuchando un disco de Johnny Cash.

No había más remedio que ir al Roadside. Volvimos al motel y recogí las llaves del coche. Cuando salí de la habitación, Louis había añadido a su atuendo un sombrero negro de vaquero con una cinta de soles de plata. Ángel se llevó las manos a la cabeza y lanzó una maldición.

– ¿También metes en el mismo saco al resto de los Village People? -pregunté. No pude evitar sonreír-. No sé si sabes que tú y Charley Pride habéis tomado un camino muy solitario con eso del country negro y con este numerito del country Western negro. Si tus hermanos te viesen vestido así, quizá tendrían algo que decir.

– Mis hermanos contribuyeron a construir este gran país, y esa «música para paletos», como la ha definido nuestro teórico cultural residente, fue la banda sonora de generaciones de obreros. No todo han sido espirituales negros y Paul Robeson, ¿sabías? Además, me gusta este sombrero. -Dio un ligero tirón al ala con los dedos.

– Tenía la esperanza de que los dos intentaseis pasar inadvertidos durante nuestra estancia aquí, a menos que fuese absolutamente necesario -comenté mientras subíamos al Mustang.

Louis dejó escapar un sonoro suspiro.

– Bird, soy el único hermano de aquí a Toronto. A menos que contraiga el vitíligo entre este motel y el tinglado ese de la banda del instituto, es imposible que pase inadvertido. Así que cállate y conduce.

– Sí, Bird, conduce -intervino Ángel desde el asiento trasero-, o si no, Cleavon Little aquí presente mandará a sus pistoleros tras tus pasos. Los Vaqueros con Personalidad, quizás, o el Enemigo de la Pradera…

– Ángel -repuso Louis desde el asiento del acompañante-. Cállate.

El Roadside era un local grande y vetusto de madera oscura. Un edificio alargado y de una sola planta, tenía ventanas en la parte delantera y una entrada con tejado a dos aguas en el centro que se elevaba por encima del resto como el campanario de una iglesia. El aparcamiento estaba lleno y había muchos coches alrededor, casi hasta los árboles. Se hallaba en el límite oeste del pueblo; más allá se extendía el bosque oscuro.

Pagamos los cinco dólares de entrada en la puerta -«¡Cinco dólares!», exclamó Ángel entre dientes. «¿Está esto en manos de la mafia?»- y accedimos al bar. Era un espacio cavernoso y dentro estaba casi tan oscuro como fuera. Tenues luces pendían de las paredes y la barra estaba lo suficientemente iluminada para que los clientes viesen las etiquetas de las botellas pero no la fecha límite de venta. El Roadside era mucho más grande de lo que parecía desde fuera y la luz no llegaba más allá de los límites de la barra y el centro de la pista de baile. Medía unos cien metros desde la puerta hasta el escenario del fondo, y la barra se hallaba en el centro sobre una plataforma. Las mesas irradiaban de ella hacia la penumbra junto a las paredes, donde a su vez había pequeños reservados en fila. En la periferia, la oscuridad era tal que apenas se veían caras pálidas, cosa que sólo sucedía cuando la gente quedaba dentro de un haz de luz. Por lo demás, eran formas imprecisas que parecían deslizarse por las paredes como apariciones.

– Es un bar a lo Stevie Wonder -comentó Ángel-. Seguramente la carta viene en braille.

– Está bastante oscuro -coincidí-. Si se te cae aquí una moneda de veinticinco centavos, se habrá devaluado a diez cuando la encuentres.

– Sí, como la política económica de Reagan en miniatura -añadió Ángel.

– No hables mal de Reagan -advirtió Louis-. Yo guardo buenos recuerdos de Ron.

– Que es probablemente más de lo que puede decir Ron -se burló Ángel.

Louis nos guió hacia un compartimento junto a la pared de la derecha, cerca de una de las salidas de emergencia situadas hacia la mitad de cada una de las paredes del Roadside. Posiblemente había como mínimo otra puerta al fondo, detrás del escenario, que en ese momento ocupaba un grupo que bien podía ser Larry Fulcher y los Tahúres. Louis movía los pies y la cabeza al ritmo de la música.

A decir verdad, Larry Fulcher y su banda eran bastante buenos. Integraban el grupo seis músicos, con Fulcher al frente encargado de la mandolina, la guitarra y el banjo. Interpretaron Bonaparte's Retreat y un par de canciones de Bob Dylan, Get With It y Texas Playboy Rag. Luego pasaron a la Carter Family con Wabash Cannonball y Worried Man Blues; siguieron con You're Learning de los Louvin Brothers y ofrecieron una versión aceptable de One Piece at a Time de Johnny Cash. Era una selección ecléctica, pero tocaban bien y con manifiesto entusiasmo. Incluso Louis quedó impresionado; la última vez que lo vi tan impresionado fue cuando Ángel abrió fuego en el jardín de Joe Bones en Nueva Orleans sin herirnos a ninguno de los dos.