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A mi izquierda, unos hombres corpulentos en camiseta avanzaban hacia nosotros. Agarré a Lorna por los hombros.

– Quédate con tus amigas cerca de la barra. Hablo en serio. Te lo explicaré después.

Asintió una vez, ya sin el menor asomo de sonrisa en la cara. Creo que supe por qué. Creo que ella entrevió a Stritch y adivinó en su mirada lo que se proponía.

Con la ayuda de los hombros, me encaminé hacia la salida central, a la que conducían unos cuantos peldaños; allí vi a una camarera junto a la puerta, una chica guapa de cabello largo y oscuro que observaba con expresión vacilante lo que ocurría en la barra. De pronto apareció junto a ella una figura, y en aquella cabeza blanca y calva brotó una sonrisa. Una pálida mano desapareció entre el pelo de la chica y la hoja de la navaja brilló junto a su cabeza. La camarera intentó zafarse y cayó de rodillas. Yo intenté levantar la pistola pero la gente me zarandeaba; entre la confusión de cabezas y brazos no podía ver bien. Alguien, un joven con complexión de jugador de rugby, trató de agarrarme el brazo derecho, pero le asesté un codazo en la cara y retrocedió. Justo cuando parecía que éramos incapaces dé impedir que la chica fuese degollada, un objeto oscuro surcó el aire girando y se hizo añicos contra la cabeza de Stritch. A mi izquierda, Ángel estaba de pie en una silla con la mano todavía en alto tras lanzar la botella. Vi que Stritch retrocedía tambaleándose, la sangre manando ya de los múltiples cortes en la cara y en la cabeza, mientras la camarera se libraba de él y bajaba con paso inseguro los peldaños, dejando un mechón de pelo en la mano de su agresor. La puerta se abrió detrás de Stritch, quien, con un rápido y confuso movimiento, desapareció en la noche.

Louis y yo llegamos allí sólo unos segundos después. Alcanzamos los peldaños casi a la vez. Detrás de nosotros, en la puerta principal, aparecieron uniformes azules, y oí grandes voces y alaridos.

Fuera había barriles de cerveza apilados a un lado de la puerta y un cubo de basura verde al otro lado. Delante teníamos la linde del bosque, alumbrado por las grandes farolas situadas al lado del bar. Más allá, algo blanco se movió en la oscuridad, y lo seguimos.

25

En el bosque el silencio era sobrecogedor, como si la nieve hubiese acallado la naturaleza y ahogado toda forma de vida. No se oía el viento ni los reclamos de las aves nocturnas, sino únicamente los crujidos de nuestros pasos y los chasquidos de pequeñas ramas invisibles al partirse bajo nuestros pies.

Apoyando la mano en el tronco de un árbol, cerré los ojos para que se adaptaran cuanto antes a la oscuridad del bosque. Alrededor, casi ocultas por la nieve, las raíces serpenteaban sobre la tierra. Louis ya se había caído una vez y tenía la pechera del abrigo salpicada de blanco.

Detrás de nosotros, oíamos ruidos y gritos procedentes del bar, pero nadie nos seguía aún. Al fin y al cabo, todavía no estaba claro qué había ocurrido: un hombre había blandido un arma; otro hombre había arrojado una botella y herido a un tercero; unas cuantas personas creían haber visto una navaja, circunstancia que la camarera sin duda confirmaría. La policía tardaría un rato en encontrar linternas y organizar una persecución. De vez en cuando, un débil haz de luz amarilla destellaba a nuestras espaldas, pero pronto la creciente espesura del bosque impidió que se filtrara la luz. La única iluminación procedía de la luna, cuyo pálido reflejo penetraba sin fuerza entre las ramas.

Louis estaba cerca de mí, lo bastante cerca como para no perdernos de vista. Levanté una mano y nos detuvimos. Ante nosotros no se oía nada, lo cual significaba que Stritch caminaba con sumo cuidado o que se había parado y nos esperaba entre las sombras. Volví a acordarme de aquella puerta en el complejo de Portland, de la certidumbre de que él estaba allí y, si yo iba a por él, me mataría. Esta vez, decidí con determinación, no retrocedería.

De pronto oí algo a mi izquierda. Era un sonido casi inaudible, como el roce de las hojas de los pinos contra la ropa, seguido de la compresión de la nieve cuando se da un paso, pero lo había oído. A juzgar por la expresión de Louis, también él lo había percibido. Sonó una segunda pisada, y luego una tercera, no hacia nosotros sino en dirección contraria.

– ¿Es posible que lo hayamos adelantado? -susurré.

– Lo dudo. Podría ser alguien del bar.

– No lleva linterna, y es una sola persona, no un grupo.

Pero había algo más en aquel ruido: era poco cauto, casi intencionado. Daba la impresión de que alguien quisiese que supiéramos que estaba allí.

Me oí tragar saliva sonoramente. A mi lado, el aliento de Louis formó por un instante una leve bruma ante sus facciones. Me miró y se encogió de hombros.

– Sigue escuchando con atención, pero será mejor que nos pongamos en movimiento.

Salió de detrás del tronco de un abeto y una detonación rompió en pedazos el silencio del bosque; fragmentos de corteza y gotas de savia saltaron por el aire junto a su cara. Se echó cuerpo a tierra y rodó hacia la derecha hasta quedar a cubierto en una hondonada, frente a la cual asomaba entre la nieve el borde romo de una roca.

– Ha estado cerca -dijo-. Hay que joderse con estos profesionales.

– Se supone que también tú eres un profesional -le recordé-. Por eso estás aquí.

– Olvidas que estoy rodeado de aficionados -contestó.

Me pregunté cuánto tiempo llevaba Stritch observándonos, esperando el momento de actuar. Seguro que el tiempo suficiente para verme con Lorna y para darse cuenta de que entre nosotros existía algún vínculo.

– ¿Por qué habrá intentado atacarla en un lugar tan concurrido? -pregunté.

Louis se arriesgó a echar un vistazo por encima de la roca, pero no se produjo ningún disparo más.

– Quería hacer daño a esa mujer y que tú supieras que era él. Más aún, quería obligarnos a dar la cara.

– ¿Y le hemos seguido la corriente?

– No me gustaría decepcionarle -respondió Louis-. Te diré una cosa, Bird: me parece que a este tipo ya le importa un carajo el dinero.

Empezaba a cansarme de permanecer abrazado al enorme abeto.

– Voy a moverme, y veremos hasta dónde llego. ¿Podrías echar otra ojeada desde tu escondrijo y cubrirme?

– Eres todo un hombre. Adelante.

Respiré hondo y, agachado, empecé a correr en zigzag. Tropecé con dos raíces ocultas, pero conseguí mantenerme en pie mientras el arma de Stritch bramaba dos veces, levantando nieve y tierra junto a mi talón derecho. Siguió una ráfaga de la SIG de Louis que partió ramas y rebotó en las rocas, pero aparentemente también obligó a Stritch a mantener a cubierto la cabeza.

– ¿Lo has visto? -pregunté a gritos a la vez que me ponía en cuclillas y apoyaba la espalda contra una picea; mi aliento se elevaba ante mí en grandes vaharadas. Por fin comenzaba a entrar en calor, si bien, incluso en la oscuridad, me pareció que tenía los dedos completamente rojos. Antes de que Louis contestara, algo de color hueso se arremolinó entre unos arbustos más adelante, y abrí fuego. La figura retrocedió en la oscuridad.

– Descuida -añadí-. Está a unos diez metros al nordeste de ti, y se aleja.

Louis se había puesto ya en movimiento. Vi su silueta oscura contra la nieve. Apunté y disparé cuatro veces hacia el lugar donde había visto a Stritch. No devolvió el fuego, y Louis pronto se halló a mi altura a unos tres metros.

Y entonces, otra vez a mi izquierda pero más adelante, se oyó movimiento en el bosque. Alguien avanzaba con paso rápido y firme hacia Stritch.

– ¿Bird? -dijo Louis.

Levanté rápidamente una mano y señalé el origen del ruido. Louis guardó silencio y esperamos. Durante unos treinta segundos no ocurrió nada. No se oyó el menor sonido, ni una pisada, ni siquiera la nieve que caía de los árboles. Sólo oía los latidos de mi propio corazón y la sangre en los oídos.